El glifosato:
un hilo conductor
a la resistencia vecinal
El lector habrá leído la carta
que publicamos en el número anterior
que tenía dos anexos: nuestra introducción
“histórica” y el recuadro
acerca de la presencia del glifosato no
sólo en el campo sino en las plazas
de la ciudad…
Como para
que nadie se haga (egoístas) ilusiones
de que la realidad denunciada pasa “en
el campo” y que nosotros en la ciudad
estamos a cubierto.
Por cierto que hasta hace
unas décadas, cualquier médico
sabía que el aire de campo era el
más sano para restaurar organismos
debilitados por algunas enfermedades. Hoy
en día, eso va perdiendo sentido,
lo cual no quiere decir que el aire urbano
se haya saneado sino que el rural está
impregnándose cada vez más
de tóxicos. Y el testimonio de María
José Cés es clarísimo
al respecto.
Pero la ciudad, lamentablemente no sólo
conserva los suyos sino que también
los ha aumentado: basta pensar en el parque
automotor, cada vez mayor y las calles,
consiguientemente cada vez más gaseadas…
La cuestión del envenenamiento
es compleja. El veneno como solución
ante lo que molesta abarca mucho más
que los casos puntuales que uno pueda imaginar.
Así como
en el campo se recibe el veneno provisto
por laboratorios, pero luego el contenedor
de ese veneno, el aparentemente “inocente”
bidón que lo transporta termina siendo
una nueva fuente de veneno ambiental, porque
los “productores rurales” suelen
hacer enormes fogatas para sacárselos
de encima y esa quema de plásticos
significa dioxinas (de los venenos más
temibles que se conocen), aquí en
la ciudad, el glifosato es usado en plazas
y vías férreas para “comodidad”
de quien se quiere desembarazar de yuyos.
Tomémonos un instante
para reflexionar sobre el significado social,
ambiental y sanitario de esos “fumigadores”
con máscaras y aparatos con gas bombeado,
que van fumigando los bordes de las vías
a la vista y paciencia de todos nosotros,
en general ajenos, indiferentes e ignorantes
de lo que eso significa.
La difusión de veneno ha pasado a
ser normal en nuestras vidas cotidianas.
Y eso sí es grave y anormal…
Porque estos “fumigadores”
en realidad están esparciendo veneno
en el suelo que a veces pisamos y en el
aire que el viento alcanza hasta nuestros
pulmones.
¿Por qué se difunde tanto
si es veneno? Porque es cómodo.
Es como con el automovilismo.
Nos envenena pero nos facilita “objetivos”
de la vida cotidiana. (Habría que
hacer un aparte aquí, cuando el veneno
ni siquiera nos facilita la vida cotidiana,
como cuando algunos “tradicionalistas”
se aferran a seguir viajando al centro en
auto, a menudo solos, y se “matan”
a bocinazos porque se trancan en casi todas
las esquinas. Pero esto no pertenece a la
ecología sino a la psiquiatría;
perdieron el juicio de realidad.)
Volvamos al glifosato
(que siempre se da con otros agrotóxicos
que hace el combo aun más peligroso).
La comodidad consiste en que rociás
y las plantas se mueren. Alguna resiste,
aprende a sobrevivir aun intoxicada, pero
en tal caso, el “agrónomo”
te provee de una dosis más fuerte.
¿Y con ello?
No hay que carpir. No hay que cortar, tronchar.
Adiós a las herramientas de mano.
No aceptar el trabajo humano (los trabajadores
son muy trabajosos…).Y menos todavía
aceptar la presencia de maleza como un hecho
de la naturaleza. El veneno suprime esfuerzos.
Por eso “tienta” a las autoridades
y a los encargados. Vos hacés la
aspersión y las plantitas se mueren.
Desaparecen. ¿Querés algo
más cómodo?
¡Pero hay
gente que no se conforma con nada! No quieren
veneno en las plazas para los niños
ni al lado de las vías. Y por la
misma razón, porque todos sabemos
que lo que comemos viene tan a menudo “mejorado”
con aditivos y pesticidas, cuando se produce
la crisis económica, financiera,
material, alimentaria, de 2001, muchos vecinos
iniciarán huertas.
Huertas barriales,
familiares, colectivas, cooperativas…
Casi siempre orgánicas. Como decía
la fundadora de un MTD matancero, paraguaya
y sabia: “si ya no podemos comprar
porque ni plata tenemos, y tenemos que volver
a hacer nuestros alimentos, en los terrenitos
que tenemos o en los que podemos disponer,
hagamos comida, pero sana, sin venenos,
sin agregados químicos insalubres…
para hacer, hagamos bien”.
Claro que con la
normalización inevitable, necesaria
la vida cotidiana pareció reencarrilarse.
Y “la gente” volvió a
comprar en los supermercados, y volvió
a comprar los mismos productos que antes,
con sus mismos ingredientes…
Pero nunca fue un
retorno completo. La semilla de la duda
por la calidad alimentaria, la semilla de
la desconfianza ante la presencia de tóxicos
en tantas comidas, quedó aleteando
en muchos espíritus. Y diversos emprendimientos
en esta mismísima ciudad de Buenos
Aires, dentro de la Gral. Paz y también
más afuera de ella, han persistido
o se han recreado.
Por ello, existen,
sin las luces mediáticas, diversos
agrupamientos, pequeños, dispersos
de vecinos que nos reunimos para obtener
alimentos u otros elementos para la vida
cotidiana, que se elaboran sin los componentes
habituales.
Por ejemplo, mermelada
sin edulcorantes que constituyen -todos
los conocidos- una amarga historia. Y que
carecen de conservantes químicos
porque un cierre al vacío alcanza
y sobra para preservar productos artesanales
muchos meses.
O que gestionamos
con un tambo orgánico, lácteos
sin antibióticos, porque lo que nos
preserva es la calidad de la producción
misma, no el echarle “preventivamente”
remedios antes de que se enferme.
O recibir distintas
verduras y productos de huerta de quien
planta sin usar agroquímicos. Y que
cuida las plantas con azada y laya, sin
envenenar.
Claro que tales
agrupamientos son pequeños. Nos contamos
por docenas. O por media docena en cada
barrio. Poco y nada. Pero nos reconocemos
a nosotros mismos como el ensayo para aprender
a comer más sano.
Algo de lo que pretendía
Cés mudándose a Lobería.
Y que no pudo ser.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]
Amigo lector: si usted
ve enfundados en sus máscaras antiguas,
si puede fotografíelos y envíennos
el material o el dato ([email protected]).
O puede enviarlo directamente al corr-e
[email protected] que tienen
un sitio en Internet: http://glifosatoenbuenosaires.blogspot.com
(de donde tomamos la foto publicada)
Revista El Abasto n°125,
octubre 2010.