En pelotas, pero libres
José de San Martin,
sin angustia
Entre todas las enseñanzas
que Gandhi daba a su pueblo, por entonces
sometido, hay una que es impactante por
lo sencilla y poco comprendida. El decía
que utilizar ropa confeccionada en la
metrópoli dominante era como llevar
encima el distintivo del yugo opresor,
el sello del reino. Y aconsejaba a cada
uno, empezando por él, confeccionar
sus vestiduras. Este señor, flaquito
y en taparrabo hizo temblar a un imperio.
Y nunca se lo vio muy angustiado por lograr
la libertad.
Difícil tarea será que los
ciudadanos argentinos practiquen un boicot
a la importación, desde las naranjas
a inodoros, desde tinturas para el cabello
hasta canillas. Me resisto a usar calzado
brasileño berreta, y a comer cerdo
noruego, y a usar ropa china de plástico.
No acepto la mano de obra esclava en ningún
lugar del mundo.
Si no asumimos como tarea ciudadana la
lucha consciente en defensa de la industria
nacional el futuro se vislumbra tenebroso.
Aquellos que creen que no los afecta se
equivocan. Si las pymes desaparecen por
ausencia de mercado interno, la clase
media iniciará su ingreso a los
infiernos. Desindustrializar un país
es un retroceso tan descomunal, tan gráfico
y tan conocido por nosotros que no alcanzo
a explicarme como aún no se dan
cuenta.
La historia nos muestra de mil maneras
que el mundo avanzó en la medida
que el hombre fue descubriendo los metales
y los instrumentos, aquella rudimentaria
“tecnología”. Los egipcios
no andaban arrastrando piedras , llorando
por el desierto para construir las pirámides
después de combatir el desborde
del Nilo, ni Ateneas fue Atenas por la
superficie sembrada, ni internet fue el
invento de un robusto campesino ideado
en los momentos libres que le dejaba el
cultivo de trigo.
En nuestro contexto desinformados por
ignorantes que tomaron los medios por
asalto, detrás de cada mentira
propalada en cadena durante días
y días, se esconde la desaparición
de un derecho, que abarcan desde el calendario
de vacunación hasta la vigencia
plena de la ley de educación.
Los espectadores pasivos, no se dan cuenta
o no quieren verlo.
Sonaron cacerolas cuando les tocaron el
bolsillo, pero no en repudió de
los cientos de miles de despidos de trabajadores
acusados de ñoquis, o por las suspensiones
en la industria automotriz, o por el enorme
incremento del trabajo ilegal. Eso se
llama egoísmo. Y un pueblo individualista
está destinado a desaparecer porque
la esencia de la polis es el ejercicio
ciudadano colectivo.
Las pautas fueron claras, la responsabilidad
existe y es ciudadana. Perder la soberanía
económica es tan grave como perder
la libertad. Y esa libertad se perdió
en tanto y en cuanto comenzaron a padecer
cierta imposibilidad para ejercer el pensamiento
lógicamente organizado, y aceptar
sin elaborar lo que un medio les obliga
a pensar.
Viviana Campos
[email protected]