Palabras
desde Tartagal
La coordinadora
de la Campaña de
Bosques de Greenpeace en
el Noroeste Argentino, Noemí
Cruz, cuenta sus experiencias
de su visita a Tartagal,
Salta, después del
alud.
Mi
primera impresión
en la cima de una palizada
fue de desazón. Desde
allí se ve al río
herido por tanta maquinaria
que orada en su base, los
árboles arrastrados
que ya son residuo muerto.
La
gente, que quedó
con lo puesto, palea el
barro de las casas, el sol
levanta un vapor pestilente.
Hay mosquitos hambrientos,
animales muertos aún
tirados y gente desaparecida.
Allí
anduve en los pozos dejados
por el alud. Poco después
me indicaron retirarme de
la zona por el riesgo de
explosivos provenientes
de las empresas petroleras
que fueron arrastrados por
el alud. Ya habían
desactivado algunos encontrados
y decían que hasta
un celular podría
detonarlos. Además,
mis pies descalzos, como
los del resto, estaban expuestos
a las víboras.
Nuestro
objetivo era mostrar cómo
la deforestación
de las cabeceras ha agravado
el aporte de material del
alud. La tala ilegal y los
“descabezamientos”
de cerros hechos por las
petroleras, son grandes
responsables del desequilibrio
del río. La falta
de controles ambientales,
la planificación
urbana inadecuada y el ordenamiento
de bosques deficiente que
postula la provincia, posibilita
que un evento como este
se repita cada tanto.
Tartagal…
A los catorce años,
yo conocí a los Chané
y sus hermosas máscaras,
cerca de la ruta 86, los
admiré andando a
pie en las sendas de brasa,
y los vi cuando sobre una
cuesta, ellos se fueron
al atardecer, llevando grandes
hojas de tártago
a modo de sombrillas sombreando
sus rostros redondos.
Esta
vez ya no los vi. Ese lugar
es una extensión
alfombrada de soja, y desde
allá se puede ver
el silencioso horizonte.
La cuesta es un barranco
que avanza cada año
llevándose la escasa
tierra empobrecida que les
queda a los wichi de Misión
San Benito.
A
los pocos y raquíticos
tártagos de la orilla,
y a quienes pasen por ahí,
los fumigan para que no
molesten la soja.
El
agua contaminada que escurre
por falta de raíces
que la dirija, llevada por
canales, va a parar a la
comunidad San Benito, que
está justo al lado
del desmonte, que antes
era pródigo monte
que les daba alimento.
Para
llegar a sus casitas de
plástico, que antes
eran de paja que ya no crece,
debimos cruzar un portón
con candado, del cual el
cacique tiene llave. Un
tal Estrela cerró
el campo de soja con los
wichi dentro.
Una vez
allá, a sólo
7 Km. de la ciudad de Tartagal,
tratamos de documentar pruebas
sobre la afectación
de los desmontes para la
audiencia de la Corte Suprema
de Justicia, que se hizo
en Buenos Aires.
Allá
llegué, en representación
de Greenpeace, acompañando
a Reynaldo, cacique de Misión
San Benito. Monitoreamos
y documentamos el avance
de la erosión y la
remoción del suelo
por falta de cobertura vegetal
en la cuenca del río
Tartagal. Casi 5.000 ha
de soja cubren esta zona,
son desmontes sin cortinas,
hechos por Juan Estrela
y al lado los de Juan Kutulas.
Mientras
andamos por el campo, un
avión pasa fumigando
encima nuestro, más
tarde se nos fumiga también
por vía terrestre.
A ellos no les importa que
los wichi vivan allí
al lado, lo que si importa
es que la soja crezca sana.
Me
siento impotente de solo
ser yo. Sin embargo, siento
que ellos saben que a nosotros
nos importa su penuria.
Estamos a su lado para intentar
cambiarla. Pienso entonces
en “nosotros”.
Tal es el calor que hasta
el mismo sol resopla, me
da en la cara para despertarme
y sé claramente que
no soy solo yo.
Entonces…
vuestros alientos están
allí, y mis pies
son más firmes en
el barranco.
Noemí
Cruz
Coordinadora de la Campaña
de Bosques de Greenpeace
en el Noroeste Argentino
Buenos
Aires, 20 de febrero de
2009