Revista N°214

Quemando basura

Centro, periferia y desarrollo: una rueda precisamente no redonda

El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta anuncia, con bombos y platillos una nueva legislación sobre desechos urbanos: su superación ahora definitiva del “problema de la basura”, apostando a la termovalorización de los desechos.


Tal vez a algún lector le suene nueva la luenga palabreja que acabo de usar. Termovalorización es sencilla y crudamente quemar la basura pero en usinas tales que permitan acumular la energía producida por dicha combustión.
Es un invento viejo; los países “adelantadísimos” como Suecia, la han ido poniendo a punto.
En los '80 ya Alemania procedía a la termovalorización. Ya entonces la composición de los desechos era similar a la actual; los plásticos desempeñaban un papel principal y las plantas quemadoras alemanas tuvieron un encontronazo con la realidad, mejor dicho con el aire contaminado que expulsaba cada planta kilómetros a la redonda. Luego de unos años, no tuvieron más remedio que optar por otra vía para atender la “producción” de basura; con el plan DUALESS se dedicaron a reciclar, a reincorporar al circuito de materias primas un porcentaje, creciente cada año, de desechos incluyendo a las empresas en la tarea, gravándolas con los costos de recuperación: cada empresa de embalar, por ejemplo, debía recuperar los materiales de distribución, de embalaje, de circulación y a menudo aprender a reusarlo o reciclarlo, según los casos.


Los hornos de “la quema” de Pompeya, 1940.
Fuente: Antonio Elio Brailovsky, ex-Defensor del Pueblo Adjunto.
Esperemos que esta vuelta sea con filtros como los suecos.


Una mejora radical de filtros para controlar los gases de la combustión permitió a empresas suecas reencarar la termovalorización aprovechando energéticamente “la basura”. Se trata de una tecnología que están expandiendo fuera de fronteras, en tanto Suecia importa desechos para evitar capacidad ociosa en sus instalaciones.
El nuevo cuadro de situación nos merece dos consideraciones, de bastante diversa índole.
La termovalorización estimula la producción de basura. Porque se cree haberle encontrado la vuelta al terrible y ominoso problema de la producción de basura y su destino. La solución “sueca” del aprovechamiento energético de los desechos pasa por alto un detalle, sustancial: habría que considerar si no sería una solución estable en un mundo infinito; con abundancia de recursos. Pero la humanidad, el planeta Tierra se mueve con otras coordenadas: estamos, pertenecemos a un universo finito estructurados por la ley de la entropía (segunda ley de termodinámica que nos dice “La energía no puede ser creada ni destruida, pero puede cambiar de formas más útiles a formas menos útiles. […] en cada transferencia o transformación de energía en el mundo real, cierta cantidad de energía se convierte en una forma que es inutilizable (incapaz de realizar trabajo).”
Y algo, todavía más material: la humanidad dispone de recursos escasos. La entropía los hace todavía más escasos. Toda política de dispendio material es suicida.
Hay otro aspecto del tratamiento de los desechos en el Primer Mundo que hace jugarle a la termovalorización una función específica, primordial.
Hace décadas que países como Suecia o Alemania encaran planes de recuperación de materiales con un porcentaje realmente alto de papeles, vidrios, metales, plásticos que se recuperan y tienen diversos destinos industriales. Uno ve en esos países la infraestructura montada al efecto; en cualquier edificio o puñado de edificios hay espacios para recuperar papel o vidrio; en algunos municipios los hogares tienen 8 o 14 recipientes para clasificar lo clasificable dentro de materiales usados. Se han hecho incluso intentos para dirigir la producción de materiales restringiendo el uso de colorantes o la mezcla en envases de materiales incompatibles desde el punto de vista del reciclado.
En hogares suecos, el compostado no es rara avis.
Sobre el remanente que queda finalmente en “las bolsas de basura” es que en países como Alemania o Suecia se actúa con el relleno “sanitario”, con la termovalorización y con otro destino que no hemos mencionado todavía: muchos países industrializadísimos recogen los residuos finales, generalmente muy tóxicos, y se desprenden de ellos mediante el cómodo alquiler de suelo en países periféricos donde pueden albergar grandes cantidades de restos venenosos pagando alquileres ridículos para las economías del primer mundo…


El centro de reciclaje actual de Soldati reúne cuatro plantas de tratamiento de residuos. Fotos: GCBA.


Dejando a un lado esta tercera “solución” característica del centro planetario, que en todo caso aplican algunos en países periféricos sobre nuestros propios territorios, la recuperación, el reuso, el reciclado y variantes similares en los países mentalmente colonizados, como Argentina (y en general, la América al sur del río Bravo, el continente asiático y el sumidero del mundo enriquecido, África) distan de ser satisfactorios, porque su instrumentación ha chocado con: a) desidia gubernamental, b) ignorancia social y c) ajenidad cultural.
La solución a “la cuestión de la basura” dista de ser “fácil y redonda”.
Pregúntele al vecino.
He visto esta mañana un prolijo habitante de mi manzana, que antes de subir a su auto, llevaba una bolsa de plástico transparente (abierta) cruzando la calle para depositarla amablemente en esas pequeños templetes de la religión de la ciudad limpia… Como era transparente me permití ver su interior, lleno de desperdicios alimentarios que, con el calor hoy, en menos de 20 horas, apestarán. Iban mezclados con otros desechos de todo tipo y color.
El buen vecino se debe haber sentido moderno y prolijo tirando la bolsa, abierta, al contenedorcito, emblema de la cultura de la limpieza. Mi vecino, clasemediero, tiene probablemente un jardín que le permitiría compostar y así suprimir dos tercios de los desechos cotidianos y, sobre todo, no hacer tan ingrato el trabajo de los recolectores que trajinan con ese generador de olores nauseabundos…
Basta aproximarse a los repositorios callejeros en Buenos Aires o en Estocolmo para advertir la olorosa diferencia.
Hemos cometido demasiados desastres en las sucesivas “soluciones” a la cuestión de los desechos de los humanos. Pensemos apenas en las montañas de basura a la vera o adentro del Gran Bs. As o la presencia de plásticos, miles, centenares de miles de toneladas, en todo el mar océano planetario. Si con tales realidades no aprendemos a ser cautos…
Para tratar de entender las razones de las dificultades que hemos señalado, haremos un nuevo abordaje en próxima nota.

 

Luis E. Sabini Fernández
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