Revista N°208

Andrés Natale: “El bandoneón viene de pibe conmigo”

Vecino y músico, de 92 años, nos presenta una faceta de la música ciudadana desde sus propias vivencias

El vecino y músico, de 92 años, nos habla sobre la orquesta de José Basso que integró por casi dos décadas y sus primeros años en los cabarets del Bajo porteño.


“Dentro de la música fui un privilegiado”, dice el vecino, compositor y bandoneonista Andrés Natale en la tranquilidad de su departamento de Tucumán y Anchorena, en pleno Abasto. Oriundo de Villa del Parque, de niño tocó el bandoneón en orquestas de barrio. “Cuando tenía a los 12 años me puse los pantalones largos”, recuerda. De adolescente ya se había hecho un nombre y lo fue a buscar Gerónimo Bongioni, del Cuarteto Típico Los Ases, para hacer giras en el interior. Más tarde, en su veintena tocó en cabarets del Bajo hasta que lo convocó Juan Basso, quien fue pianista de Aníbal Troilo y formó su propia orquesta. Fueron casi dos décadas de conciertos. “Yo vengo de una época que salió Juan Plaza, Víctor Lavallén, en Osvaldo “Tano” Ruggiero, somos pibes de esa época. Yo le gané al tiempo. Tuve suerte de ser amigo de ellos por el ambiente”, reflexiona.

10 años


Natale, nacido en 1925, recuerda el Buenos Aires de aquel tiempo. Cuenta que “el bandoneón era infaltable”: “Cuando empecé a estudiar, en todos los barrios había academias para tocar. El bandoneón era una especie moda. Como cuando a las chicas las mandaban a tocar piano. En Villa del Parque en una esquina estaba Juan Fuentes, autor de “El sueño del pibe”, que tenía como cien pibes. En Belgrano estaba un bandoneón de D'Arienzo en Terrero y Gaona. Me gustaba mucho Roberto Firpo. Los domingos lo escuchaba y copiaba todo el repertorio”.
“Empecé a estudiar porque a mi padre le gustaba el tango. Él era constructor. Estudiaba ingeniería de día y bandoneón de noche. Mi abuelo, que era un italiano muy cerrado, iba a la pieza, escuchaba a mi padre con el sorfeo y le cortaba la luz. Él seguía con una vela. Era muy famoso Pedro Maffia. Mi padre un día le dijo a mi hermano que le gustaba el estilo de Maffia. Mi abuelo sintió la palabra “mafia” y la fue a jorobar a mi abuela. Le decía «tu hijo anda con la mafia». Son cosas de pibe”, dice entre risas.
Cuenta la historia que a los nueve años su padre lo llevó al Café Germinal, donde tocaba la orquesta de Elvino Vardaro. El niño Andrés se subió al escenario y tocó unos temas en lo que fue un debut de improviso. De sus años de pibe también se menciona que Aníbal Troilo lo ayudó a meter las manos en las correas del bandoneón y José Pascual le regaló la partitura de su tango “Arrabal”. “Una vez estaba por llevar el bandoneón a arreglar cuando Pichuco (Troilo) me dijo «cada tanto hay que llevar el bandoneón al cardiólogo, porque es parte del corazón»”, recuerda.

15 años 


Andrés cuando ya tenía un conocimiento sólido, empezó a tocar con orquestas de barrio. “Siempre estaba con gente mayor. Me llevaban mínimo ocho años. Es donde uno se va haciendo. En ese momento se tocaba paso doble”, indica. También lo hacía con pibes del barrio: “Al Hospital Tornú (Parque Chas) íbamos los 25 de Mayo, 9 de Julio y cada fin de año para alegrar a los pacientes”.
Entonces Gerónimo Bongioni, cuando Andrés tenía 15 años, toca a su puerta, en Baigorria y Cuenca: “El hombre buscaba un bandoneón, en ese tiempo eran moda los cuartetos de bandoneón. Fue al estudio de Juan Puey en Jonte y Nazca a ver si no tenían un bandoneón y le dijeron de mí. Me propuso ir a viajar por trabajo en giras por la provincia. «Es alto y tiene pinta», le decía mi padre. Pensé que iba a decir que no, pero al final me fui a recorrer la República”.
Su padre, el que le legó el mundo del tango y quien lo apoyó para salir adelante en la música, falleció en 1944. “Entonces, decido quedarme en Buenos Aires. No había necesidades en casa, pero estaba acompañando”, dice Andrés. Ese mismo año queda como músico estable en Radio Mitre.
“En la esquina de Baigorria y Cuenca había un café. La barra de mi padre paraba ahí. Uno de ellos me dice que van al café Buen Orden. Estaba en Hipólito Yrigoyen y 9 de Julio. Era enorme como todo lo que tenía Buenos Aires en esa época. Fuimos a ver el debut del cantor Enrique Campos con un sexteto. El pianista Luis Casanova, que tocó con Arolas, me dijo de ir a trabajar con él en el cabaret El Royal de Leandro N. Alem”.

 Orquesta del Hospital


“Empezábamos a las 6 de la tarde hasta las 9 de la mañana. Descasábamos dos horas. Un día era de jazz y otro tango. Había que conocer la vida del cabaret. Tenía muchos secretos. No se podía dejar el palco vacío, siempre tenía que haber un músico. El patrón quería un músico, de acuerdo a cómo sonaban los timbres se sabía quién venía. El de moralidad, el policía. En aquel tiempo cuando estaba en el Royal el comisario era uno llamado Gamboa que fue jefe de policía. Le llamaba la atención que cada vez que él entraba tocaban el paso doble Quitapena. Él entraba por 25 de Mayo o por Leandro N. Alem y siempre sonaba lo mismo. Él entraba y se hacía silencio, no se movía nadie. Una vez se acercó al palco y pidió de hablar con el director. Se levanta Casanova y le dice “Señor servidor” como reverencia. El comisario le contestó: «La próxima vez que siento que tocan este paso doble los llevo a todos presos». Se había avivado”, cuenta para ilustrar las vueltas que se hacía para esconder las “libertades y arrumacos” que adentraban los cabarets de aquel tiempo.
“El Bajo era un cabaret al lado del otro. California, El Avión, El Derby. Era una locura”, cuenta Andrés, quien los caminó tanto que conoció a los músicos que poblaban aquel ambiente, varios lo convocaron para trabajar. Así, a los 21 años hizo una temporada en Radio Belgrano con Héctor Mauré. También el dueño del Teatro Odeón le pide de armar un conjunto con cinco bandoneones: Francisco Grillo, Vicente Todaro, Ángel Genta, Jorge Uría y Natale. Hay violines, contrabajo y piano. Canta Juan Carlos Miranda (el que estrenó el tango Malena).
Ir del Bajo a la calle Corrientes era un camino de subida territorial (hoy continúan inclinadas esas calles-rampa), pero también tenía un sentido filosófico para los artistas de aquel tiempo: “Era subir la barranca, subir por 25 de Mayo. Era una ambición de subir del Bajo a Corrientes”.
Ese ambiente en Corrientes tenía un poblador natural: “El porteño, que no existe más, desapareció. El porteño era el tipo elegante con bufanda sombrero, pulquería, zapatos a medida, ropa a medida. El centro estaba hecho para él. Había donde ir, en centro, de Callao a Esmeralda había 27 salones de peluquería. Cada uno tenía mínimo cuatro peluqueros, lustradores, manicura. Eso era diario. Tampoco había inflación, las cosas valían igual. Antes era normal encontrase en Corrientes con un amigo. Te ibas a tomar un café. Luego encontrabas a otro. Y así. Te podías tomar como cinco cafés. Las mesas estaban llenas para comer a las tres de la madrugada, en las esquinas estaba lleno de grupos de amigos”, evoca.
La consolidación de esta subida se dio una tarde tomando leche con crema y pastafrola. De un lado de la mesa estaba Andrés, de 22 años. Del otro, Juan Basso, el pianista que se separó de Troilo y que soñaba tener su propia orquesta. Él mismo lo sentó al pibe Natale y le habló de sus ambiciones.

Orquesta de Basso

Andrés, que en aquel entonces era joven y “arrebatado” dijo que sí. Se juntaron a ensayar a la vuelta de Radio El Mundo, en un centro folclórico llamado Amancai: “Llegué con mi bandoneón. Entro al salón, me encuentro a una orquesta y veo que Basso avanza y con él estaba Héctor María Artola, el director general de Radio El Mundo. Estaba toda la orquesta de la radio, que en el 45 era lo máximo en tango, en folclore. Había cuatro bandoneones, contrabajo y violines. Tocaban el bandoneón: Ernesto De la cruz, autor del tango El Ciruja; Julio Ahumada, primer bandoneón, un fuera de serie; Miguel Bonano, autor de tango La Novena, fue con Gardel a Francia. La excelencia del tango estaba ahí”. Más tarde tocaron el bandoneón Koller, Bera, Francia. Completaban la orquesta: Mauricio Mise, Francisco Oréfice y Enrique Rodríguez (violines), Leopoldo Marafiotti (chelo) y Rafael del Bagno (contrabajo).
El día de la práctica Ricardo Ruiz cantaba el tema Aromas. Andrés se ubicó entre De la cruz y Ahumada: “En el Bajo hacíamos cualquier cosa. Me sirvió de foguearme. “Si quieren hacer variaciones, la que quiera, yo le hago la segunda”, les dije después de tocar y se quedaron fríos. Se reían. Fui muy amigo de Ahumada, junto Eduardo Rovira, que era un adelantado. Eran lo máximo del bandoneón”.
“Estuve con Basso 17 años. Cuando cumplí 15 en el grupo me regaló una medalla, dijo que era buen músico y buen compañero. Esta orquesta triunfó, muchas se quedaron en el medio con buenos músicos. Era una orquesta cooperativa, por eso duró tanto. Todos hinchábamos porque éramos todos patrones. Se ganaba bien. Hicimos 16 giras, no sé cuántos conciertos. Tocamos en el Picadilly, Marabú, Lucense, en las radios El Mundo, Belgrano, Splendid”, enumera.

Natale y Basso

Más tarde se alejó de los escenarios, pero estuvo relacionado con el mundo del tango y la música. Trabajó en el museo de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC), donde conoció a su actual esposa, María Elena, quien cuenta: “Un tío mío estaba en EE.UU. trabajando en un hospital y le agarró la nostalgia me pedía fotos de Gardel con sombrero, bandoneones, la vida de Arolas, por qué murió. Yo trabajaba en la parte contable de una empresa y al mediodía caminaba la calle Corrientes. Fui a SADAIC. Fui varias veces a sacar fotocopias. En un cartel vi que decía museo”.
Luciano Leocata y Andrés Natale lo atendían. Ella pidió la foto de bandoneón. Leocata le dijo a Andrés para grabar temas y mandarle al tío. Andrés y María Elena quedaron en verse. “Nos encontraron en una confitería, tomamos tres cafés y así comenzó todo”, resume ella.
En estos años han viajado por el mundo, han llevado “una vida tranquila”, coinciden ambos desde el departamento que da a Tucumán, a metros de Anchorena. Si bien dice que esa Buenos Aires que vivió con intensidad de pibe cambió en un “efecto dominó” por el que se perdió el viejo Bajo y la mística noctámbula de Corrientes, siempre “estamos avanzando en muchos aspectos”. Con ese optimismo encara el día a día este vecino célebre del Abasto.

J.M.C.

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