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En las elecciones ganó la frivolidad, no la salud

Curiosa cultura, curiosa vida la nuestra cotidiana

En marzo de 2008, el gobierno K se atreve con un cauto abordaje a mencionar la sojización del país. ¡Para qué! Ardió Troya y acabamos de ver uno de sus frutos en la cantidad de legisladores que “el campo”, es decir los terratenientes, han cosechado, un “producto” por cierto distinto al que solían cosechar hasta ahora.
    Pero más allá que mencionar la sola palabra “sojización” es pichí, caca, han sobrevenido algunas noticias muy significativas y por demás preocupantes.
    A lo largo de esta primera mitad de año, apareció el resultado de una investigación a cargo del biólogo Andrés Carrasco, del CONICET que replanteó las enormes dudas y reparos que ya se tuvo con la irrupción de alimentos transgénicos en el país, a mediados de los '90, en pleno menemato, cuando el estado argentino se convirtió en el servidor pleno y gozoso de la transnacional Monsanto y su país de procedencia, EE.UU.
     Carrasco presentó un estudio que demuestra la altísima toxicidad del glifosato, el herbicida estrechamente asociado con la soja transgénica. Porque dicha soja se diseñó con una única finalidad: hacerla resistente al herbicida glifosato (en realidad a un combo químico que cuenta con ese herbicida y otra serie de productos que realzan su capacidad, es decir su toxicidad, y que se llama comercialmente Round Up). La investigación de Carrasco afirma que incluso en dosis miles de veces menores a las empleadas en el campo, este “matayuyo” sigue siendo tóxico (en este caso para los animales de laboratorios empleados, unos batracios).
     Más o menos simultáneamente nos hizo una visita la investigadora francesa Marie-Monique Robin que presentaba su libro El mundo según Monsanto y un video del mismo nombre.
     Robin, periodista e hija de campesinos, rehizo una vez más la historia de la transnacional Monsanto, en algún momento laboratorio de productos químicos para la alimentación (sacarina, vainillina), dedicado cada vez más a productos químicos para la agricultura (fertilizantes primero y muy poco después, toda la batería de biocidas; herbicidas, insecticidas, acaricidas, nematicidas, fungicidas…), exitoso pivot en la expansión de los termoplásticos (los plásticos blandos, de uso hoy tan extendido como los problemas que ha logrado generar, con la “basura” resultante y con la toxicidad inherente a su carácter de material no inerte), laboratorio clave para el desarrollo de la Revolución Verde en los '60 y de la ingeniería genética en los '80 y '90…
    Robin es concluyente y sólo nos queda recomendar al lector la lectura del libro (500 páginas) o al menos la visión de su documental. Es muy didáctica y se patentiza la escasa confianza que podemos tener en organizaciones dedicadas a “ganar dinero” en materias tan delicadas como la salud y la alimentación.
Pese a la contundencia de estos dos testimonios sobre la peligrosidad de los productos transgénicos, la Cámara de Sanidad y Fertilizantes (curioso nombre que une dos conceptos que pueden estar muy mal avenidos, cuando los fertilizantes, químicos requieren para su aplicación de complementos tóxicos), no tardó en salir con un contrainforme sobre glifosato según el cual el glifosato es inocuo… hasta en dosis miles de veces superior a las usadas en el campo argentino…
    ¿Le parece loco? Lo es. Uno que dice que miles de veces más chica una dosis ya es tóxica. Y otro que dice que aun miles de veces más grande la dosis sigue siendo inocua.
    Si no fuera que el informe de dicha cámara es como quien dice el informe de las empresas que negocian, producen, venden y aplican el glifosato y por lo tanto no es precisamente un modelo de neutralidad, diríamos que estamos en un fuerte conflicto con el método científico.
     Pero no es así. No hay un problema con la ciencia sino más bien con los intereses empresarios. Ya cuando se aprobaron los alimentos transgénicos en EE.UU. a mediados de los '90 (apenas un tiempo antes que en Argentina, que fue el segundo país en el mundo entero en adoptar la novedad norteamericana) la razón dada entonces por Clinton para aprobarlos expeditivamente sin que mediara aprobación legislativa alguna fue, no el hambre, no la necesidad, no el placer de la buena mesa, sino “la seguridad nacional”.
     Con semejante razón, Argentina, y cualquier otro país del mundo podría haberse preocupado. Pero estábamos a punto de llegar por la estratosfera al Primer Mundo así que entonces fueron todas sonrisas.
Y al lado del informe de Carrasco y de la investigación de Robin, tenemos como triste, patética rúbrica, la cantidad de niños y adultos afectados por la sojización galopante y su modalidad, industrial con fumigación aérea, etcétera.
    Y enfrente a semejante panorama tenemos, tuvimos las elecciones nacionales, parciales pero nacionales al fin.
   Y en ella, los claros vencedores (aunque con muy escasas ventajas, desde el 2% de De Nárvaez hasta el 0,06 % de Reutemann) han sido los sojeros, “el campo”, es decir los aventajados propietarios o alquiladores de las mejores tierras.
    Esta sociedad ha tenido la información suficiente para, entre 2008 y 2009, abordar el escabroso tema de la contaminación ambiental, la matanza de la biodiversidad y el deterioro de la salud de humanos adultos y niños (y de los seres vivos en general).
   Sin embargo, los mismos responsables de semejantes atentados a la vida han salido a pescar votos, y aun peleándose entre ellos (los K vs. los antiK) han volcado la balanza de muy peculiar modo: juntos han logrado que el triunfalismo se llevara por delante todas las preocupaciones sanitarias; y luego, separados, se han dedicado a afianzar sus posiciones políticas.
    En el caso de los sojeros se repartieron en las variantes PRO y CC y su recolección de votos, considerada como un triunfo, logró hacer un vacío total alrededor de la cuestión de la salud ambiental y humana.
    Es un triunfo significativo: mucha gente votó despreciando la salud. Que seguramente es la ajena. Pero que nadie puede saber cuándo puede ser la propia.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 111, julio, 2009.






 

 

 

 

   

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