Pareja homosexual: ¿progenitora
sin engendrar?
Dice
una diputada nacional, forjista
[Silvia Vázquez]:
“si
yo, heterosexual, tengo derecho a adoptar,
no veo porqué un homosexual no
va a tenerlo.”
El
discurso mediático está cargado
de analogías igualitaristas por el
estilo.
Hemos entrado, una vez más,
en esos ciclos de “lo políticamente
correcto” a los cuales sus-traerse
cuesta tanto, sobre todo cuando “la
izquierda” con todo su señorío
intelectual adopta ese punto de vista. (Cuando
decimos “la izquierda” nos referimos
fundamentalmente a los intelectuales más
o menos profesionales que están o
aparecen en el circuito mediático).
Para abordar la debatida
cuestión del matrimonio homosexual
y fundamentalmente su intención de
adoptar en iguales condiciones que cualquier
pareja hétero, vamos a descartar
las posiciones extremas que nos
parecen fuera de todo diálogo; tanto
la política de quienes quieren aislar
y guetizar a los homosexuales para que no
“contagien”, como la de los
circuitos homosexuales que consideran superior
su derecho a adoptar niños porque
se trata de una elección consciente,
muchas veces faltante en las parejas “tradicionales”,
o aquellas campañas que ponen en
voces infantiles sus propias convicciones
usurpando una representatividad que nada
ni nadie les dio.
También vamos a
dejar de lado una cuestión que un
reciente discurso de Evo Morales puso sobre
el tapete comunicacional, acerca de la homosexualidad
correlacionada con trastornos endócrinos
producidos por contaminación porque
entiendo que tan penosa posibilidad merece
una seria consideración pero resulta
totalmente ilegítima como vía
para calificar los reclamos de adopción.
Lo primero que considero
importante subrayar es el desplazamiento
del eje de discusión de estos derechos,
hacia lo que llamaría el narcisismo
que al parecer impregna progresivamente
a nuestra sociedad.
Todas las cuestiones se miden
y valoran desde la perspectiva de los que
puedan encontrarse en esa situación.
¿Si yo soy homo,
qué derechos me caben? Y
por aquello de la bien merecida ”igualdad”
voy a luchar por tener todos los que tienen
”los demás”.
Suena impecable. Liberté,
egalité, fraternité.
Ahora bien, cuando hablamos
de vástagos de una pareja, estamos
hablando de otros seres humanos, hay terceras
personas en juego. Los hijos. Nada menos.
Y para evaluar los derechos de una pareja
respecto de los hijos, hay que pensar en
los hijos; no solo en la pareja y sus derechos.
Hay que evitar una visión presentista.
La posibilidad de atender
sólo nuestras necesidades, nos puede
llevar a la conducta de, por ejemplo, varones
que proclaman su homosexualidad y a su vez
también un ansia maternal por la
cual quieren tener un hijo, pero no concebirlo.
No emplean su esperma
para el hijo o hija que esperan sino que
lo obtienen de su pareja masculina o lo
compran en el mercado de la mejor calidad
-en los álbumes de dadores se ven
sus facciones y la blondez de ojos o cabellera-,
se alquila un vientre, también debidamente
evaluado y tasado, y se encarga a la criatura.
Esta forma de agenciarse un
bebe nos permite visualizar tres situaciones
bastante diferenciadas en el capítulo
infancia e hijos de parejas homosexuales.
Y que probablemente sea mejor visualizar
diferenciadamente:
1) parejas homosexuales
que tienen hijos de parejas heterosexuales
anteriores. Hay una gama extraordinaria
de situaciones en las cuales una pareja
homosexual tiene hijos consigo, ser incluso
el hogar primordial de esos niños.
Uno de sus miembros, o los dos, tuvo hijos
antes, en una pareja hétero, y su
hija/o/as/os biológica/o/as/os lo/la/los/las
visitan, convive/n con él/ella 1
y su pareja homo habitualmente. Esos niños
tendrán un cuadro progenitor más
complejo que el tradicional de padre-madre,
pero seguirán teniendo padre-con-novio
y madre o, tal vez madre-con-novia y padre
fallecido o que se volvió a casar
hétero y que le ha dado medio hermanos;
una multitud de variantes.
2) parejas homosexuales
optan por adoptar un niño, o varios.
Aquí está el núcleo
del conflicto actual en Argentina en la
cuestión: las parejas homosexuales
reclaman iguales derechos a adoptar que
las parejas heterosexuales.
Una pareja heterosexual se forja, entre
otras cosas, con un motivo tal vez no único
pero fundamental o principal: tener hijos
en común. La atracción, la
confianza, abonan “el acuerdo”
para engendrar; la pareja “se anima”
cuando está o cree que está
consolidada (hablamos de hijos esperados
y no llegados por accidente). Claro que
hay parejas heterosexuales sin hijos. No
nos referimos a las que no pueden engendrarlos
por carencias de gónadas u otras
alteraciones. Sino por elección.
Las hay, pero son muy, muy pocas. Excepciones
que confirman la regla.
Y una pareja homosexual
se forja también por el acuerdo,
la atracción, la confianza recíproca.
El engendramiento, sin embargo, les es biológicamente
ajeno. Todos los homosexuales saben que
no pueden engendrar hijos entre sí.
Habría sido un divorcio con lo real
demasiado crudo pretender ignorarlo. Aunque
algunos se lo plantean (véase recuadro).
Reconstrucción
de sexos mediante La Ciencia
Se trata de pasajes de la elegida por el sitio-e
<http://es.answers.yahoo.com/question/index?qid=20081003221919AAL00cf>
como la mejor respuesta por “la comunidad”
(imagino que se trata de comentaristas y suscriptores
homosexuales).
“Que No Es Que Odie
A Las Mujeres, Pero Así Como Tu No
Quieres Necesitar De Un Hombre Para Tener
Un Hijo Yo No Quiero Necesitar Una Mujer
Para Tener Mi Hijo, [...]
Pero Si Me Dicen Que La Ciencia Puede Hacer
Que Yo Quede Embarazado Y Pueda Tener Mis
Hijos, Por Supuesto Que Daría Todo
Lo Que Tengo [...]
En realidad, las expectativas
y ansias progenitoras de las parejas homosexuales
han sobrevenido hace muy pocos años.
Todas las parejas homo de la primera mitad
del siglo XX -y las ha habido aunque fueran
menos explícitas, y tal vez menos
que en la actualidad- lo tenían muy
claro. No se formaban para ni se dedicaban
a “tener hijos”. Hijos nuevos,
propios de la pareja, quiero decir.
Hasta hace muy poco, entonces, la pareja
homo no asumía la idea de ansiar,
de contar con un hijo de la misma pareja.
Por eso surge la pregunta,
antropológica, de ¿por qué
este reclamo cada vez más imperioso,
de tener hijos como si fueran una pareja
engendradora? Un hombre en relación
homosexual estable, desde hace siete años,
confiesa en la radio: -Claro que esperamos
tener un hijo. ‘Es algo que no se
puede asumir a la ligera, pero con siete
años juntos, claro que forma parte
de nuestros planes.’ Lo decía
con intensidad, entusiasmo y como si fuera
obvio. Retumbaban en los oídos las
expectativas de tanta recién casada
de décadas atrás que esperaba
con ansias y aprensión el embarazo…
3) parejas homosexuales
optan por “encargar” un bebe
a través de algunos recursos tecnocientíficos
con que se cuenta hoy en día, ya
reseñados, bebes al parecer más
gestionados que gestados, en cuya formación
parece más presente el modelo mercantil
(lo cual no quiere decir que la dimensión
mercantil no llegara a estar muy presente
en algunos embarazos “clásicos”
y “naturales”).
Se trata de un paso que
no tiene precedentes. La posibilidad de
que los niños vengan al mundo mediante
compra de esperma en bancos, alquiler de
vientres. Curiosamente, se consuma con estos
desarrollos tecnocientíficos aquella
clásica, misteriosa expresión,
en rigor tan propia del régimen que
nos domina: “comprar un bebé”.
Antes, semejante frase se usaba con inocencia,
con pretendida malicia, pero en realidad
con inconsciencia, porque nadie podía
comprarlo (salvo excepciones de
oscuras adopciones), pero ahora se la puede,
se la debería usar, con “propiedad”.
Y usamos esta última palabreja, a
su vez, en su doble acepción.
Damos por descontado que
entre homosexuales también existen
quienes rechacen ese modelo de compra y
obtención de seres humanos tan directamente
en el mercado.
Pero la cuestión
de fondo es la existencia de la posibilidad
técnica, su realizabilidad. Vale
la pena aclarar que la experiencia ya existente
en el llamado Primer Mundo, nos muestra
que son las parejas homosexuales las que
han frecuentado más esta forma de
crear hijos. Lo cual es lógico,
porque las parejas heterosexuales disponen
de la fórmula que todos
conocemos de hacerlo, que tiene sus encantos.
Hay que decir que, sin
embargo, habrá cada vez más
parejas heterosexuales que opten por esta
vía de mercado, de fragmentación
biológica y unificación técnica,
para ahorrar un engorde por embarazo, para
evitar una lactancia o por algunas otras,
variadísimas razones, como la de
estar realmente seducido por la idea de
elegir al vástago como se elige un
auto o una carrera profesional.
En resumen, que la situación que
hemos enumerado como 3) no pertenece exclusivamente
al ámbito homosexual, pero lo hemos
asociado con él, porque en los hechos
son quienes más han procurado su
práctica.
La cuestión que sigue
en pie bajo las formas de incorporación
de niños a la pareja que reseñamos
en 2) y 3) sigue siendo la misma: ¿qué
significa, qué significará
para los niños?
Curiosamente, este movimiento
“progenitor” de las parejas
homosexuales surge, y no sólo surge
sino que arrecia, cuando tanto se ha discutido
la validez de la pareja hétero tradicional
y la familia “nuclear”, a la
vista de sus insuficiencias, sociales, psíquicas,
y a la vista del siempre creciente número
de divorcios y desgarrones mentales que
tan a menudo acarrea (a sus adultos protagonistas,
pero también a sus hijos-víctimas).
Como si la pareja tradicional y su constitución
en familia nuclear, tan denostada, se hubiese
constituido a la vez en modelo enormemente
atractivo para quienes optan por relaciones
homosexuales estables.
Y paradoja de paradojas,
que buena parte del pensamiento crítico
a esa familia “Tipo”, parece
descubrir excelencias en la pareja nuclear
homo. Y conste que no se trata de que sus
protagonistas, puedan llevar a la confusión
portando “posiciones de izquierda”,
porque al menos aquellas parejas homo que
han alcanzado el circuito mediático
argentino no parecen expresar ideologías
críticas, políticamente desviadas.
Los hijos “puros”
de una pareja homo, obvio es decirlo, no
tendrán, como marco referencial,
el par biológico consigo.
Y la pregunta, para mí
clave, es si tenemos el derecho de arrebatarle
a las próximas generaciones el derecho
a las representaciones biológicas
básicas de la especie. Si tenemos
el derecho de engendrar hijos monosexuados
o multisexuados, para que elijan opción
sexual como si se tratara de un puzzle,
ahora que hablamos cada vez más neocastellano
básico y evitamos una palabra larga
como rompecabezas.
Volviendo a lo que clasifiqué
como la tercera situación, entiendo
que este tipo de “venida al mundo”
plantea dilemas del orden de los que plantea
la concepción de bebes transgénicos.
En primer lugar, su irreversibilidad.
No vamos a dar ese paso para luego decir:
-uy, no es tan bueno como imaginamos. Demos
marcha atrás. No hay marcha atrás.
El problema se nos plantea
porque los desarrollos tecnocientíficos
están en condiciones de lograr que
nazca viable un ser humano prescindiendo
de los embarazos “tradicionales”.
Esto empezó con los procesos, cada
vez más ansiados, de fertilización
asistida, que a menudo gestaban embarazos
múltiples, que dieron satisfacción
a tantas parejas que deseaban desde lo más
profundo tener hijos y sufrían de
impedimentos biológicos para concebirlos.
Algo incriticable en sí, aunque con
remarcables implicancias ideológicas
(remitimos a un artículo de Cindy
de Witt: “¡Mujeres!: la tecnología
genética tiene que ver con nosotras”,
futuros, no 1, Río de la
Plata, noviembre 2000. El suplemento Futuro
de Página 12 reeditó
una síntesis de ese trabajo, a mediados
de los ’90 [s/f]).
El desarrollo tecnocientífico
ha seguido su curso y hoy tenemos casos
como el tan publicitado de Ricky Martin
(aunque en su caso algunas fuentes afirmen
que se trata de espermatozoides propios
y otras insistan en que el esperma no le
pertenece a Martin y que por ello ha procurado
mantener su marca hereditaria a través
de la gestación en el vientre de
una prima).
Y una coda de la cuestión:
la prensa progre resbala por encima de la
cuestión con un progresómetro,
midiendo quiénes o cuántos
son los 120 que aprobaron la ley en Diputados
o cuantos los 100 que la rechazaron, ‘muchos
por convicción religiosa’,
lo único que aclaran. Tal vez lo
único que saben aclarar. Porque les
resulta fácil la ecuación:
si la Iglesia Católica está
en contra es porque son tradicionalistas,
de derecha, y por lo tanto los que estamos
a favor tenemos que ser la progresía…
abonando una nefasta confianza en el maniqueísmo.
Como dice una ley de Murphy: “Los
problemas complejos tienen soluciones erróneas
que son sencillas y fáciles de entender”.
Pero las cosas suelen ser más
arduas. No siempre los últimos hallazgos
tecnocientíficos son lo mejor, una
instancia superadora, etcétera. En
la década de los ’60 nos querían
hacer creer que las leches maternizadas
elaboradas por los laboratorios eran superiores
a la materna. Nos decían que estaban
“científicamente” reguladas
y que iban a hacer crecer más y mejor
a los bebes.
Las campañas de
amamantamiento se convirtieron en los países
empobrecidos en un verdadero genocidio silencioso,
mostrando ese “adelanto” un
rostro absolutamente contrario al proclamado.
Pero no es en esa gran
tragedia colectiva, el infanticidio protagonizado
por Nestlé en África,2
por ejemplo, en lo que pensamos ahora. Sino
en que, pasadas las décadas y reevaluadas
las leches maternizadas y “naturales”
se alcanzó a verificar, con más
afinados instrumentos de medición,
que los oligoelementos que brinda la madre
al bebe con la leche -selenio, yodo, sodio,
potasio, azufre y tantos otros- componen
la leche en dosis ínfimas y que las
leches maternizadas de los ’60 otorgaban
esos oligoelementos en cantidades brutales,
cientos de veces mayores a la proveída
con la leche de la especie. Muchos bebes
de los ’60, de familias con recursos,
fueron así sometidos a engordes excesivos
y poco saludables, creyendo que se mejoraba
a la naturaleza.
Hoy en día se vuelve
al amamantamiento “natural”,
superando la teoría aristocrática
de la nodriza o la burguesa del biberón,
considerándola la mejor forma de
proveer al recién nacido de defensas
inmunitarias, por ejemplo, que le servirán
de por vida.
El ejemplo de las Abuelas de
Plaza de Mayo es también, a su manera,
aleccionador. Ellas han recurrido a las
huellas biológicas para defender
la identidad, los derechos humanos de bebes
en este caso arrebatados.
Ni que decir tiene que no consideramos
que toda pareja heterosexual, por sí,
encarne lo bueno, ni que la familia
biológicamente constituida asegure
alguna calidad o superioridad.
No hay garantías
ni fórmulas de excelencia en la constitución
de una sociedad, de una convivencia, como
la revela la reiterada aparición
de padres incestuosos, familias tiránicas
y tantas aberraciones desde parejas biológicamente
“normales”.
En el dificultoso camino
para gestar una sociedad mejor, apenas nos
preguntamos por condiciones que ayuden,
no que aseguren ese andar.
Luis E. Sabini Fernández
Además de columnista en El Abasto
es docente de la Cátedra Libre de
Derechos Humanos de la Facultad de Filosofìa
y Letras de la UBA, periodista y editor
de la revista futuros del planeta, la sociedad
y cada uno, www.revistafuturos.com.ar.
1 Desde aquí volvemos
a las designaciones tradicionales, aunque
el castellano resulte sesgadamente masculino.
2 En internet se pueden
consultar decenas de notas con el tema,
pero pese a la estimación de cientos
de miles de pequeñuelos muertos,
o tal vez millones, indudablemente el acontecimiento
no tuvo andariveles mediáticos masivos.
Bebes negros eliminados no tienen la misma
resonancia que si se hubiese tratado de
bebes blancos.
Buenos Aires, 27 de mayo
2010.