Y nos dijeron que era necesario
ver para creer. Que la razón era
el instrumento más poderoso con el
que contaba el ser humano para desarrollar
sus tácticas y estrategias, para
consolidar proyectos y sostener ilusiones.
Y nos dijeron “pienso, luego existo”
y nuestros parámetros acerca de nuestros
propios limites se configuraron en torno
a la lógica de lo exacto, de las
variables factibles de ser medidas y controladas
por un supuesto saber. Y nos mostraron un
puñado de sistemas y sus contraposiciones
y el cierre del juego en blancos y negros
sin matices, sin sabores y así sostuvieron
la magnánima leyenda de lo que consideramos
real, determinante e inmodificable. Asumimos
el espejo sin distorsión, la razón
sin pasión y al poder sin potencial
real de cambio. Nos mostraron un camino,
una forma y determinadas etiquetas. Nos
marcaron el tiempo y el espacio donde jugar
al juego. Nos enseñaron algo acerca
del miedo y la cautela y algo más
sobre la impericia de los sueños.
Y sobre estas líneas reposa la política
de la representación y la política
de la creación. La política
del actor y la política del amante,
del guerrero. La política que se
atrinchera acorralada en sus propias limitaciones
por no comprender que el saber y el poder
no reposan en la lógica de las certezas
sino en la movediza incertidumbre del poder
como potencia, en el desacuerdo de las líneas,
en la contradicción de las formas
y en el refugio del corazón.
Nos pidieron silencio y callamos. Nos pidieron
compresión y cedimos al punto de
que hoy las verdades mas cruentas que estallan
frente a nuestros ojos son parte de un paisaje
decorado, vacío de contenido y de
sentido, viciado de negación y de
conformismo.
Todo esta dado vuelta.
Todo esta invertido.
La farsa se ha instalado, y ya no vemos
la tragedia de este hecho.
Laura Pinery
Revista El Abasto, n° 127 , diciembre
2010.