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Cárcel y delitos: pareja muy desavenida


Centros clandestinos de detención, situación de las cárceles en la provincia de Buenos Aires, en la cárcel de Libertad, Uruguay, en la de Devoto de la capital argentina, en Guantánamo…
    Algo proverbial del universo carcelario que el sistema de poder establecido nos brinda es el maltrato sistemático del preso.
    El que entra por delito sale refortalecido en su “oficio”. El que entra con mayor grado de inocencia, por portación de cara o por su pobreza, ése está permanentemente inducido a ser carne de cañón dentro de los pabellones de monstruosa vida cotidiana, o en todo caso, hará “carrera” y saldrá “en libertad” ya fogueado en delincuencia.
    Con lógica, una tendencia a humanizar las reclusiones y, con inteligencia, tratar de recuperar lo recuperable de semejantes internaciones, ha postulado persistentemente humanizar el tratamiento carcelario, permitir estudios curriculares, hacer llevadera la vida de encierro, abrir la perspectiva mediante el trabajo, el estudio. Estos esfuerzos en realidad pueden inscribirse en un proceso ya longevo de humanización de la justicia.
    Ante semejantes reclamos, la derecha recalcitrante siempre ha insistido en el comodín de la seguridad, ha despreciado “el garantismo” y ha propugnado siempre penas y más penas, bajas de imputabilidad y más bajas, encierros y más encierros; no tantos derechos humanos para quienes “no son ni derechos ni humanos”.
    Los tiempos han cambiado con el advenimiento de gobiernos posdictatoriales que incluso se reivindican no ya liberales sino progresistas, como aludiendo a cierto espíritu de avance social, de reconocimiento de los derechos humanos básicos…
    Bajo estos gobiernos “de nuevo tipo”, precisamente, arrecian los juicios contra torturadores, miembros de escuadrones de la muerte, secuestradores de bebes, negociantes de inmuebles de personas invisibilizadas o desaparecidas y otras bellezas morales cultivadas durante la última oleada dictatorial sudamericana o de “seguridades nacionales” como jocosamente se le puso a la política nacional de EE.UU. en América Lapobre.
    En verdad, la derecha más recalcitrante ha visto así alterados sus privilegios más habituales, como por ejemplo no ir a la cárcel por delitos. Para delitos, las capas privilegiadas o sus servidores profesionales en el área de seguridad, tienen otros trámites, fianzas, autoexilios, traslados de comisarías, mudanzas repentinas, todo un kit de recursos para no ser albergados en recintos de pobres, como suelen ser las penitenciarías. Por eso la mera posibilidad de ingresar a una cárcel por asesinatos múltiples, robos con violencia de todo tipo, secuestros y desapariciones previa tortura y otros delitos por el estilo les resulta a muchos, inaudito.
     Y allí han demostrado las ideas-fuerzas del progresismo judicial, del garantismo, su potencial culturalmente subversivo, por donde menos se lo esperaba. Como suele pasar.
    La derecha más rapaz y autoritaria ha descubierto las ventajas de un trato humano, más que humano, a los encausados, detenidos, presos de entre sus adherentes. Y con celo se ha dedicado a luchar encarnizadamente para que “altos” militares presos desplieguen una serie de recursos: se los descubra más enfermos de lo que se creía que estaban (como pasó con Pinochet en Londres, obligado a usar silla de ruedas, pero que, por aquellos milagros de la tierra natal, dejó de usar al pisar suelo chileno), o mantengan regímenes de detención con puerta abierta (a veces, no ya la de la celda sino la del mismísimo recinto carcelario, como para visitar a la flia., tomar en té en Avda. Santa Fe, frecuentar a un amigo), en fin, para atender necesidades que un preso tiene como cualquiera.
    En resumen, que se los trate con respeto y mediante el reconocimiento de sus derechos inalienables, como seres humanos.
    Algún inconformista, que nunca falta, podrá argüir que la extrema derecha delincuencial e impertérrita reclama esos derechos sólo para sí, y que en realidad, a los presos “comunes”, es decir a la inmensa mayoría de pobres que cae en las redes carcelarias, se los sigue tratando como antes, o cada vez peor, y que eso les importa un rábano, o mejor dicho, que aplauden eso, que fue lo que siempre hicieron ellos cuando eran los carceleros de la sociedad toda.
    ¿Será que las ideas garantistas al fin florecen o que torturadores y cómplices tratan de dejarle el balurdo de siempre a los pobres de siempre?

Luis E. Sabini Fernández *

* Integra la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es periodista y editor de la revista semestral Futuros del planeta, la sociedad y cada uno.

Buenos Aires, 20 de enero de 2009




 
 


 

 

 

 

 

 

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