Alta posicionamiento en buscadores y directorios Abasto

            

Agregar a Favoritos | Buscar | Preguntas | Mapa del sitio | Contactar |

INICIO HEMEROTECA CARTELERA LINKS CONTACTO BUSCAR

 


 


 

Folletín en capítulos que muestra un Abasto futuro, año 2050, luego de una gran inundación mundial, debida al recalentamiento que además produce un clima tropical. Los servicios han colapsado y la naturaleza invade lo que una vez fue la ciudad.

Gardelia

Los brazos fluorescentes de la enredadera envolvieron a Gardelia. El contacto áspero de los pelos vegetales le producía una sensación conocida. Le traían recuerdos muy primitivos. Una reminiscencia de haber estado en los brazos de alguien muy familiar. ¿Su padre?
Un aroma empalagoso la embriagaba mientras los lazos colosales de la planta la sujetaban cada vez con más firmeza. Empezaban a sofocarla.
La fuerza de la planta la arrastraba hacia la oscuridad del pantano mientras ella se resistía forcejeando y debatiéndose entre el placer y dolor.
Cuando estuvo a punto de abandonarse a la voluntad de aquello más poderoso, un resplandor dorado y circular fue imponiéndose frente a ella disipando toda inquietud.
El sol asomando por la ventana, la devolvía a la realidad de su departamento, aunque persistía aún el aroma de la Campanula gigante que trepaba varios pisos hasta su balcón. La flor empezaba a cerrarse para volver a abrirse a la noche, en un ritual lunar exacto.
Sintió en su cuerpo y en las sábanas la humedad ahora fría, del sudor.
Un pudor sin explicación la invadió. En los últimos meses algo estaba cambiando en su cuerpo.
Eran muchos cambios a la vez.
Comió algunos trozos de galleta con unos mates y se asomó al balcón. Le parecía irreal que a partir de hoy empezara a trabajar en la “catedral“, como ella lo llamaba. El antiguo shopping y aún más antiguo Mercado del Abasto.
Era de los pocos edificios de la ciudad cuya estructura había resistido la gran inundación del 2042. Hacía ya ocho años que la historia del mundo se empezaba a reescribir en nuevos escenarios.
Buenos Aires, como cientos de ciudades a lo largo y ancho del planeta, estaba sumida en la anarquía, organizada apenas en comités barriales abandonados por el poder central.
Las autoridades institucionales y el poder económico habían huido al interior junto con el grueso de la población.
El clima ahora tropical era apenas soportable. La radiación excesiva por problemas en la atmósfera estaba empezando a hacer mutar a plantas e insectos a tamaños descomunales.
-¡Animal del Demonio!- Gardelia escuchó a su vecino del otro lado del muro.
Un golpe brutal hizo temblar la pared tirando del estante a sus muñecos preferidos
Como todas las mañanas sonó el timbre de su departamento y ella resignada abrió.
- Disculpame piba. Pero cada vez que ato a la bestia para salir a trabajar empieza con las patadas- dijo el hombre precipitándose sobre Gardelia.
- No se haga problemas- respondió ella empujando con una mano al vecino maloliente, mientras con la otra presionaba la puerta para que el tipo no entrara.
Otro golpe más y minutos después vio al sujeto con su mula cruzando el puente colgante con precario equilibrio.
Cómo podía ser que hasta la semana anterior ella hubiese estado cuidando gallinas y dando de comer a los cerdos de ese vecino tan desagradable que se dedicaba a usurpar departamentos para tales propósitos. Le parecía increíble y lejano.
Increíble, como también que hubiera sido rescatada de esos menesteres por su nuevo patrón, un anciano anticuario que junto con otros comerciantes se había instalado en el interior del gran edificio de la calle Corrientes. El rubro había prosperado.
La ciudad escondía miles de tesoros abandonados en sótanos y departamentos. Pertenencias que la gente no había podido llevar consigo.
Comerciantes de países ricos que estaban mejor organizados venían a llevarse por poco dinero los restos. Sin contar los piratas asiáticos que instalaban sus barcos a pocos kilómetros de la costa y saqueaban de noche la ciudad, incursio-nando cada vez con mayor audacia.
La ciudad no era segura. Pero Gardelia sabía defenderse.
Casi como un reflejo matutino, entre mate y mate, se dedicó a revisar el arpón neumático. Controló el mecanismo del arma, las puntas intercambiables, el rollo de cable de acero. Luego la soga y los arneses que utilizaba también para su deporte favorito: entraba y salía de su edificio colgada de las paredes exteriores, como lo hacían otros chicos del barrio.
Estaba tan concentrada que no se dio cuenta que alguien pendía afuera como una araña sostenida por su tela.
-¡Ay, estúpido!- reprochó ella a un amigo que le hacía morisquetas boca abajo en el vacío. ¿Qué querés?
El mantenía la pose estrafalaria.
- ¿Qué querés, tarado?
- ¿No íbamos a salir?
- ¿Adonde tonto?
- A salir, qué se yo. ¿O tenés que ir a darle besos a los chanchos?
- Eso se acabó, nene… Ahora voy a ser anticuaria.
El muchacho en lugar de soltar la carcajada empezó a girar peligrosamente en el aire como gesto de burla.
-Vos reíte, ignorante.
Como ella se mantuvo indiferente el muchacho incrédulo desapareció.
Gardelia se acercó al espejo y se dedicó a arreglarse. Peinó infinitamente su cabello. Una y otra vez, y en cada movimiento suave podía entenderse un anhelo secreto. Una promesa no dicha, a cumplir.
Ella era una flor que despertaba al mundo una vez más sin importar las circunstancias.
Emprolijó su ropa gastada y antes de salir acomodó los muñecos derribados. Llevaba a cada uno a su lugar en el estante repasando con cuidado en su mente el recuerdo correspondiente. Despacio, uno por uno.
Quizás fuera la última vez que se tomaría ese trabajo.
Pero faltaba una muñeca. La “rayito de sol”, que le hubiera regalado el anticuario hacía pocos meses.
Revisó en el piso, sobre los pocos muebles, debajo de la cama. ¿Dónde diablos estaba?
Y se dio cuenta al ver el brazo de la enredadera reptando milimétricamente dentro de su casa.
- ¡Otra vez vos!
Se asomó y de un tirón recuperó la muñeca que lentamente era robada por otro brazo de la planta.
¿Tendría que podarla de una vez por todas?
No se terminó de decidir. Tal vez también fuera una adolescente.
Después de asegurarse de no dejar nada a mano de la intrusa, tomó su mochila y se descolgó por la pared para presentarse en su nuevo trabajo.
Ya se le había hecho demasiado tarde.

Texto: Daniel Tocchini
Ilustracion: Javier Dubra

Revista El Abasto, n° 56, mayo 2004.

Más Gardelia:

El reloj

Mi Buenos Aires querido

gardelia.blogspot.com

 
 

 

 

 

 

 

 

Copyright www.revistaelabasto.com.ar - Mientras mencione la fuente permitimos su reproducción.