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El glifosato: un hilo conductor

De la carta abierta de Ces (n°124)

a la resistencia vecinal


El lector habrá leído la carta que publicamos en el número anterior que tenía dos anexos: nuestra introducción “histórica” y el recuadro acerca de la presencia del glifosato no sólo en el campo sino en las plazas de la ciudad…
    Como para que nadie se haga (egoístas) ilusiones de que la realidad denunciada pasa “en el campo” y que nosotros en la ciudad estamos a cubierto.
   Por cierto que hasta hace unas décadas, cualquier médico sabía que el aire de campo era el más sano para restaurar organismos debilitados por algunas enfermedades. Hoy en día, eso va perdiendo sentido, lo cual no quiere decir que el aire urbano se haya saneado sino que el rural está impregnándose cada vez más de tóxicos. Y el testimonio de María José Cés es clarísimo al respecto.
Pero la ciudad, lamentablemente no sólo conserva los suyos sino que también los ha aumentado: basta pensar en el parque automotor, cada vez mayor y las calles, consiguientemente cada vez más gaseadas…

La cuestión del envenenamiento es compleja. El veneno como solución ante lo que molesta abarca mucho más que los casos puntuales que uno pueda imaginar.
    Así como en el campo se recibe el veneno provisto por laboratorios, pero luego el contenedor de ese veneno, el aparentemente “inocente” bidón que lo transporta termina siendo una nueva fuente de veneno ambiental, porque los “productores rurales” suelen hacer enormes fogatas para sacárselos de encima y esa quema de plásticos significa dioxinas (de los venenos más temibles que se conocen), aquí en la ciudad, el glifosato es usado en plazas y vías férreas para “comodidad” de quien se quiere desembarazar de yuyos.
   Tomémonos un instante para reflexionar sobre el significado social, ambiental y sanitario de esos “fumigadores” con máscaras y aparatos con gas bombeado, que van fumigando los bordes de las vías a la vista y paciencia de todos nosotros, en general ajenos, indiferentes e ignorantes de lo que eso significa.
La difusión de veneno ha pasado a ser normal en nuestras vidas cotidianas. Y eso sí es grave y anormal…
    Porque estos “fumigadores” en realidad están esparciendo veneno en el suelo que a veces pisamos y en el aire que el viento alcanza hasta nuestros pulmones.
¿Por qué se difunde tanto si es veneno? Porque es cómodo.
    Es como con el automovilismo. Nos envenena pero nos facilita “objetivos” de la vida cotidiana. (Habría que hacer un aparte aquí, cuando el veneno ni siquiera nos facilita la vida cotidiana, como cuando algunos “tradicionalistas” se aferran a seguir viajando al centro en auto, a menudo solos, y se “matan” a bocinazos porque se trancan en casi todas las esquinas. Pero esto no pertenece a la ecología sino a la psiquiatría; perdieron el juicio de realidad.)
    Volvamos al glifosato (que siempre se da con otros agrotóxicos que hace el combo aun más peligroso). La comodidad consiste en que rociás y las plantas se mueren. Alguna resiste, aprende a sobrevivir aun intoxicada, pero en tal caso, el “agrónomo” te provee de una dosis más fuerte.
    ¿Y con ello? No hay que carpir. No hay que cortar, tronchar. Adiós a las herramientas de mano. No aceptar el trabajo humano (los trabajadores son muy trabajosos…).Y menos todavía aceptar la presencia de maleza como un hecho de la naturaleza. El veneno suprime esfuerzos. Por eso “tienta” a las autoridades y a los encargados. Vos hacés la aspersión y las plantitas se mueren. Desaparecen. ¿Querés algo más cómodo?
    ¡Pero hay gente que no se conforma con nada! No quieren veneno en las plazas para los niños ni al lado de las vías. Y por la misma razón, porque todos sabemos que lo que comemos viene tan a menudo “mejorado” con aditivos y pesticidas, cuando se produce la crisis económica, financiera, material, alimentaria, de 2001, muchos vecinos iniciarán huertas.
    Huertas barriales, familiares, colectivas, cooperativas… Casi siempre orgánicas. Como decía la fundadora de un MTD matancero, paraguaya y sabia: “si ya no podemos comprar porque ni plata tenemos, y tenemos que volver a hacer nuestros alimentos, en los terrenitos que tenemos o en los que podemos disponer, hagamos comida, pero sana, sin venenos, sin agregados químicos insalubres… para hacer, hagamos bien”.
    Claro que con la normalización inevitable, necesaria la vida cotidiana pareció reencarrilarse. Y “la gente” volvió a comprar en los supermercados, y volvió a comprar los mismos productos que antes, con sus mismos ingredientes…
    Pero nunca fue un retorno completo. La semilla de la duda por la calidad alimentaria, la semilla de la desconfianza ante la presencia de tóxicos en tantas comidas, quedó aleteando en muchos espíritus. Y diversos emprendimientos en esta mismísima ciudad de Buenos Aires, dentro de la Gral. Paz y también más afuera de ella, han persistido o se han recreado.
    Por ello, existen, sin las luces mediáticas, diversos agrupamientos, pequeños, dispersos de vecinos que nos reunimos para obtener alimentos u otros elementos para la vida cotidiana, que se elaboran sin los componentes habituales.
    Por ejemplo, mermelada sin edulcorantes que constituyen -todos los conocidos- una amarga historia. Y que carecen de conservantes químicos porque un cierre al vacío alcanza y sobra para preservar productos artesanales muchos meses.
    O que gestionamos con un tambo orgánico, lácteos sin antibióticos, porque lo que nos preserva es la calidad de la producción misma, no el echarle “preventivamente” remedios antes de que se enferme.
    O recibir distintas verduras y productos de huerta de quien planta sin usar agroquímicos. Y que cuida las plantas con azada y laya, sin envenenar.
    Claro que tales agrupamientos son pequeños. Nos contamos por docenas. O por media docena en cada barrio. Poco y nada. Pero nos reconocemos a nosotros mismos como el ensayo para aprender a comer más sano.
    Algo de lo que pretendía Cés mudándose a Lobería. Y que no pudo ser.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Amigo lector: si usted ve enfundados en sus máscaras antiguas, si puede fotografíelos y envíennos el material o el dato ([email protected]). O puede enviarlo directamente al corr-e [email protected] que tienen un sitio en Internet: http://glifosatoenbuenosaires.blogspot.com
(de donde tomamos la foto publicada)


Revista El Abasto n°125, octubre 2010.


 

 

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