Nueva Ética para Amador

Sobre la ética, el renacido patriotismo y la importancia de la palabra en la democracia. En relación al fúbol y la vida publica y política. Por Viviana Demaría y José Figueroa
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Ética para la Identidad

Casi. Nos faltó muy poco. Vivíamos el sueño del pibe, era el año 2010. Habíamos clasificado con lo justo, con el milagro de Palermo que no es cualquier milagro. En todo caso, ese gol en medio del diluvio fue la contracara perfecta de ese otro despreciable de Francia ante Irlanda. A pesar de tener a Dios como DT y por si fuera poco al mejor del mundo como 10, no fuimos arrogantes. Entusiastas, sí y a mucha honra. Acaso jugábamos con poco brillo, pero nunca fuimos opacos.

Algo nos hizo parir eso en que nos estábamos transformando. En algún momento surgió en nuestra subjetividad adormecida la vivencia de sentirnos parte de un colectivo. Un aroma a jazmín en el aire, una emoción que no se aplacaba ni aún dormidos. Había muchas luces individuales pero también un resplandor: el equipo. Luchaban, trastabillaban, triunfaban. Pero todos juntos. Y nosotros, junto a ellos.

No es en vano recordar cuando se fueron a Sudáfrica. La cancha de River Plate el 24 de mayo. El himno de Los Piojos. Toda la Corpo contra Cristina, toda la intelectualidad PROgre contra el Bicentenario, Macri con la crem de la crem en el Colón, la mesa de enlace en la cima, Cobos futuro presidente, Clarín, La Nación y TN llamando a no ir a Nuestra Fiesta del 25 y el Diego vomitando “que la sigan chupando”.

Diego devolvió el guante… ahora recién sabemos a quienes se enfrentó. Como dijo Apo,no le perdonaron ni su origen, ni su orgullo, ni ese privilegio (que mantiene) de mover muchedumbres, sin pasarse al bando de los que a todos humillan para ser uno de ellos (como siempre es costumbre): los burócratas grises de aceitadas bisagras o el chantun cholulaje de amigotes en rueda o los caretas impúdicos conocidos de siempre o los escribas que restan por las 30 monedas”. Toda esa calaña sentenció que la selección que partía a Sudáfrica lo hacía hacia un destino de rotundo fracaso. Otro contundente ejemplo de Populismo K, sin duda.

Si hablamos de juego, claro que hubo sufrimiento, errores y tropiezos. Pero nuestra Selección hizo el mejor mundial desde 1990 y el quinto mejor de su historia.  Maradona como DT de la Selección, consiguió en menos tiempo, mejores resultados que Bielsa, Passarella, Basile y Pekerman. Pero esto no es lo más importante. Porque no estamos hablando de fútbol… solamente.

Mientras tanto, el 25 de mayo, ya nosotros habíamos reventado Buenos Aires. Imposible negarlo, éramos millones. La gente (nosotros) nos habíamos hecho presente justo ahí, para comenzar a reescribir la historia. El entusiasmo seguía creciendo. Ya era un combate menos desigual. Pudimos encontrarnos en nuestras diferencias y conjugar poco a poco las pertenencias. Ya había un nosotros versus ellos. Y esa selección que estaba en Sudáfrica era más de nosotros que de ellos.

Diego Maradona había logrado convertir a la Selección en un espejo donde resultaba hermoso mirarse. Allí podía verse ternura en el trato, consuelo ante los obstáculos, alegría frente a las conquistas, y sobre todo dignidad ante la derrota. Había construido un equipo que sostenía un código, una responsabilidad y una ética. La cuestión no era sólo el talento. La cuestión era la gloria y el honor.

Por eso, cuando Maradona hablaba de la Selección, hablaba del espíritu de un grupo que tenía como destino coronar un sueño colectivo. Con ese cuidado y esa consideración se refería a sus jugadores. No eran jugaditas de pizarrón o posiciones en la cancha de juego.

Y así llegó el domingo 4 de julio. Casi de noche, con frío invernal tras la eliminación contundente por 4 a0 ante Alemania. Ese día regresaban aquellos 23 jugadores y el cuerpo técnico. La Federación de Francia de Fútbol (FFF) tuvo que padecer todo un país asqueado por su equipo nacional. Brasil -la selección favorita de los medios concentrados argentinos- regresó en medio de insultos y protegidos por guardaespaldas. Lo mismo sucedía en Italia, los jugadores regresaron humillados, llenos de vergüenza y frustración. Pero aquí no. ¡NO!

Fue incomprensible. Los comentaristas no entendían un carajo. Hasta decían que era grotesco ver a tanto tonto vivar a esos perdedores. Miles de argentinos con banderas, bombos y camisetas; miles donde se podía ver desde chicos hasta abuelas, miles que le dieron a ese regreso un clima inesperado de auténtica gratitud, lealtad y orgullo. Muchos pero muchos más que los que los despidieron antes de partir a Sudáfrica. Una demostración colectiva de consuelo a todos esos tipos que hasta unas horas antes habían representado a nuestro país.

Miles que se autoconvocaron -señalando para la historia que aún no se ha escrito- que había nacido algo nuevo en Argentina. Algo nuevo y nada menos que en el fútbol. Una ética de la derrota.

Aún hoy, hay silencio mediático. Insoportable ver a tanta gente (nosotros) bancando a esos tipos. ¿Fueron acaso por el chori y la coca?, ¿los llevó la estructura del Frente Para la Victoria? Y si es sólo fútbol… por qué perder el tiempo en reflexionar sobre algo tan banal. Los medios sólo hablaron de la derrota de la Selección como derrota del gobierno. Y luego, la estocada final. La mafia de la AFA dijo basta, borrón y cuenta nueva. Nos arrebataron el tiempo del duelo, de poder elaborar quizás el paso más grande de un pueblo hacia su dignidad. Después, el silencio. Después, ninguna lectura que pasara el umbral del picadito del domingo. Se ocultó lo político, se obturó la reflexión, se enmascararon las especulaciones y las tranzas internas del fútbol, los medios y las corporaciones.

Diego, aquello que él encarnó, fue quizás el perdedor ético de esas películas que siempre nos enamoran. El típico antihéroe de nuestro tiempo, que asume la derrota como un triunfo ético-político en la confianza de su pertenencia a “un grupo superior de triunfadores: el de los que han resistido y fundan su victoria en la orgullosa aceptación de la  derrota”.  Justamente porque se es conciente de la resistencia y  la entrega. Quizás algo así es de lo que se adolece en la situación de River. Eso es lo que nos falta hoy para entender por qué la violencia se puede sembrar en algunos colectivos, o por qué anida esa desazón cuando se ve jugar hoy la Copa América. En definitiva, porque no ha germinado la semilla de la ética que tuvo la posibilidad de brotar en 2010 y así hacernos mejores.

De todos modos, sabemos que quisieron arrebatarnos todo. Pero no pudieron. Porque siempre habrá alguien cuya mirada no se pierde en aquello que la pantalla nos vende como la realidad y puede devolvernos la magia del acontecimiento: “Es mi alegría su risa, es mi ilusión la que grita, es mi bronca su rabia, y su llanto mi peor desgracia”.

Ética de la dignidad

Donde no hay política, hay violencia. Sí, porque donde no hay política, no hay ciudadanía. Hay pura naturaleza sometida a la inclemencia del mundo. Metáfora ominosa que nos dice que fuera de la sociedad la humanidad no puede constituirse como tal.

Fuera de la política, está lo crudo en contraposición a lo cocido; siendo lo cocido lo que nos hace pertenecer a la cultura, a la producción, al arte, al pensamiento, a la reflexión.

Fuera de la política está el mercado, lo mortífero en su hostilidad mayúscula. Incapaz de reconocer al otro en su necesidad, en su indefensión, en su posibilidad de transformar al mundo. Porque donde no habita la política, sólo hay objetos, mercancías, plusvalía, inversiones, especulaciones.

Rousseau,  en su libro El Contrato Social – libro tan caro a los sentimientos de Mariano Moreno – tenía como anhelo que ningún hombre fuese lo suficientemente rico como para someter a otro ni lo suficientemente pobre como para necesitar venderse.

Y es eso, en definitiva, lo que garantiza la política. La posibilidad de la realización de la dignidad humana dentro de la vida en sociedad. La política protege y garantiza la lucha – siempre interminable –  por la libertad y la igualdad.

Lacan, cuando nos dice que lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra, nos ilumina sobre un acontecimiento de la actualidad. El día 28 de junio en el programa televisivo de Susana Giménez –  a escasos días de la contienda electoral porteña – el líder PRO blabló de su sensación de estar en su mejor momento personal, del romanticismo con su actual pareja y de la elección del  nombre de su futura hija. Todo esto bajo el anticipado paraguas abierto tempranamente por la conductora en la frase de bienvenida donde dijo: “Quedate tranquilo, que de política no vamos a hablar”. 

Es decir, estos acontecimientos permiten discernir con claridad la verosimilitud de lo sostenido hasta aquí, es decir, donde no hay palabra hay violencia; donde no hay política, también.

 

Palabras Urgentes se necesitan

Todas estas palabras vertidas aquí, son una excusa para interpelar a quienes se atreven al pensamiento, a abordar estos acontecimientos que contienen en su interior una potencia inusitada que aguarda ser significada.

De otro modo, quedarán  como anécdotas para ser contadas generación tras generación en un registro regresivo de la política (reducido a la farándula o al espectáculo) o como postal melancólica de una tarde gris del pasado.

Es a la intelectualidad a quienes les recordamos que no hay objetos privilegiados para la reflexión.  Es detrás de estas escenas invisibilizadas  (tanto sea por el ocultamiento como por la minimización de su significado) donde se esconden poderosas disputas que hoy - debido a la brutalidad con que las corporaciones han expuesto su embestida  hacia el campo popular – podemos advertir la magnitud de su potencia liberadora.

Entonces, se vuelve sumamente pertinente rescatar la ética insita en ellas para visibilizar los sentidos que sostienen el proyecto que nos permite avanzar como nación.

 

Viviana Demaría y José Figueroa

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