"Yo tenía nueve años,
vivía en el pueblo de Banfield,
y mi familia era la única del barrio
que lucía una radio caracterizada
por una antena exterior realmente inmensa,
cuyo cable remataba en un receptor del
tamaño de una cajita de cigarros
pero en el que sobresalían brillantemente
la piedra de galena y mi tío, encargado
de ponerse los auriculares para sintonizar
con gran trabajo la emisora bonaerense
que retransmitía la pelea.
Buena parte del vecindario se había
instalado en el patio con visible azoramiento
de mi madre; y el patriotismo y la cerveza
se aliaban como siempre en esos casos
para vaticinar el aplastante triunfo de
aquel que los yanquis habían llamado
el toro salvaje de las pampas, y que era
sobre todo salvaje (…).
Fue nuestra
noche triste; yo, con mis nueve años,
lloré abrazado a mi tío
y a varios vecinos ultrajados en la fibra
patria."
Julio
Cortázar
El Aguante
En el anochecer
del viernes 14 de septiembre de 1923 una
multitud de porteños se agolpaba
frente a las pizarras del diario Crítica.
Adentro, por medio de altavoces se transmitía
la lectura de cables informativos y amenizaba
la jornada un ignoto joven llamado Chavero.
Era nada menos que Atahualpa Yupanqui.
El diario La Nación dispuso un
complejo aparato telegráfico que
permitía contar la noticia al “instante”.
Allí hubo más de diez mil
porteños en vilo. En el Palacio
Barolo, su enorme faro daría las
novedades a toda la ciudad de Buenos Aires
mediante luces de color: roja si triunfaba
Dempsey; verde, si vencía Firpo.
El Diario los Andes de Mendoza colocó
una pantalla donde se escribía
el desarrollo del combate round por round
y haría sonar su sirena antiaérea
dos veces si Firpo ganaba y sólo
una si ganaba Dempsey. En lejanos pueblos,
los jefes de Correos y Telégrafos
junto a los radioaficionados ayudaban
a los vecinos a armar receptores para
escuchar las dos radios porteñas
que lo “transmitirían”:
Sud América y Cultura. Un mar de
gente optó por hacer el aguante
en el Luna Park: pagaron 50 centavos para
escuchar codo con codo una retransmisión
de Sud América. Quienes tenían
un receptor, recibían a decenas
de vecinos que nunca se saludaron. En
cada uno de los cien barrios, el estrés
hacía estragos hasta que se escuchó
la primera noticia: "21.56 El match
está por comenzar". Técnicamente,
el sistema utilizado para irradiar las
noticias era algo tortuoso. Intervenía
en el país la Transradio Internacional
en combinación con la Radio Corporation
of America, que por medio de una poderosa
estación transmisora en Rocky Point,
Long Island, distante setenta millas de
Nueva York, emitiría desde el "ring-side"
de Polo Grounds.
Los mensajes se enviarían en sistema
Morse para ser captados en Buenos Aires.
Se trataba de una transmisión radiotelegráfica
y no radiotelefónica en ondas cortas
y para mayor complicación los radiogramas
debían ser redactados en código
especial. Iban dirigidos a Radio Sud América
que se había reservado los derechos
de publicación. El personal de
descifradores de Radio Sud América
se había ubicado en la estación
Radio Cultura Estación Palermo,
que era quien a la postre iba a irradiar
la noticia. Un enorme rumor de algarabía
se levantó por todos lados cuando
por las radios se escuchó "Primer
round empatado". Nadie quiere recordar
la última noticia que llegaría
minutos después.
17
Segundos
En la ceremonia de pesaje, el Dr. William
Walker advirtió que Firpo tenía
una lesión en su brazo izquierdo.
Para el médico, Firpo no podía
competir y la pelea debía suspenderse.
Pero el Toro estaba dispuesto a evitar
cualquier cancelación. Todo el
esfuerzo que había hecho para llegar
allí no iba a ser postergado por
ningún obstáculo, ni siquiera
su propia dolencia. Fue así que
frente a las interpelaciones del médico,
Firpo cerró su puño y le
asestó un golpe a un banquillo,
partiéndolo. Con los dientes apretados,
dibujando una sonrisa para ocultar el
padecimiento, convenció con ese
gesto al presidente de la Comisión
Médica William Muldoon. Bañado
en sudor y sin emitir queja alguna, toda
su humanidad soportó el terrible
dolor con el fin de no ser descalificado
y llegar al día tan esperado. Finalmente,
ese brazo dolorido e hinchado se mantuvo
vendado hasta momentos antes de la pelea
del siglo. Pelearía a lo guapo.
Las luces del estadio
bajan su intensidad y toda la atención
está puesta sobre el ring. Firpo
estaba en su rincón, con su espantosa
bata de color amarillo y negro con puños
y cuello en color púrpura, agigantado
por el damero de su tela. Camina por su
rincón, observa, piensa su mente
la apertura de la partida. Al instante
sube Dempsey blanco e inmaculado como
era deseable para el pueblo norteamericano
de la primera posguerra. Ambos se saludan
con un apretón de manos distanciadas
prudentemente por el grosor de los guantes,
pero el gesto es el mismo. Un instante
de humanidad antes de la contienda. El
árbitro convoca a los púgiles
al centro del cuadrilátero y en
un lenguaje mitad señas, mitad
espanglish ágil e irreproducible
le da las consignas que él mismo
no cumplirá.
Firpo y Dempsey se saludan
con un golpe seco de puños y se
retiran a sus rincones. ¡Segundos
afuera! es la orden seca y contundente
para que todos se retiren y dejen desnudos
y definitivos a los míticos protagonistas.
Las miradas no dejan lugar
a dudas, medirse, encontrarse, entenderse
y hallar la debilidad del contrincante.
Para un Dempsey absolutamente formado
en técnicas y disciplina pugilística,
era la premisa. Para un jovencísimo
Firpo puro coraje, fuerza y determinación,
era la consigna de un duelo de honor.
Comienza el primer round
y Dempsey avanza implacable sobre un Firpo
sorprendido. Dempsey sabe que si logra
aturdirlo, tendrá una oportunidad
frente al “Toro Salvaje de las Pampas”.
Firpo golpea, golpea y golpea. De tanto
intentarlo, de tanta mano incierta, una
llega, contundente y precisa sobre “El
Asesino de Manassa” y lo desinfla.
Con una derecha plena sobre las costillas,
Firpo lo arrodilla al campeón y
lo deja sin aire.
Dempsey no iba a admitir
que un extranjero insolente, menos aún
que el “plesiosauro argentino”
le sacara alguna ventaja. Así,
recuperándose como un resorte,
pone toda su técnica al servicio
de descolocar a Firpo. Siete veces lo
tira en la lona, pero el Toro siete veces
cae y siete se levanta.
Firpo avanza sobre Dempsey
en forma implacable, es ahora o nunca.
Como el Toro Salvaje -que sabe que es-,
se abalanza sobre el campeón que
retrocede ante uno, dos, tres… nueve
golpes de derecha imparables. La novena
es un martillazo que Firpo le conecta
debajo del mentón desterrándolo
del ring. El campeón sale despedido
y cae despatarrado fuera del cuadrilátero.
La imagen de su cuerpo que ya ha pasado
entre las cuerdas media e inferior, con
la cabeza colgando hacia abajo y los pies
en el aire, queda inmortalizada. George
Bellows, el anarquista de Woodstock, pinta
al óleo ese instante irrepetible
–del cual fue testigo– y que
se convierte en un póster clásico
americano.
Dempsey se derrumbó
noqueado sobre la primera fila de la prensa,
golpeando su cuello y su cabeza contra
las máquinas de escribir. Sus casi
cien kilos muertos cayeron -como una bolsa
de papas- sobre un juez de la pelea: “Kid”
McPartland y sobre los periodistas Jack
Lawrence, Frank Menke, Walter Winchell;
Perry Grogan (operador de telégrafos
de la Western Union) y el cronometrista
Hipe Igoe. En su derrumbe, llegó
hasta la falda del ilustrador George Bellows
quien lo insultó a viva voz. Gracias
a este último, Dempsey no se estrelló
contra el suelo, dado que sus piernas
frenaron la caída. Finalmente,
ese grupo de siete personas lo levantan
y lo ponen de nuevo sobre el ring, mientras
el árbitro, Johnny Gallagher se
hacía el pelotudo. Dempsey no hubiera
reingresado al cuadrilátero de
no mediar esa “ayuda” ilegal.
Luego del conteo, Dempsey
recibió tres directos de parte
de Firpo. La emoción de la pelea
mantenía en vilo a los porteños.
De esa manera culmina el primer round
sembrando esperanzas en que el próximo
campeón mundial de todos los pesos
sería argentino.
Mientras tanto en los
rincones se llevaba a cabo otro combate.
Dempsey desarmado y con la visión
doble, se desploma en el banco en medio
del abucheo y silbatina de todo el estadio.
Su manager Jack Kearns aúlla pidiendo
por las sales para reanimarlo y el ruido
no le permite escuchar los gritos del
entrenador Jerry Ludvadis que le dice
que él las tiene en su bolsillo.
Finalmente las encuentran y logran reanimarlo
lo suficiente como para volver a la pelea.
“Yo estaba viendo doble. Cuando
sonó el timbre, salí a golpear
a cada uno de los Firpos que veía”.
Suena la campana y como
si nada hubiera pasado, da comienzo el
segundo round. Falla Dempsey un gancho
izquierdo, y Firpo le conecta una derecha,
Dempsey no cae porque se agarra de la
cintura de Firpo, quien levanta los brazos
e ingenuamente llama al árbitro,
recibiendo en ese descuido, un potente
gancho que lo tomó desarmado -Firpo
se encontraba con la cabeza ligeramente
vuelta hacia el árbitro Gallagher.
Mientras Firpo lucha por levantarse y
el árbitro Gallager está
contando, Dempsey le pega –aún
cuando el argentino estaba con los dos
guantes sobre la lona-, cuando debería
haber estado en un rincón neutral.
El cuerpo de Firpo se
desploma sobre el cuadrilátero.
Valientemente hizo dos esfuerzos para
ponerse nuevamente de pie. 4,5,6…
el juez seguía la cuenta de protección
a ritmo constante y sonante. Firpo logra
ponerse de rodillas. El hombre que había
sido protagonista de la Pelea del Siglo,
giró sobre el vientre y dobló
su pierna derecha, luego la izquierda
y 8,9… out!. El griterío
se vuelve insoportable. Lo primero que
aparece junto a él es la figura
de Dempsey que se acerca sabiendo de las
infracciones e injusticias que habían
ocurrido en el combate. Y como queriendo
conjurar a la historia, intentando borrar
el deshonor, voluntariamente extiende
sus brazos, lo toma a Firpo por la cintura
y lo ayuda a levantarse.
Los colaboradores de Dempsey
se lo llevan a su esquina en medio de
una algarabía general. En el rostro
de Dempsey, del campeón que ha
logrado retener el título, no hay
sonrisas, hay sí incomodidad, fastidio,
preocupación, malestar. No deja
de mirar al Toro, vuelve a ir al rincón
de Firpo y lo saluda, le habla, algo se
dicen. Firpo y Dempsey se miran, con una
comprensión cabal de las circunstancias.
El campeón no ha jugado limpio
y mantiene su título mediante una
escandalosa estafa; Jack lo sabe. La mirada
firme y digna de un Luis que se la banca,
le hace daño. Es vergüenza
ajena.
Los separan nuevamente.
A Firpo se lo llevan sus segundos. A Dempsey
se lo llevan los fotógrafos. Es
una gloria mal parida.
¿Cuántos
segundos estuvo Dempsey fuera del ring?,
se preguntó el periodista argentino
Horacio Estol e inmediatamente fue en
busca de Leo Britton (el gerente general
para la Argentina de la compañía
cinematográfica RKO). Lo encontró
en los laboratorios e inmediatamente lo
increpó “no me diga que van
a cortar la película” a lo
que Britton, suficientemente molesto,
le juró que no. “Ya estuvo
por aquí “Doc” Kearns
exigiendo que lo hiciéramos pero
lo eché de los estudios, a mi nadie
me da órdenes”, dijo. “Las
cámaras rodaban a sesenta pies
de película por minuto, un pie
por segundo. Dempsey estuvo fuera del
ring, exactamente 17 segundos...eso nadie
lo va a poder negar”, afirmó.
Pero como a la historia la escriben los
que ganan, finalmente a la película
le recortaron doce segundos.
Aquí en Argentina,
el desconsuelo no tiene fin. El locutor
de Radio Sud América, no podía
con su alma. Sin resignarse al final que
la historia de la corrupción le
diera a ese combate, desgarra su frase
última para la afición que
siguió atónita la Pelea
del Siglo: ¡Luis Ángel Firpo,
el futuro campeón mundial de todos
los pesos, perdió por KO en el
segundo round!".
Cinco semanas después
el árbitro Johnny Gallagher será
suspendido por la Comisión Municipal
de Nueva York, por seis meses, debido
a su perverso desempeño en el evento
deportivo más importante de todos
los tiempos. En Buenos Aires, el 2 de
octubre de 1954, Dempsey expresó
que aún no entendía por
qué Firpo no había sido
declarado ganador de esa pelea, reconociendo
así, que él había
perdido -el 14 de septiembre de 1923 en
el Polo Grounds de Nueva York-, su título
de Campeón Mundial frente al Toro
Salvaje de las Pampas.
Viviana Demaría
y José Figueroa
[email protected]
Véase recuadro:
Firpo,
El Abasto y la sopa de cebolla