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Pros y contras de la SUBE

Tarjetas magnéticas e información: una relación esquiva

No hace tanto tiempo, en pleno verano, y tal vez el lector memorioso recuerde “el furor” con que la tarjeta SUBE se convirtió por unos días en “el tema” de la ciudad.
El lenguaje del poder suele ser esquivo, por eso es tan infrecuente escuchar la verdad desde donde oficialmente se la emite (y lo peor es que a la vez es sumamente infrecuente escucharla desde, por ejemplo, la oposición), pero en pleno enero de este año, en un rapto de inesperada sinceridad, un semanario con forma de cotidiano, Miradas al sur, que no se puede catalogar en modo alguno como hostil al gobierno nacional, tituló, hablando de la puesta en circulación de la tarjeta SUBE “cómo apurar un cambio estructural”.
Una forma de decir tácitamente que las colas enormes que se formaron y las pérdidas de tiempo y angustia generadas en tantos laburantes, transeúntes y viajeros, estaban perfectamente inducidas.

La tarjetización de la sociedad tiene sus bemoles. Las hay tiránicas, como las telefónicas que so pretexto de abaratar muy considerablemente llamadas que en realidad están muy, pero muy caras en el mercado internacional*, tienen un vencimiento tan acotado (por ejemplo, 90 días) que muy a menudo el usuario no termina de usarla… Aritméticamente, si el usuario usó la mitad de su valor, en rigor pagó el doble la tarifa.
La tarjeta SUBE tiene un dispositivo “en un solo paso”, que no hace fácil la información al usuario.
Las tarjetas imprimibles, por ejemplo, permitían, en el subte controlar siempre el saldo. Pero la SUBE responde al carácter de fauce abierta y tragona que tiene el dispositivo. Si uno pone la tarjeta apenas cerca del dispositivo que la franquea el paso y el usuario no pudo leer el saldo, ni se le ocurra querer leerlo más detenidamente, no bien reacerque la tarjeta –ni siquiera necesita apoyarla– ya el artefacto le ha “comido” otro pasaje.
Eso sucede porque el dispositivo carece de la opción de informarse. Está sólo para tragar. A repetición.
Los artefactos ahora dispuestos en todos los colectivos y estaciones tienen seguramente una posición “tranquila”, que permita conocer saldos sin proceder a descontar dinero del saldo. Pero los colectiveros parecen tener el dispositivo siempre en posición de “cobro ya y estoy aguardando al otro”, cobros a repetición. Jamás lo ponen en “punto muerto”, con lo cual cualquier roce de la tarjeta registra una nueva quita. Como si a un colectivo estuvieran subiendo permanentemente pasajeros que, de a tres o cuatro, pagaran con la misma tarjeta.
Tal conducta es reforzada por muchos colectiveros con una resistencia evidente a habilitarle al pasajero la información del saldo en tarjeta. Para lo cual -aunque jamás hemos logrado completar este diálogo con un conductor- suponemos que quien maneja vehículo y recaudadora debería estar en condiciones de poner a la “tragona” en posición “libre”, pura “info”.
Para remate, las SUBE funcionan en diversos artefactos electrónicos y algunos son tan, pero tan chicos, que se nos hace difícil a los que no tenemos vista óptima, leer las miniventanitas.
Este desconfiado cronista está convencido que la estructura de SUBE, de cobro inmediato y sin apelación, es un mecanismo diseñado para beneficio empresario.
Y que, en cambio, el derecho del usuario a tener una idea de sus gastos, está subalternizado.
Con lo cual diría que los usuarios somos más víctimas de tarjeta que usuarios de.
Se podría haber diseñado una tarjeta que habilitara permanentemente dos momentos; uno informativo y otro decisivo o al menos una tarjeta con dos momentos optativos (que se pudiera usar lo informativo primero o no).
Pero por alguna razón se eligió una tarjeta modelo “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.
Y algo llamativo: para implantar SUBE jamás escuchamos discusión entre los gobiernos nacional y comunal.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

* Aunque parezcan cifras y proporciones increíbles, las he calculado con la mayor precisión aritmética: hace unos años la tarifa telefónica, calculada entonces estrictamente para teléfonos de línea, era unas 64 veces más cara en Argentina que en Suecia; con la implantación de tarjetas, los mismos servicios pasaron a costar la octava parte que las llamadas por discado directo. Enorme ahorro… pero las llamadas de tarjeta todavía octuplicaban las tarifas suecas. Observe el lector que no estamos hablando de que eran un 8% más caras, o un 80%… sino un 700% más caras que en un país con sueldos promedialmente mucho más altos (al menos entonces) que los argentinos. Una “prueba del nueve” de que las telefónicas transnacionales que hicieron su agosto con la Argentina menemiana, obtenían sus mayores ganancias en países del Tercer Mundo, porque sus ganancias en los países “centrales” estaban mucho más acotadas.
Subiría en julio el pasaje de colectivo para los que no tienen SUBE
La nueva tarifa para quienes viajen sin la tarjeta SUBE iba a regir a partir del 3 de marzo, según había comunicado el Gobierno a principios de año, pero todo quedó en suspenso tras la tragedia ferroviaria de Once.
Cuando se hizo el anuncio del aumento para los pasajeros que opten seguir pagando el boleto del colectivo con monedas no se informó cuál sería el nuevo valor del pasaje, y aún sigue siendo una incógnita.
Según empresarios del sector, en declaraciones que reproduce el diario Clarín, el boleto mínimo, actualmente en $1,10, pasaría a $2,20, mientras que el de $1,20 subiría a $2,30. La información le fue comunicada a los dueños de los colectivos que circulan por el área metropolitana por técnicos de la Secretaría de Transporte, de acuerdo al matutino.
Actualmente, según datos oficiales (dice Infobae el 1ero de junio) se entregaron casi 11 millones de SUBE. A la hora de analizar su uso en los colectivos, en promedio, el 55% de los usuarios del Gran Buenos Aires paga el pasaje con la tarjeta mientras que en la Capital el empleo del plástico llega al 65 por ciento.

Revista El Abasto, n° 144 , junio 2012.


 

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