Los
argentinos somos así
Este año
se ha cumplido el 20°
aniversario de la muerte
de Jorge Luis Borges. Poeta,
narrador y ensayista, su
fama trascendió las
fronteras del país,
para ser considerado y honrado
universalmente. Los medios,
radiales, televisivos y
gráficos se han explayado
extensamente sobre este
acontecimiento y han evocado
al genial literato en innumerables
actos. Conferencias, exposiciones
de sus objetos personales,
entrevistas a personas que
lo trataron, difusión
de su obra, etc, etc, etc.
Todo muy merecidamente,
por cierto.
Lo
que paso a relatar ocurrió
hace aproximadamente 25
años y ha quedado
grabado en mi memoria definitivamente.
Una soleada tarde de primavera
caminaba por Lavalle, otrora
la calle de los cines, devenida
hoy en un confuso y abigarrado
mercado persa, cuando veo
a una considerable cantidad
de gente mirando con interés
una vidriera donde en incesante
desfile mostraban la moda
playera (masculina, femenina)
para el próximo verano.
El espectáculo resultaba
aburrido por la continua
repetición de ropa
y modelos. Nada de lo que
se le mostraba al público
era merecedor de tanta repercusión
y entusiasmo. Me pareció
más interesante mirar
hacia mi entorno. Comencé
a observar a la gente y
su comportamiento. Estaban
fascinados y embobados por
ese despliegue de cuerpos
provocativos y excitantes,
la constante repetición
parecía no importarles,
pendientes de los guiños
y besos que arrojaban desde
la pasarela, fue entonces
que vi como un anciano de
paso incierto y vacilante
apoyado en el brazo de una
mujer joven y menuda, pasaban
lentamente a través
de la aglomeración
sin que nadie se percatara
de ello. Eran Jorge Luis
Borges y María Kodama.
El gentío continuaba
seducido por el sensual
desfile. Nadie se había
dado cuenta de su presencia.
P.C.