Como
hongos después de
la lluvia… ¿pero
qué lluvia?
Desde
hace ya un tiempo, las calles
de Buenos Aires tienen un
no sé qué
geométrico, cuadrangular,
que arroja al conductor
en un mar de dudas.
En los lugares más
inesperados, a veces de
a dos por cuadra, las calzadas
porteñas “lucen”,
amén de los clásicos
baches ocasionados por hendiduras,
lluvias torrenciales, fallas
de pavimentación,
o los consabidos “trabajos
de reparación”,
generalmente señalizados,
unos zanjones cuidadosamente
cuadrangulares, de líneas
rectas, que suelen tener
un ancho tal, un metro setenta
o más, que los ejes
comunes de autos cualesquiera
–que andan por el
metro sesenta– no
logran sortear y por lo
tanto, muchísimos
autos caen fácilmente
adentro, salvo en calles
desiertas donde el automovilista
puede hacerse a un costado
como para obviarlos.
Aunque
el dibujo más habitual
es, como dije, rectangular
y transversal al sentido
de la calzada, el más
difícil de franquear,
también los hay cuadrados,
pero su aspecto más
traumático es la
indefinición de su
profundidad. Los hay llanitos,
de no más de diez
centímetros, pero
también los hay de
tanta profundidad que un
rodado chico corre peligro
de golpear hasta con el
eje sobre el pavimento perimetral.
En
tanto se reparan algunos
cruces que han pasado de
una rugosidad montañosa
a una pavimentación
sin sobresaltos, la persistente
aparición o la presencia
intempestiva de tales no-lugares
en medio de cualquier calzada,
ha dado pie a las más
peregrinas hipótesis.
La más carnal, y
vinculada sin duda a la
idiosincrasia dominante,
que algunos conductores
sostienen con total firmeza,
es que los mecánicos
envían permanentemente
“zapadores”
que van creando seguras
fuentes de trabajo en el
incremento de cambio de
suspensiones, arandelas
y bujes. Debidamente equipados,
no cabe duda que levantar
una capa de pavimento más
o menos profunda de 1,80
por 0,80 es cuestión
de minutos. El estilo Chaplin-Cogan
en dos tiempos: primero
rotura de vidrios, luego
el vidriero reparador…
Otros
analistas sostienen que
es un negocio, sí,
pero que le pertenece a
las autoridades. Hay quienes
desechan esta interpretación
por aquello de que, por
ejemplo, el intendente,
ahora elevado a la categoría
de gobernador, tiene semejante
herencia que tendría
que ser tarado para ponerse
a robar él mismo,
personalmente. Aunque la
explicación psico
es sensata, tendríamos
que recordar que el personal
llamado político,
sobre todos sus cuadros
medios, son gente, con excepciones,
claro, muy llamadas al curro.
El curro, el arreglo, la
untada, que se hace en escalones
intermedios tanto nacionales
como municipales, está
tan, pero tan extendido
que no cabría desechar
la explicación de
que el origen de los curiosos
rectángulos “ausentes”
tengan que ver con el ministerio
público o, al menos,
con el misterio público.
Los
entusiastas de la literatura
UFO, nuestros conocidos
OVNIS, o amantes de ese
cine norteamericano con
seres extraterrestres o
transtemporales, tan característicos
de lo que los cineastas
y el público yanqui
suelen considerar imaginación
e ingenio, tienen su propia
hipótesis y últimamente
es fácil ver por
las calles, a jóvenes
nutridos con cámaras
en ristre, procurando captar
la prueba de sus lucubraciones.
Sostienen que se trata de
navecillas interplanetarias
que tienen un pie rectangular
con una temperatura tal
que su apoyo generalmente
disuelve el hormigón
o el macadán. Precisamente,
según esta teoría
la hondura de la huella
proviene del material sobre
el cual se apoya el vehículo
extraterránqueo;
cuando aquél es particularmente
blando, la hendidura creada
puede resultar de varios
decímetros…
Sin
embargo, sus contradictores
desechan la hipótesis
transplanetaria: sostienen
que habiendo tal cantidad
de pozos debidamente dibujados,
centenares, miles, no puede
ser que no exista un solo
registro del contacto con
el suelo de las presuntas
naves. Y algo más
combate semejante teoría:
si se tratara de extraplanetarios
estarían aterrizando
en aceras, jardines y parques;
la exclusividad y regularidad
de los cortes en las calles
y sólo en ellas,
permiten excluir este último
agente.
Habría
que volver al mundillo de
las obras en reparación.
Que suelen estar tercerizadas.
Como todos sabemos, el subcontrato
suele deteriorar las condiciones
laborales, ambientales,
sanitarias que rigen los
contratos. Y los subcontratos
de los subcontratos, producen
un deterioro generalizado
mayor.
Es
posible, entonces, que se
trate de acciones de empresas
subcontratadas, a su vez
subcontratadas por subcontratistas
que han sido contratados
por el estado o por empresas
privadas que también
han desencadenado esa calesita
de irresponsabilidad jurídica,
económica, laboral,
fiscal, ambiental, y, claro,
cuando hacen algún
comienzo de obra, búsqueda
de un cable telefónico,
o de un caño colector
o de algún dinerillo
escondido, ni siquiera dejan
señalizado el lugar.
L.E.S.F.
Buenos Aires, 6 de marzo
de 2009