El
"paco", pasta
base de cocaína,
está copando el sector
más pobre y es una
muestra más de que
no estamos haciendo las
cosas bien.
La
clase “paco”
El “mono”
o “marciano”,
más popularmente
conocido como “paco”
es la pasta base de cocaína.
Cuenta con los residuos
que se alojan en los recipientes
usados para la elaboración
de la cocaína más
algunos compuestos ácidos
y desperdicios como vidrio
y todo tipo de solventes.
Hoy está copando
el sector más pobre
del conurbano y es una muestra
mas de que no estamos haciendo
las cosas bien.
Imagen: www.kittyville.com
En el ocaso del día
la calle Dorrego de este
pequeño barrio bonaerense
se transforma. Es un suburbio
humilde con las características
de muchos distritos del
conurbano. Cuando el sol
se esconde los escasos comercios
bajan sus persianas, los
niños dejan la vereda
y las señoras cierran
las puertas con llave. No
es para menos, la seguridad
no es una característica
de la zona.
Por las angostas calles
de tierra se mezclan aquellos
afortunados que regresan
de sus trabajos con la mayoría
desocupada que, ya dueña
de los pasillos, se reúne
a formar parte de habituales
rituales de charlas y rondas
de amigos.
Ya hace un tiempo que a
las populares adicciones
se sumó la pasta
base de cocaína (PBC)
conocida mas comúnmente
como “paco”.
Julia
cuenta que esta droga está
destruyendo al barrio desde
hace ya unos años.
No es para menos, el “paco”
se produce con pasta base
de cocaína, harina,
kerosene y vidrio, ésta
y otras fórmulas
similares se consume de
forma muy sencilla: “se
pone arriba de un papel,
se calienta y después
se inhala o si no muchos
directamente la fuman”
explica la madre de un ex
adicto.
Pero
“La Dorrego”
no es sólo concurrida
por quienes consumen, muchos
son también los que
distribuyen y venden. A
solo 1 peso el gramo, a
esta droga sumamente económica,
se la conoce como “la
droga de los pobres”
y como tal, es muchísimo
mas nociva y adictiva que
tantas otras drogas del
mercado.
De efectos letales, el “mono”
como se la llama en la jerga
de barrio, es al menos 10
veces más perjudicial
que la clásica cocaína
y los efectos están
a la vista de cualquiera
que recorra sus plazas de
consumo.
Darío,
adicto al “paco”,
resume esta realidad: “la
falta de laburo llevó
a que muchos comiencen a
vender la droga para poder
comer y quienes no tienen
plata pueden comprarla por
poco dinero”. Ése
es el escenario donde opera
el PBC, una población
escasa en recursos y desesperada
se lanza a vender una droga
tan económica como
mortal. Aquí se enfrentan
quienes “de algo tienen
que vivir” con aquellos
que “de algo tienen
que morir”.
Desde
SEDRONAR repiten que éste
es un verdadero fenómeno
de los últimos cinco
años que afecta principalmente
a los pobres porque el valor
económico es mínimo.
Julia
sabe mejor que nadie las
consecuencias de este problema,
su hijo es una víctima
mortal del “paco”.
Ella dice que su hijo cambió
completamente cuando se
volvió adicto, que
perdió el carácter
alegre con el que contaba
y que se tornó violento
y dejo de comer hasta el
punto de bajar más
de 15 kilos. “Fue
una muerte lenta y con un
profundo sufrimiento”
cuenta Julia y agrega: “aquellos
que le ofrecían la
droga todavía se
la siguen vendiendo a otros
chicos del barrio, esto
no va a parar hasta matarlos
a todos”.
Los
especialistas también
concuerdan que el deterioro
es lento pero sostenido
y que la depresión
posterior al consumo es
la clave de la necesidad
urgente que produce que
muchos consuman entre 10
y 15 dosis diarias.
El
hijo de Julia pasó
sus últimos meses
robando para poder comprar
todas las dosis que su cuerpo
pudiera aguantar. Julia
siente que no supo como
contenerlo, no pudo hacer
nada ni ayudar-lo. La transformación
se fue dando tan lentamente
que tardó en notar
que su hijo corría
graves problemas de salud.
Cuando quiso intervenir
era tarde: “él
ya no vivía con nosotros,
solo venía a casa
para robar y poder comprar
más droga”.
Irónicamente
fue el gobernador de la
provincia de Buenos Aires,
Felipe Solá, quien
declaró el año
pasado ante el diario Clarín
que “el conurbano
está perforado por
la droga, y el estado es
cómplice, hipócrita
o estúpido si se
sabe que en la esquina hay
un dealer y no interviene.
Los chicos deben tomar conciencia
de este flagelo, porque
el que consume no tendrá
las mismas oportunidades,
ni siquiera físicas,
que el que jamás
consumió”.
A
pocos kilómetros
de la capital federal, el
barrio tiene calles de tierra,
no cuenta en su totalidad
ni con electricidad ni con
agua corriente. La mayoría
de los vecinos son desocupados
y el pequeño grupo
de trabajadores son cartoneros
y a pesar de que tiene un
alto índice de delincuencia,
la policía casi no
patrulla la zona. Podría
uno preguntarse dónde
sino en este lugar puede
ingresar mejor que en ningún
otro lado una droga que
tiene como principales clientes
aquellos que no cuentan
con nada y donde la sociedad
no va a posar sus ojos si
el consumo termina matándolos.
En
un país donde las
oportunidades no son las
mismas para todos y donde
quienes tienen que desarrollar
políticas no intervienen
para producir un cambio,
se crea un campo más
que óptimo para la
penetración de ésta
y tantas otras drogas. Los
chicos ricos consumen éxtasis
en grandes fiestas de la
costanera con algún
DJ de moda, los jóvenes
pobres tienen que conformarse
con los residuos de la pasta
base en las calles de tierra.
También para el consumo
de drogas existe una brecha
social cada vez más
grande, una droga para cada
bolsillo y esto también
es parte de la sociedad
de consumo.
Javier Carri
[email protected]
Revista El Abasto,
n° 76, mayo 2006.