Folletín
que muestra un Abasto futuro,
año 2050, luego de
una gran inundación
mundial. Los servicios han
colapsado y la naturaleza
invade lo que una vez fue
la ciudad. Tercero y último
que publicamos, por ahora,
para dar lugar a otros escritores...
Mi Buenos
Aires querido
Un trabajo
extra. Nada desagradable
por cierto.
La comunidad japonesa había
donado al Abasto los peces
del jardín japonés,
ahora inexistente. El primer
subsuelo inundado fue alambrado
y convertido en piletones
de agua transparente donde
las criaturas nadaban entreteniendo
a los visitantes.
Gardelia , más que
feliz, era la encargada
de tirar todas las mañanas
las pastillas potabilizadoras
y alimentarlos.
El anticuario estaba celoso
de que ocuparan a la chica,
pero a la vez sabía
que la tarea le proveía
una distracción alternativa
a tanta sordidez.
- Vicente. Usted sabel que
hoy venil un contingente
lecién llegado de
compatliotas pala visital
el edificio, - dijo el japonés
presidente de la fundación
Amigos de las Carpas del
Abasto- y posiblemente también
le complen algo... así
que espelo que les haga
plecio.
El viejo lo miró
con calculada simpatía..
No iba a perder la oportunidad.
- Y la chica,- continuó-
quelemos que esté
cuando llegue la gente.
- No hay problema, Yosiuoko...
¡Gardelia vení!-
llamó a la muchacha
que estaba en el fondo del
local- andá con el
señor que te necesita.
Ella esperaba la invitación
para salir del local lleno
de cosas viejas, que por
momentos, la deprimían.
Quería solazarse
debajo del techo abombado
donde el sol entraba por
cada baldosa de vidrio formando
cientos de columnas de luz.
-Vos quelida, te vas a palal
celca de los peces para
sacales fotos a nuestlos
amigos -insistió
el nipón- vos tenés
que estal atenta polque
hoy viene un invitado especial.
A ella le daba lo mismo.
Asintió con la cabeza
y siguió concentrada
en la sensación de
bienestar que le provocaba
el resplandor circundante.
- ¿No tenés
otla lopa?-
Gardelia lo miró
con ingenuidad, sin comprender
que las roturas de sus prendas
no eran dignas para el acontecimiento
que se llevaría a
cabo.
El hombre se alejó
a su oficina que estaba
a unos pasos y volvió
con un kimono gastado, pero
aún colorido. Ella
excitada lo examinó
conteniendo la respiración
y se lo puso en forma poco
ortodoxa, mientras Yosiuoko
contrariado masculló
frases en su idioma, mientras
se alejaba.
Gardelia quedó a
solas junto a los peces
que se arremolinaban en
el borde, atraídos
no solo por la comida sino
también por la vestimenta.
Mientras echaba el alimento
vió su reflejo en
el agua y se imaginó
a si misma como una princesa
oriental junto a la fuente
de su palacio, alimentando
a los peces que le tiraban
besos con sus bocas mientras
esperaban la ración.
Perdió la noción
del tiempo y pasó
largo rato jugueteando con
el hambre interminable de
las carpas, mientras fabricaba
sobre la superficie del
agua historias de amor,
ahora con héroes
de ojos rasgados.
El sonido enclenque y sucio
del fonógrafo de
su patrón la devolvió
a la realidad. Sonaba un
tango del “mudo”,
por millonésima vez,
amplificado por el eco que
devolvía la enorme
estructura.
El viejo, había visto
de lejos a los japoneses
llegando a la puerta en
una lancha y sabía
que eran fanáticos
del Zorzal.
Gardelia se agitó
internamente como una novia
a punto de recibir en la
iglesia al prometido.
Unos veinte hombres pequeños
se movían por el
edificio sacando fotos a
diestra y siniestra mientras
eran cuidados celosamente
por custodios argentinos.
Ella notó que era
demasiada seguridad para
un contingente tan chico,
e inclusive los mismos visitantes
resguardaban discretamente
a uno de ellos.
Cuando estuvieron cerca
del estanque ella trató
de posar e inclusive sin
querer achicó los
ojos y ensayó una
sonrisa nipona. Un calor
ascendió hasta sus
mejillas y tomó conciencia
de su ridiculez, pero optó
por hacer morisquetas para
congraciarse con ellos.
El que permanecía
en el medio del grupo no
parecía japonés
y era muy joven a diferencia
de los otros.
Sus rasgos le resultaban
familiares.
Los hombres le pidieron
a una Gardelia desenvuelta
que los ayudara, ya fuera
disparando sus cámaras
o posando con el ropaje
alegórico.
Ella intrigada quería
conocer mejor al extraño
joven. Trataba de acercarse
como por descuido, pero
siempre alguien amablemente
la mantenía a distancia.
Mientras los turistas parecían
sentirse como en su casa
y ensayaban palabras en
castellano para simpatizar
con Gardelia, uno de la
custodia cayó al
piso sin doblarse, como
una columna. Todos quedaron
helados y antes que nadie
reaccionara otro de los
argentinos se desmoronó
mientras sonaba como único
fondo “Mi Buenos Aires
querido…” .
De boca al suelo, de la
espalda del sujeto sobresalía
un pequeño dardo
con inscripciones que reconocieron
los japoneses. Agachados
trataron de moverse en bloque
protegiendo al muchacho
mientras un tercer guardia
caía.
Gardelia sospechando que
los dardos venían
del techo se metió
en el local de Vicente y
volvió con su arpón
mientras reinaba el desconcierto
general.
Ya eran varios los cuerpos
caídos mientras unas
sogas soltadas desde el
techo dejaban en evidencia
el ataque.
Corrió hacia donde
estaban los turistas entre
el silbido de los dardos.
Yosiuoko agazapado entre
los demás le explicó:
- Es la mafia china, que
quiele secuestlal a Calitos.
Gardelia no entendió
de qué le hablaban.
Se movía instintivamente
con el sentimiento de proteger
al muchacho.
Con una autoridad desconocida
sacó de entre el
grupo al chico mientras
los demás miraban
sin poder reaccionar. Corrió
con la agilidad de un felino
por los pasillos, arrastrándolo
de la mano. Abría
las puertas con patadas
certeras y hasta parecía
conocer pasillos intransitables.
Hasta que un chino le cerró
el paso. Un hombretón
con medio torso desnudo
lleno de tatuajes y músculos
transpirados. Seguro de
sí avanzó
para sacar del medio a la
jovencita hablándole
en su idioma con una dulzura
amenazante.
Gardelia imitando la fonética
del tipo repitió:
- No entenda… No entenda…-
mientras empezó a
rascarse.
El sujeto a escasos metros
trataba de convencerla mientras
ella se rascaba más
fuerte como si tuviera un
ataque de comezón.
Así llevando la mano
a la espalda desenfundó
el arpón oculto y
le disparó al sujeto.
El tipo con el fierro clavado
en el pecho y un hilo de
sangre en la boca seguía
hablándoles para
que no huyeran.
- Lo mataste- dijo en perfecto
castellano el muchacho que
había llegado con
el contingente.
Ella lo escuchó sorprendida.
Ahora, también la
voz le era familiar.
- Vos sos igual a…-
se tapó la boca.
No quería decirlo.
- Si, ya sé- dijo
el muchacho bajando la cabeza-
me llamo igual… Carlos…
Carlos Gardel.
Gardelia estupefacta apenas
murmuró:
- ¿Cómo puede
ser?...-
- Soy un clon,- dijo el
muchacho avergonzado- mis
padres adoptivos son científicos
japoneses y me crearon a
partir de la pista de un
disco de pasta de setenta
y ocho.
- ¡No puede ser!-
dijo con espanto.
Un ruido violento vino de
muy cerca.
Tomó de la mano a
Carlitos y corrió
hacia el subsuelo a pesar
de que estaba inundado.
Texto:
Daniel Tocchini
Ilustracion: Javier
Dubra
Revista El Abasto, n°
58, julio/agosto 2004.
Más Gardelia:
Gardelia
El
reloj
gardelia.blogspot.com