Así dice la letra
de un viejo tango. Diciembre nos marca el
fin de un año y nos conmina a la
reflexión y a un íntimo balance
existencial. Algo parecido sucede cuando
se ha llegado a la vejez, después
de sortear innumerables vicisitudes y se
entra en una etapa de inactividad; hay mucho
tiempo para pensar. Es cuando se toma conciencia
de los años transcurridos y de lo
poco que queda por delante, y es cuando
surgen interrogantes como: ¿he procedido
bien? ¿He sido positivo? ¿He
escuchado al prójimo? Y tantas otras
que resultan difíciles de contestar.
Los achaques y las dificultades llegan puntualmente,
son inevitables. Entonces pregunto: ¿qué
ocurre con la valorización de esta
etapa de la vida, tantas veces pregonada?
Es el estado, ausente también en
esto, quien debería responder, otorgando
una jubilación que permita una subsistencia
digna que muestre al jubilado orgulloso
de su condición y no que lo obligue
a vivir como un paria excluido.
Revista El Abasto, n° 116, diciembre,
2009.