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Sacerdote, maestro Yambala, parapsicólogo, vidente...

Kaell: obrero de lo paranormal

Charlamos sobre nuevos casos que tuvo que enfrentar el monje parapsicólogo del Abasto.
    “A mí los umbanda del Abasto me ven y cruzan de vereda”, afirma Kaell, monje parapsicólogo tarotista un martes cualquiera en Plaza Almagro. Es uno de sus días de franco. Es el momento de relajarse, pero, ante nuestra presencia, también el de recordar sus momentos de intensidad laboral.
    “Yo preferí trabajar en la claridad, ayudando a la persona para que viva o afonte lo que le toque vivir”, explica para decir que no hace amarres, conjuros amorosos para recuperar la pareja perdida ni daños a terceros. “Tengo un compromiso con cada paciente, no varía con ninguno. Te digo la verdad más cruel antes que la mentira más dulce”, añade.
    Tiempo atrás ya habíamos hablado con él sobre casos donde tuvo que, según cuenta, ayudar a que espíritus vagabundos dejaran este plano de existencia. Estos espíritus, dice, se aparecen ante los vecinos como sombras difusas, presencias extrañas, ruidos perturbadores. ¿Qué hacer para no vagabundear una vez muerto? Kaell explica: “No aferrarse a nada material, las personas que se quedan en este plano una vez muertas tampoco se han despedido de sus familiares; es usual que los familiares vivos los vean en sueños, que el difunto regrese una noche sólo para poder hacer la despedida”.
   A veces no todo tiene que ver con espíritus o cuestiones relacionadas con lo paranormal. Simplemente se reduce a casos de energía. Hay casas donde ocurrie-ron hechos desgraciados y ese legado queda impregnado dentro de las cuatro paredes. Kaell puede detectarlo e intervenir en efecto.
   Pero no todo en la vida de Kaell son aterrizajes suaves, donde el final feliz llega cuando los fenómenos paranormales cesan en una casa o una esquina de barrio. Hay encuentros que forman parte del lema “creer o reventar”.

Cara a cara con San La Muerte
Kaell nos cuenta cómo ayudó a una amiga llamada R, cuyos dos hijos menores desde hacía casi un mes tenían fiebre inexplicable. Un día uno, otro día otro. Los médicos no hacían más de recetar ibuprofeno, reposo o algún jarabe. R tenía un vecino peculiar: frente a su casa había un oficial del servicio penitenciario que era devoto de San La Muerte. Ella desconfió y vio el calendario: no hacía mucho había pasado el día 28, que es cuando los devotos preparan una mesa con ofrendas y cigarros para San La Muerte, a quien le hacen todo tipo de pedidos; incluso algunos de vida o muerte. R llamó a Kaell asustada. “La forma en que ella me habló me convenció al instante”, recordará él luego.
    El monje del Abasto llegó hasta el oeste bonaerense, donde vivía R. “Salí con lo puesto y con un bolso con cosas que podía llegar a necesitar”. Ya en la vivienda de R, Kaell ve a los chicos y a la madre de R, una “mujer que tenía algo de videncia y maestría de la vida”. R y los hijos se habían ido por las dudas.
    Esa noche Kaell se quedó en el umbral de la puerta, con la vista fija en la calle y más allá la vivienda del hombre sospechado. Había pasado la medianoche y todo seguía tranquilo, pero entre las 2.30 y 3 am, a una cuestión de cinco metros de la reja de donde estaba Kaell, “apareció muy lento caminando San La Muerte”: “Me puse el collar del monasterio, me paré y me puse en posición de embestirla. Cuando me pongo en posición me encomiendo al Máximo Superior, Dios. Si bien era una noche de verano sentí una especie de calor especial que me envolvía y me acuerdo que el tipo no me miró, miró hacia arriba y desapareció. Se fue”.
   R y los chicos volvieron al día siguiente. En un contrapunto con la oscuridad de la madrugada, la escena ahora es luminosa: están todos reunidos en el comedor y la abuela mira fijo a Kaell. “Yo le voy a agradecer por salvar a los chicos eso que vino ayer era para llevarse a uno de ellos. Si no estabas se llevaba a uno”, revela la mujer con “algo de videncia”, según el monje del Abasto.
   Kaell cuenta luego que encaró al hombre del servicio penitenciario. “Lo que quisiste hacer no te salió”, le recriminó. El hombre se enojó, hubo gritos, la familia de R llamó a la policía, llegó un patrullero, pero no pasó a mayores. Eso sí, cuenta Kaell que se enteró luego que este policía seguidor de San La Muerte más adelante fue suspendido de su cargo.
   Como haya sido, Kaell hoy recuerda esa experiencia como límite: “Me la jugué esa noche”. Vive para contarlo, pero lo que más lo desvela son los interrogantes que aún persisten: “La gente cree que tenés respuesta para todo, pero me pregunto qué fue lo que me envolvió esa noche, también qué fue lo que el tipo vio cuando miró arriba, lo que haya sido, hizo que se fuera”.

No era Alzheimer
Clara era una señora grande a la que Kaell tenía mucho afecto, abuela de una conocida suya. A dos semanas de visitarlas y sin malas nuevas de por medio, Kaell recibe el llamado de la nieta: “Clara estaba mal, los médicos de repente le habían diagnosticado Alzheimer”.
   Cuando llega Kaell a visitarlas, se encuentra con un cambio repentino: de la señora grande y agradable, él sólo vio, por la rendija de una habitación, un rostro enfurecido que le revoleó un vaso de vidrio. “¿Le viste la cara? Esa no es tu abuela”, confrontó Kaell con la nieta.
    Luego de pensar un instante cómo actuar, le pidió a la nieta que abriera la persiana de la habitación de Clara. Entonces, la abuela se recluyó en los últimos centímetros de sombra que quedaban en el cuarto. Kaell se le acerca y le pregunta su nombre. “Me lo dijo con voz diabólica, ahí se mostró lo que pasaba”, explica el monje del Abasto.
    “¿Y yo quién soy?”, inquiría Kaell. “Ella se ponía nerviosa, sin bajar la mirada, se echaba atrás”. Tras un ida y vuelta ella “contestó con la voz de un hombre satánico”. “Nos estamos entendiendo —remató Kaell—. Andate en paz, si no te tengo que sacar con agua bendita y sé que no te gusta”. “Decime qué es lo que querés”, preguntó Kaell y la voz ronca y satánica habló: “Quiero que ella se revuelque en la miseria”. “Ella” era, la nieta.
   Kaell rememora la historia familiar detrás de esas palabras: “Cuando murió su madre, la nieta no la fue a ver, esta madre andaba en brujerías”. Sin otra alternativa, Kaell se dispuso a echar a ese demonio. “No son todos iguales. A veces evocan sólo a Lúcifer, puede ser otro el que se meta en el cuerpo de una persona”.
    Unos cuantos machucones e insultos después, el espíritu maléfico abandonó el cuerpo de la abuela. Kaell evocó “la Sangre del Señor” y la figura espectral cedió. “Es mentira eso que pasan en la tele, cuando el cura posa la mano en el poseído y el demonio se va sin más; siempre hay una lucha fuerte donde salís lastimado”, asevera.

Un martillero distraído
Cuando Ramón pudo acceder a un crédito de vivienda, le pidió a su amigo Kaell que lo acompañara a ver un departamento a buen precio en Caballito.
    Era un día de verano, pero adentro del departamento Ramón, Kaell y el martillero que los guiaba pasaron frío. Fue la primera alerta para el monje del Abasto. Mientras Ramón distraía al martillero, Kaell se las ingenió para revisar la energía del lugar. Encontró las paredes de la habitación frías: “No era normal”.
   Mientras Kael confirmaba sus sospechas, el martillero apuraba a Ramón para firmar ya todos los papeles inmobiliarios. “Acá no se firma nada”, irrumpió Kaell al ver la insistencia del martillero.
    Ante la sorpresa del martillero y de Ramón, Kaell pasó a explicar: “Acá hubo un cadáver varios días, hay posibilidad de que el espíritu esté dando vueltas, por eso la energía rara, no le va a hacer la vida fácil a nadie”. “Hacé lo que quieras”, remató Kaell mirando a Ramón los dos marcharon ligero de aquel frío rincón de Caballito.
   Al tiempo el hombre consiguió un PH luminoso y sin energías heladas.

J.M.C.


Museo Gardel: “Nadie levantó el guante”

En la entrevista que le hicimos tiempo atrás, Kaell pidió poder pasar la noche en el Museo Casa Carlos Gardel para verificar la presencia de espíritus o energías. “Nadie levantó el guante”, reprochó a la espera de poder lograr el pernocte en el hogar del célebre cantor de tangos para avalar o refutar para siempre los mitos sobre fantasmas en este rincón del Abasto.



Revista El Abasto, n° 196, octubre 2016



 

 

 

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