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La casa no está en orden


Se nos fue un padre. Raúl Alfonsín, humano con sus defectos y virtudes falleció anoche en nuestra ciudad. El pueblo entero, y todo el espectro político, lo recuerda con afecto anclado en su honestidad y su sentido democrático.
   Octubre de 1983: Días antes de su asunción como primer presidente luego de una época oscura y de autoritarismo represivo supo decir: “Argentinos: Se acaba la dictadura militar. Se acaban la inmoralidad y la prepotencia. Se acaban el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrera. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción. […] Ya no habrá más sectas de “nenes de papá”, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos lo que tenemos que hacer con la patria. Ahora somos nosotros, el conjunto del pueblo, quienes vamos a decir cómo se construye el país. Y que nadie se equivoque, que la lucha electoral no confunda a nadie; no hay dos pueblos. Hay dos dirigencias, dos posibilidades. Pero hay un solo pueblo.”
   A los días asumía con un desbordado cincuenta por ciento de los votos, no muy común ante este tipo de comicios.
   Alfonsín era un político de la democracia en el sentido de que no buscaba imponer, sino que buscaba acuerdos y consensos. Uno podrá pensar que no debió negociar de la manera en que lo hizo ante el levantamiento de los Carapintadas. Pero había que estar en su pellejo. Uno podrá recordar el Pacto de Olivos como una entrega, porque esas modificaciones en la Constitución permitió la reelección del entonces presidente Carlos Menem. Pero a cambio le brindó a la democracia una serie de beneficios importantes, como incluir en la Constitución Nacional la autonomía porteña, la creación de un Consejo de la Magistratura, la elección directa de los senadores, mecanismos para atenuar el sistema presidencialista con un jefe de Gabinete, el sistema de ballotage, etcétera. El negoció, pero jamás para su bolsillo, siempre para su patria, para una Argentina mejor.
   De hecho se lo recuerda por haber seguido en la misma vivienda que antes de asumir la presidencia. No tuvo jamás, como otros posteriores presidentes, una citación, un juicio o cargos en su contra. Y eso, tal vez, hace de él esa persona tan querible.
  Tuvo buenas intenciones en plantear descomprimir la Capital mudándola, aunque no se pudo lograr. Le dio un impulso a la industria nacional. Investigó (Conadep) y juzgó a las Juntas Militares hasta donde pudo, aunque muchos pedían más. También impulsó el Mercosur.
    Intereses económicos y políticos en su contra hicieron todo lo que pudieron desatando la hiperinflación que benefició a unos pocos pero perjudicó fuertemente al pueblo. Por esa razón Alfonsín, con suficiente entereza y humildad, entregó su mando antes de tiempo.
   La muerte de Raúl Alfonsín no fue sorpresiva, era un hombre grande y ya hace días que venía muy mal de salud. Sin embargo, como siempre en estos casos igual nos tomó por sorpresa y dolor.
    Personalmente lo recuerdo como un presidente que me inspiraba confianza y respeto. Y de alguna manera un poco de orgullo. Algo que no puedo decir de los dos que lo siguieron que parecían más caricaturas que verdaderos líderes patrios.
   Su muerte encontró a la presidenta Cristina Fernández de viaje pero ella tuvo la sabiduría de hacer una excepción y hablar con su vice, Julio Cobos, pese a la tensa relación, para coordinar la firma de un decreto que dictamina un duelo de tres días. Alfonsín está siendo velado hoy en el Senado y luego será enterrado en el Cementerio de La Recoleta, en el panteón de los caídos de la Revolución del Parque de 1890, símbolo del nacimiento de la UCR. Descansará ahí hasta que su propio mausoleo sea construido.

Rafael Sabini

Buenos Aires, 1ero de abril del 2009





 
 


 

 

 

 

 

 

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