Visitamos
la Huerta Orgázmika.
Lindera con las vías
del ferrocarril Sarmiento,
entre lo que luego fue la
plaza Giordano Bruno y la
calle Rojas, en el barrio
porteño de Caballito…
Un intento libertario de
permitir vida entre contaminación
y asfalto.
¡Viva
la vida!
Ya
pasado unos años
desde aquellos en que parecía
que la sociedad en su conjunto
exclamaba: “que se
vayan todos” o “piquete
y cacerola, la lucha es
una sola” vemos que
ni se fueron todos ni es
una sola la lucha. Todo
lo contrario, ahora hay
medios que pretenden hacernos
creer que lo popular, asambleario
y de acción directa
no tiene legitimidad porque
la sociedad tiene sus códigos.
Claro que si a esos mismos
legitimistas les preguntamos
por qué corno funciona
todo tan mal no saben qué
decir y probablemente culpen
a los políticos de
turno y no a un sistema.
En
fin, entre tanto conservadurismo
retro pudimos constatar
que más de un medio
periodístico demuestra
interés en clausurar
a la Huerta Orgázmika
de Caballito -y así
no tener que ver más
a la gente que la frecuenta-
y extender la nueva plaza
Giordano Bruno. Los argumentos
se estarían basando
en posturas de “vecinos”
(o más bien vecinas)
argumentando la “suciedad
de la tierra” [sic],
sumado a escondidos intereses
inmobiliarios. Estas voces
pretenden impulsar a la
actual gestión porteña
a poner en marcha su segundo
caballito de batalla (si
el primero es la pavimentación,
el segundos sería)
la “recuperación
del espacio público”.
Pero, por suerte, no es
tan sencillo; este terreno
lo administra el ONABE,
que es un organismo nacional.
Marcelo
Iambrich, director
general del CGPC6 ha mostrado
en más de un medio
una actitud moderada en
su intento de incluir la
huerta a la plaza: “Queremos
que sea parte de la plaza
y conservar su vegetación
y las plantas aromáticas”.
Ante
esta tensión, y por
curiosidad, y pese a no
hacer periodismo vecinal
en Caballito recorrí
las pocas cuadras que tenemos
de la redacción a
la huerta en cuestión
para poder realizar una
nota. Me recibe Fermín
García Coni que
me guía por el pequeño
oasis vegetativo que linda
con la vía del tren.
En el rato que estuve en
la huerta me llamó
la atención la cantidad
de gente que frecuenta y
participa del lugar que,
en principio estaría
coordinado por una veintena
de miembros que deciden
los pasos a seguir por consenso
en asambleas.
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Nos
cubrimos del calor
bajo la sombra de
un arbolito y un
techito, que cubre
el horno de barro,
a tomar unos mates
y charlamos. Además
de Fermín
conocemos a Nahuel
que comenta que
si bien no estudió
agronomía
ha aprendido muchísimo
del tema en la huerta.
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Los
biofílicos dan cuenta
del mundo al revés:
“es absurdo que argumenten
lo de la mugre de la tierra
y no se quejen cuando fumigan
con glisofato las piedritas
de la plaza que los chicos
tocan con sus manitos”.
Todos sabemos, o deberíamos
saber, que el glisofato
(también conocido
por el nombre comercial
que le dio Monsanto: Roundup)
es un veneno fortísimo,
cancerígeno, actualmente
muy utilizado en los plantaciones
gigantescas de soja transgénica
a las que le han intrusado
genes para que resistan
semejante agresión.
Veo
todo tipo de plantas: zapallos,
aloe, romero, orégano,
radicheta… hasta unas
alguitas en una bañera
a lo que le pregunto a Fermín
si no hay riesgo del dengue:
“no, porque estas
algas impiden que el agua
se pudra”. Se nota
que sabe, estudia jardinería
en la Universidad de Buenos
Aires (UBA).
Le
pregunto si para resistir
los intentos de desalojos
no les conviene acercarse
a la Facultad de Agronomía
de la UBA. “Para nada.
No les interesaría.
Ahí se forma gente
para los monocultivos que
predominan en el país.
Para que te hagas una idea,
los apuntes de esa facu
están en parte subvencionados
por Monsanto…”
Veo
un baño ecológico
en una torrecita que, según
me comenta Fermín,
aún no está
en uso porque necesita asentarse.
El espacio no deja de llamarme
la atención, por
su altura y por su tipo
de construcción que
al igual que “la casita”
está construido con
barro y paja. Y ambos tienen
botellas de vidrio para
que entre la luz. “Todo
está realizado con
materiales que encontramos,
todo es reciclado. La casita
la hicimos para hacer el
aguante turnándonos
ante el riesgo de desalojo.”
En el entrepiso se ve que
hay un colchón que
atestigua de guardias las
24 hs, y abajo se ve un
ranchito acogedor.
“Hay
algunos vecinos que se quejan.
Por ejemplo, una autoproclamada
presidenta de la Plaza Giordano
Bruno que se quejaba del
olor a mierda que atribuye
al baño orgánico.
En realidad hubo y hay un
poco de olor porque el barro
para la construcción
se trabaja en estado de
putrefacción. Pero
es pasajero. Y el baño
no puede dar el olor que
le atribuyen porque todavía
no funciona. Y al ser seco,
no da olor.”
También
tienen un pequeño
invernadero para cuidar
algunas plantas en temporadas
de frío.
Nos cuentan
el origen. En medio de la
gran ola de la última
gran crisis, en el verano
del 2002, desde una asamblea,
la Gastón Rivas,
decidieron e hicieron de
un basural estéril,
abandonado y lleno de escombros
esta huerta orgánica.
Hoy la huerta bautizada
hace pocos años como
Orgázmika contiene
“más de cien
variedades de plantas y
animales” y funciona
como un lugar de encuentro,
abierto a la comunidad donde
se aprende y se experimenta
con técnicas agrícolas
ecológicas, o sea,
no dañinas para la
gente y la tierra. El espacio
es autogestionado y autónomo;
no recibe ningún
tipo de apoyo de gubernamental
ni de oenegés. Y
tampoco hablamos de una
gran extensión de
tierra: apenas un terrenito
de unos ocho metros por
cuarenta, ¡al lado
de la vía!
En un blog de un medio de
la zona, vecinos debaten
a favor y en contra de la
huerta. Mientras unos quieren
linchar al director comunal
por no echar a los anarquistas
ecologistas a palazos, hay
vecinos que los defienden.
Por ejemplo, una vecina
sostiene que “hacen
ciclos de cine interesantes
y gratuitos” y concluye:
“No todos los vecinos
de Caballito estamos en
contra de la huerta, más
bien todo lo contrario”.
Y los granjeros citadinos
al respecto cuentan: “son
varios los que pasan y reciben
alguna plantita”.
Lo que se cultiva lo aprovechan
ellos y lo comparten con
quienes se acerquen. Y para
abrirse aún más
al barrio cuentan que invitan
a compartir una comida en
la calle los primeros jueves
de cada mes. La actividad
es al mediodía y
está anunciada en
orgazmika.blogspot.com.
Ponen una mesa en la esquina
de Rojas y la calle Giordano
Bruno. Quien quiera sumarse
puede aportar desde algún
comestible hasta ayudar
en la cocina. Muchas veces
el mismo día termina
con una función de
cine nocturna.
En
mi visita pude constatar
que generan su propio compost
y humus para abonar la tierra
en lugar de agregarle agroquímicos.
Y plantan respetando los
yuyos, “porque también
son alimentos con nutrientes”
y tapan la tierra con pasto,
hojas o ramas para protegerla
de los rayos del sol, manteniendo
así la humedad y
los nutrientes. Las plantas
parecen libres, apenas guiadas.
Esto está lejos de
los sembrados lineales,
militarizados, uniformes
que muchos asociamos a la
producción agrícola,
al menos viendo las publicidades
del Clarín Rural.
Esta actitud ante el cultivo,
de apariencia desprolija,
más el aspecto y
vestimenta de los libertarios
que trabajan la tierra,
hace que la Huerta Orgázmica,
para ojos homogeneizados,
parezca un lugar desordenado
y caótico.
En
cambio, para los que en
otros lugares vemos usura,
contaminación, alienación,
menosprecio por la gente,
fauna y flora, además
de una mayor concentración
de dinero y poder para unos
pocos; vemos en la Huerta
Orgázmika un oasis
que carga de energía,
un lugar de encuentro, trabajo
y descanso que demuestra
que entre las grietas del
contaminado asfalto gris
puja la vida.
Rafael
Sabini
Revista El
Abasto, n° 107, marzo,
2009.