Revista N°206

La zanahoria del progreso

Reflexiones sobre un “axioma” de la modernidad


Cada vez más, los avances de la modernidad, generalmente seductores y convincentes, vienen motorizados por el lucro.
Y cada vez más, vamos viendo tales “avances” como problemáticos. Por la huella ecológica que cada vez se hunde más en nuestro planeta.


     En las últimas fases de la modernidad, vamos registrando que en general un nuevo paso tecnológico se lleva adelante para superar errores u horrores del precedente. Y la coartada para la aceptación gozosa, alegre, casi virginal, del “adelanto” se basa en que se supera así un estado de situación negativo, contaminante, intoxicante. Algo que, precisamente, la sociedad ha ido tomando cada vez más conciencia y por ello se ha ido logrando el impulso para modificarlo.
     Ahora bien, por estar los desarrollos tecnocientíficos en la misma rueda del progreso, las nuevas adquisiciones, descubrimientos, inventos, aplicaciones generarán, con altísima probabilidad, nuevas situaciones críticas, nuevas contaminaciones…
     Pero cuál es el reaseguro psíquico por el cual la humanidad ingresa en “la nueva etapa”, en la sustitución del viejo y ya probado método por el nuevo y desconocido que se acaba de gestar e implementar?
     Mediante la simple y triste ecuación según la cual lo viejo ya sabemos que contamina y lo nuevo, no (hasta que lo percibamos).
Sin embargo, imaginar que lo nuevo es limpio, no contamina, es una inexcusable falta de lógica.
     El ejemplo de los coches eléctricos. Hoy, el periodismo plantea la disyuntiva entre los vehículos con motores a explosión movidos por petróleo con su ristra atroz de consecuencias y secuelas sanitarias, y los vehículos eléctricos “que no contaminan”.
     Como “no contaminan”, toda la decisión se basa únicamente en las ventajas materiales, financieras, acerca de lo que es más barato: si p. ej. circulan más de 18 mil km. anuales, convendría el eléctrico porque así se amortiza el gasto inicial, mayor, con el costo de consumo, menor.
     Pero en esta “ecuación” los analistas escamotean, que los autos eléctricos sí contaminan. No lo hacen del modo que conocemos con los autos nafteros. Nada más.

Ya deberíamos saber que las formidables soluciones como la Revolución Verde en el área de la alimentación humana, por ejemplo, o la medicina basada exclusiva o casi exclusivamente en los laboratorios, o la enseñanza mediante la televisión, o los pollos doble pechuga, o las hormonas para acrecentar alimentos o los envases plásticos que no son inertes (es decir, casi todos) son seudosoluciones que esconden problemas aun mayores que los que procuraban solucionar.
     Pero parecería que la recuperación de la actitud virginal es fácil. Y que cada rato nos convertimos en seres crédulos, optimistas, que vemos cada “avance” o cada “mejora” como si no hubiésemos conocido antes nada comparable. Siempre ante una primera vez, algo que puede resultarnos simpático, refrescante, pero atado a una persistente ignorancia.
     Lástima que el medio ambiente no acompañe ese emprendedurismo que nos enseña que lo nuevo es bueno.
     Lo que sabemos, en todo caso, es que lo nuevo reproduce ganancias. Y que el mundo empresario puede seguir apostando a ”lo nuevo” mientras sea la sociedad y el planeta lo que cargue con “los pasivos ambientales”: el plástico, por ejemplo, ha contaminado tierras, mares y aire y sus pingajos macroscópicos, y sobre todo, mini- y nanopartículas están por doquier. Y demasiado a menudo bloqueando los ciclos y los circuitos bióticos, es decir dificultando las condiciones vitales. Un solo ejemplo: los plásticos que han llegado al mar océano se van particulando pero no biodegradando y por eso son pedacitos cada vez más chicos hasta hacerse microscópicos. Investigadores han comprobado que dichas partículas tienden a depositarse en los fondos marinos. Allí depositadas, ahogan procesos bióticos microscópicos.
     Y tengamos presente que los fondos oceánicos son el principal almácigo planetario.

 

Luis E. Sabini Fernández
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