Soja, contaminación
y perspectivas
Si analizamos la situación
de una de las principales producciones de
la Argentina actual -la soja transgénica,
dueña de los campos de buena parte
de sus provincias- hay motivos para alegrarse.
No la alegría propia
de los empresarios y panegiristas del modelo
implantado por Menem, mejor dicho del modelo
que el Ministerio de Agricultura de EE.UU.
le “brindó” a Menem,
basado en altos ingresos, deslumbrantes
desarrollos tecnológicos y la estadística
falaz de los PBI, sino alegría ante
la pérdida progresiva de invisibilidad
de esa realidad que ha conquistado
a la Argentina.
Porque cuando adviene
el “nuevo tiempo”, a mediados
de la década de los ’90, ese
ingreso del poroto manchú genéticamente
modificado a los “campos de la patria”
lo hace a toda velocidad, con el carácter
invasivo que proviene justamente de constituir
una política implantada desde afuera,
perteneciente a una estrategia geopolítica
matrizada en otras latitudes.
Para que una política
así concebida tenga éxito,
procurará cubrirse cuanto antes de
todos los rasgos del “ser nacional”
que legitimen su anclaje; por eso no es
raro que entre sus promotores y difusores
-los suplementos rurales de los principales
diarios argentinos, por ejemplo- se aluda
permanentemente a lo criollo, a lo tradicional,
a lo telúrico. Aunque, como en la
película de S. Kubrick en que al
doctor Strangelove a dos por tres se le
escapaba la personalidad oculta en el brazo
fuera de control, entre las tiradas patrióticas
la multitud de chacrers, feed-lots,
agri-business, one-shot,
challenger, gladiator,
dejan entrever algo del origen del sistema
implantado.
Y sin embargo, aquella
invisibilidad inicial, aquella naturalidad
con que a partir de 1996 el suelo argentino
se va cubriendo de soja RR, que dejaba a
sus refractarios como gente fuera de lo
normal (y por otra parte, escasísima),
se ha ido deshilachando con el paso del
tiempo.
2008, con el fuerte tironeo
entre productores agrarios (sobre todo de
soja) y gobierno, se convirtió así
en el primer mojón del progresivo
strip-tease que venimos registrando.
Entonces, apareció mediáticamente
la palabra clave, “sojización”
que habíamos usado algunos durante
tantos años al parecer inútilmente.
Junto con el progresivo
reconocimiento del significado de la soja
GM y la sojización, fue apareciendo
el papel de su gemelo siamés, el
agrotóxico sin el cual la soja transgénica
no tendría sus “efectos milagrosos”.
Ese producto, patentado, obviamente por
el mismo laboratorio que patentara la soja
RR, está basado en un herbicida conocido
de antes, el glifosato. Aunque es un error
limitar la cuestión de la soja transgénica
al grano y a dicho herbicida. Porque en
la gama de biocidas, al lado de algunos
organofosforados y organoclorados que con
muy pocos miligramos pueden fulminar a un
humano, por ejemplo, el glifosato sacó
fama de benigno, o menos draconiano.
Aunque dista de ser tan
inocuo como lo presentara Monsanto1,
la situación es más grave
aún porque el glifosato nunca se
“administra” solo. El Round
Up tiene complementos y realzadores del
glifosato que según muchos informes
son más tóxicos que el mismo
glifosato, como por el ejemplo el POEA,
un surfactante que “prepara”
a las plantas, las superficies de las hojas,
para ser aniquiladas por la penetración
del glifosato.
Jorge Kaczewer, médico
e investigador, señala la presencia
de una serie de aditivos tóxicos
rastreados en las distintas preparaciones
de glifosato que se comercializan en Argentina,
que exceden largamente la mera presencia
de glifosato (N-fosfonometilglicina), incluso
unido a su multiplicador, el POEA (Polioxietileno-amina).
Kaczewer registra sulfato de amonio, benzisotiazolona,
hidróxido de potasio, ácido
pelargónico, y toda una ristra de
compuestos químicos que dañan
piel, mucosas, ojos…2
Tan grave como la presencia
de muchos más aditivos de los que
se anuncian en “los paquetes tecnológicos”
es que se ha acusado a Monsanto de que logró
las aprobaciones legales de la soja GM mediante
análisis de sólo el glifosato
y no de toda la sopa química que
realmente constituye el RoundUp.
En ese mismo año
2008 del enfrentamiento sojeros-gobierno,
aunque llamativamente el conflicto se centró
en los pesos, surgieron otras facetas de
la realidad, que van hacia aquella pérdida
de la invisibilidad que protegiera en su
momento el desembarco del agribusiness.
Un equipo periodístico,
p. ej., La Liga, entrevista a un fumigador
dañado en su organismo, o a Alfedo
de Angelis que se declara totalmente ignaro
sobre si el glifosato es un veneno (¿o
una golosina?), y se empieza a desvelar
el verdadero significado de tanto éxito
económico.
No es gratis.
Se empieza a discutir
el ancho de las franjas territoriales que
tendrían que proteger a centros poblados
ante el pasaje, devastador, de las fumigaciones,
tanto aéreas como terrestres. Las
resoluciones municipales al respecto son
vergonzosas. 300 metros, 700 metros. Por
la dificultad para verificarlas en cada
caso, por la existencia del viento, por
la presencia de población dispersa
y, sobre todo, porque si estamos hablando
de fuertes agentes patógenos, que
castigan todas las formas bióticas,
-humanos, pero también gallinas,
peces, renacuajos, calabacines, yuyos, lechuzas,
gorgojos, guitarreros, abejas, mariposas-
¿cómo admitir y hasta exaltar
su difusión?
Sectores cada vez mayores
de población empiezan a intuir que
esta catarata de éxitos materiales
que tanto destaca a la Argentina actual
se asienta en un envenenamiento generalizado
de los campos. Cuando hablamos de “campos”
estamos significando que la biodiversidad
característica de los distintos paisajes
del país está siendo aniquilada
a un ritmo que nadie conoce.
No se trata sólo
de una merma de biodiversidad, en sí
misma pavorosa. Sobre todo por lo irreversible.
Se trata, además, del deterioro de
salud que eso va significando para plantas,
animales y humanos.
El envenenamiento es parte
constituyente del negocio en este caso agrario.
No es sólo la fumigación;
ése es “el mundo” que
los laboratorios nos han brindado: han expendido,
p. ej., alegremente durante catorce años
un torrente continuo de bidones plásticos
que se usan una única vez, use y
tire. En el campo, eso ha provocado enorme
cantidad de intoxicaciones por restos de
venenos en recipientes que pasan a usarse
para traslado de agua, por ejemplo.
Al cabo de pocos años,
la montaña de bidones empieza acumularse
en cada predio. Literalmente. Ni el mal
uso ni el uso concienzudo de algunos recipientes
para agua, para diésel, para cualquier
uso “casero”, puede absorber
la llegada sin pausa de nuevos bidones.
Llega un momento en que
muchos productores incendian los bidones
de plástico para hacerlos “desaparecer”.
La contaminación entonces producida
es peor si cabe que la llevada adelante
con sus contenidos. Porque el plástico
quemado genera dioxinas, entre los venenos
más poderosos que se conocen. El
envenenamiento como se ve, es multiforme,
y abarca todo el hábitat, el aire,
las aves, nuestros pulmones… Y
el “ciclo”, como se ve, tiene
cierta semejanza con otros ciclos habidos,
políticos, de algún modo hay
que llamarlos.
En la última semana
de este mismo mes de agosto de 2010 se está
por reunir el primer encuentro de médicos
que trabajan en medio de poblaciones fumigadas.
3
Como decía un viejo
refrán castizo, se va haciendo difícil
tapar el cielo con un harnero. Y nuestra
realidad ambiental con su maldita floración
de fuentes de daño y veneno es cada
vez menos disimulable y cada vez más
visible.
Un médico que asumió
ante sí mismo la condición
de epidemiólogo, trazó un
itinerario de investigación sugerente:
recorrió los hospitales entrerrianos,
una de las provincias más sojizadas
de Argentina, para investigar sus historias
clínicas de 1996 y de 2006: antes
del asentamiento de la soja transgénica
y, obviamente, diez años después.
4
Pudo así verificar,
duplicaciones, quintuplicaciones y hasta
decuplicaciones de casos de enfermedades
que no pueden ser explicadas por ningún
otro factor, como aumento poblacional, por
ejemplo. Trastornos endócrinos, neurológicos,
dermatitis, enfermedades del tracto respiratorio,
gripes y neumonías incluidas, diarreas.
Verificó aspectos
decepcionantes pero no inesperados: una
llamativa falencia de las historias clínicas.
No encontró registro alguno, completo,
comparable, secuencial de cánceres
y sus distintos perfiles. Quienes fallecieron
a causa de un cáncer han sido sistemáticamente
registrados como muertos por paro cardiorrespiratorio.
Una falsedad manifiesta 5 puesto
que el paro cardiorrespiratorio no es la
causa de muerte alguna sino su consecuencia
más inmediata.
Está claro que
la agricultura argentina modernizada es
veneno-dependiente. No puede prosperar sin
envenenar en derredor. Y lo hace con efectos
atroces sobre microfauna y flora, pero también
sobre seres vivos mayores, nosotros incluidos.
La sociedad argentina no
ha sido del todo indiferente a esta agresión
tan basal. Antes de 2008, a veces bastante
antes, se denunció como la fumigación
aérea arruinó salud y trabajo
en Colonia Loma Sené, en Formosa,
con decenas de familias agricultoras afectadas
y como “las autoridades” locales
negaron responsabilidad a la contaminación
y les endilgaron culpa a los pobladores
afectados por ejemplo con irritaciones cutáneas,
acusándolos de mugrientos.
Se denunció asimismo
los estragos de la fumigación aérea
en Barrio Ituzaingo en la periferia de la
capital cordobesa, donde “el avance
de la frontera agrícola”, tan
aplaudido en los suplementos rurales capitalinos,
la llevó hasta los mismos lindes
de esas modestas casas, que debieron soportar
una y otra vez el bombardeo de veneno desde
las avionetas fumigadoras. Una red de vecinos
en resistencia pudo comprobar los daños
y dar lugar a procedimientos judiciales
de contención y refrenamiento del
avasallador entusiasmo sojero.
El periodista Carlos del
Frade denunció el trabajo infame
que los emporios sojeros ofrecían
a jovencitos rurales, como banderilleros
para “guiar” a los aviones en
sus riegos tóxicos, mostrando con
sus cuerpos y banderas los límites
de la aspersión.
En recuadro aparte reproducimos la carta
abierta de una ingeniera agrónoma,
que nos parece ilustrativa de lo que está
pasando en el país. De lo que estaba
pasando desde hace rato, aunque esta carta
es reciente, pero que hasta hace un tiempo,
parecía una realidad limitada a ser
percibida por una increíblemente
escasa cantidad de pares de ojos y oídos.
Una investigación
que vio la luz en 2009, desde un investigador
del mismísimo CONICET, organismo
que en cuanto a investigaciones de laboratorio
hasta ahora había cumplido estrictamente
el papel de los tres monos sabios, ha agitado
aun más las aguas.6
Su investigación revelaba una fuerte
toxicidad del glifosato y el ministro de
Ciencia y Tecnología del gobierno,
Lino Barañao, un ferviente partidario
de los “avances” tecnológicos”,
se apresuró a condenar semejante
encare.
Pese a condenas oficiales
o al optimismo inveterado de los círculos
sojeros y sojísticos, el piso se
está moviendo. Una carta abierta
reciente de Mempo Giardinelli a Gustavo
Grobocopatel pasa revista a un preocupante
deterioro ambiental cada vez más
generalizado en el Chaco. Y la contestación
del principal sojero argentino no hace sino
confirmar su acuerdo con el proceso de exclusión,
con el de concentración económica
y, con inteligencia, sugiere contramedidas,
pero obviamente dejando en pie toda la arquitectura
de la “nueva agricultura argentina”.
Y ha terciado Enrique Martínez, director
nacional de INTI, cuestionando los deslindes
de Grobocopatel y reafirmando la existencia
de un proceso de concentración territorial
que Martínez a su vez rechaza basándose
en el modelo de unidades de explotación
agrícola de EE.UU.
Y la cuestión va
ingresando en el circuito mediático
y hasta Radio Continental, alimentada desde
hace ya mucho por toda el aparato publicitario
de la soja, el agronegocio, los laboratorios
productores de biocidas (ampliados en los
últimos años como semillerías
aspirando a monopolizar ese renglón
7) ha dado lugar a que
uno de sus periodistas estrella organizara
una mesa de discusión entre partidarios
y críticos del modelo de la soja.
8
Se va haciendo difícil
seguir ignorando la intoxicación
generalizada, el lento ecocidio a que ha
sido sometido el país en tantos de
sus territorios. Si la alegación
de ignorancia de De Ángelis en 2008
resonó ridícula e insostenible,
logrando apenas hacer un hazmerreír
de sí mismo, en 2010 invocar esa
falsa “inocencia” resultaría
ya impensable, imposible.
Pero este cuadro de situación
estaría sesgado si no advertimos
que el modelo del agribusiness
sigue avanzando y a la ofensiva. Por empezar,
en términos crudamente materiales;
Argentina acaba de sobrepasar la producción
anual de 100 millones de toneladas y ya
“vamos por más”. Así
como hace unos años ésta era
una meta casi inalcanzable que en todo caso,
los más visionarios veían
como el non plus ultra, ahora ya surgen
los entusiastas que se plantean alcanzar
los 150 millones de toneladas. Esto
tiene, por otra parte, una lógica
inapelable.9
Otra llamativa expresión
de esta ofensiva, jugada desde una trinchera
lateral o de apoyo a AAPRESID, ASA y a los
protagonistas del complejo tecnocientífico
aplicado al campo argentino, es el nuevo
emprendimiento promovido desde la UATRE
y su obra social, OSPRERA, contando con
la persona, el líder, Gerónimo
Venegas, presidente a la vez y sin alternancia
del sindicato y de la obra social, al frente
del operativo.
Bajo la consigna “Desnutrición
cero” han tirado el globo de ensayo
en un lugar no del todo marginal pero de
ninguna manera protagónico, Necochea
en Buenos Aires, para tener las dos vías
a mano: la de mutis por el foro o la de
entrada triunfal en “la mesa de los
argentinos”.
Se trata de distribuir
harina integral precocida de soja y tabletas
de Soja Dorada”. Estas últimas
son presentadas como “golosina”.
Y uno se pregunta: ¿esta
gente no ha leído las resoluciones
y acuerdos del “Foro para un Plan
Nacional de Alimentación y Nutrición
del Consejo Nacional de Coordinación
de Políticas Sociales”, que
en 2002 bajo la presidencia de E. Duhalde
y con el auspicio de su consorte Chiche
de Duhalde procuró cubrir la operación
“Soja Solidaria” y acabó
desautorizando el uso generalizado de la
soja?
Duhalde había aceptado
el plan de los sojeros para atajar las peores
manifestaciones de desestructuración
económica y privaciones materiales
que castigaron entonces con fuerza a los
sectores con menores recursos. Pretendieron
la filantropía de las “vacas
mecánicas” encarada por rotarios,
Charitas y otras almas sojeras de las bellas.
Pero el encuentro de pediatras
y nutricionistas condenó sin ambages
el remiendo alimentario como alimento básico
para niños y particularmente para
menores de dos años. La soja no sólo
tiene ingredientes indigestos sino que carece
de calcio y esto último es lo que
no la hace aconsejable para cuerpecitos
jóvenes muy necesitados de calcio
para “hacerse grandes”.
En todo caso, la soja
puede integrarse en la dieta humana general
e infantil en particu-lar con el estilo
que han explicitado dietistas estadounidenses
importados directamente para homologar entonces
los planes de sojización alimentaria
y que, los desmintieron tácitamente
mientras acordaban con la cabeza y explicaban
que la soja debía ser un renglón
más en decenas de renglones diversos
de lácteos, frutas, cereales, aceites,
huevos, pescados, carnes…
La jugada de OSPRERA procura
precisamente obviar la enzima poco digerible
y anuncian que la soja que ahora van a entregar
tendrá destruido (por calor controlado)
“el factor antitripsina del poroto
crudo”.
Leer sus fundamentos,
porque de algún modo hay que llamar
lo que presentan, no sabemos si constituye
una pieza mayor de la miseria nutricional
que avanza en el país de la soja
o si por el contrario apenas pretende presentar
la panacea: “Dadas las condiciones
de escasa nutrición en vastas zonas
del país” nos revela en
sus primeros párrafos; “Combatir
la falta de nutrientes esenciales en la
niñez” nos dice en otro
párrafo; “solucionar, al
menos parcialmente, el flagelo de la desnutrición”,
palabras de Venegas.
“El porcentaje
de personas que viven con menos de un dólar
al día ha aumentado considerablemente
mientras que las condiciones de vida se
han deteriorado para las personas que habitan
las barriadas marginales.” A
esta altura, es fácil advertir la
jugada política de Venegas, aliado
con los sojeros y enfrentado con lo K. Su
alianza en la cúpula cegetista con
Moyano, escapa al marco de esta nota.
En el país de los
grandes éxitos económicos,
el namberuán de un sindicato vinculado
con lo rural nos avisa que los pobres se
están empobreciendo. Como ya es un
lugar común saber que los ricos están
enriqueciéndose, tenemos un cuadro
de situación inmejorable.
OSPRERA dice que las proteínas
que tiene la soja también la tienen
otros alimentos, pero, aclara, “esos
otros alimentos son los más caros”.
Curiosa observación para provenir
de un sindicato, aunque sería totalmente
lógica desde una patronal.
Luego de brindarnos semejantes
datos, nos quiere prestidigitar la realidad
y Venegas Mandrake nos aclara: “Este
programa es algo que no cambia la cultura
de la alimentación.” Como
si la población argentina pudiera
seguir comiendo lo que comía tradicionalmente.
Caricaturas ficcionales
para un país modernizado al galope
tendido.
Otra vez debería
quedar en manos de la sociedad enfrentar
estas “movidas” que insisten
en el país experimento donde todos
somos “invitados” a ser conejos
de indias de una ingestión masiva
de soja.
Además de la alegría
que señalábamos al principio
por la pérdida progresiva de invisibilidad
de lo que cayó en el país
como una invasión tecno-ideo-geopolítica,
podríamos también festejar
el sainete que ya vemos en varios puntos
del horizonte, si no fuera tan trágico
como efectivamente es: nos referimos al
apresuramiento con que los más conspicuos
representantes del agribusiness,
de la concentración económica
y su modalidad internacional -que con acierto
llama L. Boff globocolonización-,
los hasta hoy partidarios acérrimos
de las “economías de escala”,
de la contrarreforma agraria militante,
de las políticas de exclusión
mediante la separación sistemática
de capas sociales entre winners
y loosers, los entusiastas de la
filantropía con que calmar sus almas
más sensibles frente al despojo material
que convierte en despojos a tantos humanos,
toda esa corte, o más bien cohorte,
de los milagros económicos está
empezando a descubrir que el planeta no
está del todo bien con tanto desarrollo,
que los mares están exhaustos con
tamaño progreso técnico en
pesquería, que los campos, como las
aguas, el aire, rebosan de elementos cancerígenos
y mutágenos que están trastornando
toda la biosfera, sin excepción.
Y que, nosotros, “dueños del
universo”, hasta nosotros, ¡quién
iba a decir!, estamos incluidos.
Toda esa pléyade
de concientizados de último momento
es bienvenida. Con una sola condición:
que no quieran hacernos creer que son los
que descubrieron la pólvora. La pólvora
ya está descubierta, para todos.
Y sobre todo, que si han
cooperado alegremente en el festín
del derroche, que no nos lleguen a decir
ahora que lo han enfrentado siempre.
Luis E. Sabini Fernández
1 Véase el video
Reverdecer, editado por Chaya, Buenos Aires,
que recoge “tranquilizadoras”
declaraciones de jerarcas de Monsanto afirmando
que tales venenos son inofensivos.
2<http://www.mamacoca.org/FSMT_sept_2003/es/doc/kaczewer_toxicologia_del_glifosato_es.htm>,
2002.
3 “I Encuentro Nacional
de médicxs de pueblos FUMIGADOS”,
Córdoba, 27 agosto 2010.
4 Se trata de Darío
Gianfelici. Su trabajo, “El impacto
del monocultivo de soja y los agroquímicos
sobre la salud” data de 2008 y fue
editado en diversos sitios, entre ellos:
futuros, no 12, Río de la Plata,
2008.
5 Y muy extendida oficialmente,
por razones que dejamos libradas al criterio
del lector.
6 Se trata del trabajo
publicado por el investigador Andrés
Carrasco, “Efecto del glifosato en
el desarrollo embrionario de Xenopus laevis”,
2009, un estudio hecho con las llamadas
“ranas africanas”.
7 Obsérvese “el
renglón”: la aspiración
de Monsanto, Novartis, BASF, de monopolizar
las semillas significa la aspiración
de controlar absolutamente la alimentación:
la comida nuestra de cada día.
8 Víctor Hugo Morales,
viernes 20 de agosto, 2010. Invitados: Gastón
Fernández Palma, Norma Giarracca
y Alfredo Galli.
9 Aspecto que estamos procurando
abordar en otro trabajo, sobre la naturaleza
de la expansión del capital.
10 Es decir, que no veo
la forma de mejorar.
Mi expulsión
de Lobería gracias a los agrotóxicos
A través de este
relato quiero poner en público conocimiento
lo que está pasando en los hogares
de muchas familias del interior cerca de
campos donde se aplican agrotóxicos.
Vivíamos con mi
marido y con mis hijas en una quinta de
2 ha en Lobería, a 4 kilómetros
del centro geográfico del pueblo
(5 minutos por asfalto). La casa estaba
ubicada en una esquina alta del predio,
a 10 metros de uno de sus alambrados perimetrales
y a 5 metros del otro alambrado, donde daba
la ventana de la habitación de mis
hijas.
Todo lo que rodeaba mi propiedad
era un campo agrícola de soja/trigo
(la dupla que se hizo los tres años
y medio que estuve allí).
Una mañana un ruido que
no conocía me hizo temblar de miedo
en la cocina y una sombra tapó temporalmente
la luz que entraba por la ventana. Al asomarme
vi con asombro como sobre el borde del alambre
más cercano bajaba una avioneta y
despedía una nube. Corrí a
cerrar ventanas y puertas tratando de que
el olor insoportable e irritante no llegara
al interior de mi casa y a mi hijita de
3 años que, asustada, me miraba ir
y venir.
Estuve averiguando si podía
reclamar que se cumpliera con los límites
de fumigación pero la respuesta de
profesionales y amigos fue: “no te
van a dar bola”.
Otro día me sorprende
otro ruido que con el tiempo se haría
muy familiar: el motor de una “mosquito”
que justo daba la vuelta sobre el alambrado
y seguía a lo largo del otro. Salí
corriendo a descolgar las sábanas
y toallas pero no fue suficiente, tuve que
volver a lavarlas por el olor penetrante
a producto tóxico que tenían
(igual al del Bicherón que conocía
como insecticida de amplio espectro y altamente
peligroso al contacto con la piel).
Nuestra fuente de agua era un
molino ubicado al lado de mi casa entre
los dos alambrados. Cuando llovía
luego de una aplicación, no podíamos
usar el agua por el “olor fuerte”
que tenía.
La peor experiencia ocurrió
en este último verano cuando disfrutábamos
de un asado afuera con visitas del Sur.
Éramos 6 adultos y tres nenas de
5, 3 y 1 año. Era un día con
viento por lo que supusimos que no tendríamos
“problema” para disfrutar de
mi casa y su entorno. Pero en mitad del
almuerzo una mosquito vino a toda velocidad
a aplicar sus venenos sobre el alambre a
pocos metros de donde comíamos. La
reacción fue entrar a las nenas,
la mesa, la comida. Uno de mis invitados
salió a gritarle al aplicador:
“-… ¡¿Qué
hacés, no ves que estamos comiendo?!...”
y el aplicador le respondió que el
patrón lo había mandado. Yo
agregué: ”… Pero con
este viento pierden plata, se vuela todo…”
Y respondió “…Yo no sé,
me mandaron. Ahora, empiezo más lejos
y luego sigo por acá…”.
Cuando entramos a casa mi amigo
se quebró y me dijo: “vos no
podes vivir así”.
Hasta encontré un bidón de
glifosato al costado de mi lumbricario,
con lo cual supuse que no sólo no
importaba si vivía alguien allí
sino que además era un buen lugar
para tirar “sus desechos”.
En charlas con un veterinario
de muchos años allí (docente
de la escuela agrotécnica y muy respetado
por la comunidad), me decía que le
llamaba mucho la atención el aumento
de cáncer en bovinos detectados por
él en los últimos años;
todos relacionados con campos donde se usaba
glifosato.
En ese momento decidimos con
mi marido sacar a nuestras hijas de allí,
y olvidarnos de que crezcan en la ruralidad,
de hacerlas amantes de los pájaros
que llenaban nuestros árboles; y
olvidar también los proyectos productivos
propios. Pudimos en pocos meses mudarnos
a una ciudad, encontrar trabajo y escuela,
y poner en venta la casa. Pero así
como nosotros tenemos la suerte de poder
hacerlo, hay miles que no tienen alternativas
y deben quedarse y exponerse al desprecio
por sus vidas, de la de sus hijos y de sus
hogares, además de la contaminación
y de las enfermedades consecuentes.
Por eso y porque no quiero que
mis hijas sean víctimas de un sistema
productivo voraz en el que vale todo a cualquier
precio, quiero que se conozca esto y que
entre todos busquemos alternativas que beneficien
y protejan a todos los miembros de nuestra
sociedad.
María José
Cés / San Pedro, 12 agosto
2010.
Ingeniera. en Producción Agropecuaria
MN: 00991 / DNI: 24 881962
Buenos Aires, 8 de septiembre
de 2010.