¡Todavía hay
parejas paleolíticas!
Hay gente irremediable.
Hay costumbres poco menos
que inextirpables.
Volviendo al chorrán, veo pasar un
pequeño cortejo de casamiento, con
la consabida flor de plástico blanco
en medio del capó, las cintas y lo
que ya se sabe.
Miro a la pareja que a
esa altura del matrimonio todavía
se la puede considerar de enamorados y vaya
sorpresa, mejor dicho, desencanto. Se trataba,
sí, de dos jóvenes pero tradicionales
apenas; hombre y mujer.
Me di vuelta casi ofuscado y seguí
mi camino. No estaba dispuesto a participar
del jolgorio por un acontecimiento tan gastado
y vetusto como una pareja no-gay.
Me imaginé, mirándoles
rostros, risas y sus miradas que eran de
esos que en pocos meses andarán luciendo
una barriguita en crecimiento y haciendo
entonces los preparativos no del ajuar sino
del bebe.
Otro bebe que vendrá
al mundo como hace mil o diez mil años
con un coito a pellejo desnudo. Que llegará
con sangre, vagina ensanchada y teta. Salvo
que el médico cómodo le “aconseje”
una cesárea, que evita todo imprevisto.
Y de paso, le evitamos al bebe el esfuerzo
de nacer laburando: ¿qué mejor
auspicio para ir induciéndolo al
dolce far niente? Pero nunca se sabe. Puede
tratarse de esa clase de gente poco pulida
o, al contrario, que se pretende tan pulida
que está por el parto hogareño,
el parto sin violencia, el parto natural
y todas esas novelerías posmo…
Realmente hay gente tan
apegada a la tradición que se pierde
las enormes posibilidades que la tecnología
está poniendo cada vez más
a nuestro servicio. Estamos hablando de
cosas trascendentes que hacen a nuestra
calidad de vida; bancos genéticos,
mercado de vientres.
Claro que algún
historiador puede escuchar ‘mercado
de vientres’ y pensar en la esclavitud,
en el destino de los vástagos de
esclavos. Pero estamos en el siglo XXI.
En una sociedad que ha abolido la esclavitud
y todo lo que a ello se le parezca.
Hablamos de un mercado
de iguales. Donde alguien elige comprar
el “fruto” de un vientre y otro,
mejor dicho otra, por ahora, elige vender
ese producto que en este caso es un bebito/a,
un fantástico proyecto de vida, de
libertad, de dicha, que quienes sienten
la alegría de tenerlo, de adquirirlo,
nos lo muestran con toda la generosidad
que significa siempre dar vida.
Pienso en Ricardo Fort
o Ricardito, Ricky Martin. Ellos sí,
son la vanguardia, modelos de parejas que,
cada vez más, se proveerán
de hijos sin recurrir a lo ancestral.
Pareja o sin tal, porque
una de las grandes ventajas de los actuales
desarrollos tecnobiológicos es que
tampoco se necesitan ‘dos’ para
poder tener, adquirir y criar o hacer criar
una criatura.
Y esto es apenas al comienzo. Una vez alcanzada
la anhelada igualdad que gozamos ahora por
ley, y gracias al desarrollo de los medios
de reproducción, estamos en el umbral
de una nueva y gloriosa etapa histórica.
Se nos abren un sinfín de posibilidades.
Ya sea romper con la vieja configuración
biológica, tiránica, que estatuyó
la dictadura hétero (y las limitaciones
tecnológicas que caracterizaron estadios
más primitivos o menos desarrollados
de la sociedad humana) o, valernos de los
desarrollos tecnobiológicos, precisamente,
para volver al embarazo en la pareja, pero
ya no sobre la disposición biológica,
vulgar y material, sino sobre su asunción
consciente, deliberada, voluntariamente
asumida, ya no dada por lo que rigió
a la humanidad en su prehistoria; la naturaleza.
Ya se han iniciado investigaciones
para el implante de útero. Con lo
cual los que otrora se llamaban varones
pero que se consideran féminas podrán
finalmente alcanzar el ansiado embarazo
propio, tomando únicamente la precaución
previa de alojar un útero en su vientre.
Ciertamente, falta todo el órgano
vaginal y por lo tanto no podrá haber
fecundación inicial ni parto final.
Pero contamos ya con suficientes recursos
para una fertilización in vitro que
inaugure el proceso, y una cesárea
a término. A diferencia del embarazo
clásico o salvaje, este tipo de gestación
nos permitirá, o le permitirá
a los médicos, programar con mucha
mayor certeza (de fechas, por ejemplo) el
proceso milagroso de la vida.
Para esto servirá
el matrimonio “igualitario”.
Semejante logro será de menor significación
para quienes han decidido una convivencia
homosexual por afinidades recíprocas,
que han asumido de pronto hace décadas
sin ningún matrimonio legal a la
vista. Para quienes no tuvieron que esperar
la repentina fiebre global que hoy arremete
mediáticamente para asumir su homosexualidad
sin tanto travestismo. Porque esas parejas,
digamos paleohomosexuales seguirán
existiendo como hasta ahora.
Pero la gran revolución
es con las parejas que adquieren derechos
iguales en la reproducción humana.
Iguales los de heterosexuales y los de homosexuales.
Iguales los de hombres y los de mujeres.
Iguales los de los asumidos como varones
y los de los asumidos como hembras. Iguales
los de los que se asuman como hombres y
mujeres a la vez. Todos iguales. Todos lo
mismo.
La verdadera democracia.
Siempre habrá aguafiestas
como Sendra anotando que hoy en día,
¡oh paradoja! son los gays los que
“se matan” por llegar al matrimonio,
del cual quieren salir tantos héteros.
Pero a tales ejemplares,
Maradona, toda una autoridad en nuestro
lenguaje, bien podrá indicarles qué
hacer o dónde ubicar sus reparos.
Luis E. Sabini Fernández
Buenos Aires, 19 de julio
de 2010