Carta
del cacique Seattle al presidente
de los Estados Unidos, 1855
La carta de Seattle
La “carta
del cacique Seattle”
ha tenido una resonancia amplia
y honda.
Contestaba una oferta del
presidente de EE.UU., Franklin
Pierce, de1854, de comprarle
a la etnia suwamish los territorios
del noroeste (los que hoy
forman el estado de Washington).
A cambio, prometía
crearles una "reserva”,
lo que hoy llamamos ”bantustán”.
Algo
podría haber llamado
la atención. Si databa
de 1855, ¿cómo
es que adquirió tanta
resonancia apenas en la década
de los setenta del siglo XX?
Pero,
bueno, hay textos reveladores
que, por las más inesperadas
circunstancias, aparecen mucho
después de escritos…
Pero no es el caso. Hace ya
un tiempo apareció
la verdad histórica.
Al menos una. A principios
de los setenta, un guionista
de cine, Ted Perry, basándose
en un texto que Seattle efectivamente
había dicho y algunas
de cuyas frases se habían
conservado, elaboró
una suerte de manifiesto ecologista
de enorme lirismo y fuerza
evocativa. Se usó en
la documental para la televisión
Home y su productor evitó
mostrar la real autoría
para darle mayor “fuerza”
al mensaje. Con lo cual, inesperadamente,
Ted Perry se convirtió
en un “escritor fantasma”.
Pero
mientras Seattle hizo sobre
todo una comparación
entre la religiosidad nativa
y la cristiana de sus dominadores,
Perry lo hizo hablar como
un “verde” de
fines del s. XX.
La
única versión
de las palabras de Seattle
fueron las transcriptas y
traducidas al inglés
por un tal “Dr. Smith”,
publicadas en un diario local,
Seattle Sunday Star, en 1887,
treinta largos años
después. Algunos párrafos
de la versión Smith
se pueden rastrear en la versión
Perry: “Para nosotros,
las cenizas de nuestros antepasados
son sagrados y su lugar de
reposo es terreno reverenciado.
Ustedes se alejan de las tumbas
de sus antepasados aparentemente
sin pena.”
Tal
vez por carecer de un original
seguro, tal vez porque la
era Internet facilita la creación
o el invento, lo cierto es
que existen incontables versiones
de la carta que ahora atribuimos
a Perry.
Hicimos una síntesis
de algunas de ellas, conservando
el fraseo, tan especial que
las caracteriza.
Luis E. Sabini Fernández
CODA. La
versión Smith es
también muy interesante;
tiene más que ver
con un choque de culturas
que con la ecología,
y su autor insistió
en que apenas pudo dar en
inglés la riqueza
de imágenes que transmitiera
el propio Seattle.
Con
ella nos acercaríamos
mucho más al original
histórico. Quede
para otra oportunidad.
El Gran Jefe Blanco en
Washington ha ordenado hacernos
saber que nos quiere comprar
las tierras. El Gran Jefe
Blanco nos ha enviado también
palabras de amistad y de
buena voluntad. Mucho apreciamos
esta gentileza, porque sabemos
que poca falta le hace nuestra
amistad. Vamos a considerar
su oferta pues sabemos que,
de no hacerlo, el hombre
blanco podrá venir
con sus armas de fuego a
tomar nuestras tierras.
El Gran Jefe Blanco de Washington
podrá confiar en
la palabra del jefe Seattle
con la misma certeza que
espera el retorno de las
estaciones. Como las estrellas
inmutables son mis palabras.
Pero...
¿Quién puede
comprar o vender el cielo
o el calor de la tierra?
Esa idea es para nosotros
extraña. Ni el frescor
del aire, ni el brillo del
agua son nuestros. ¿Cómo
podría alguien comprarlos?
Si nadie puede poseer la
frescura del viento ni el
fulgor del agua, ¿cómo
es posible que usted se
proponga comprarlos? Aún
así, trataremos de
tomar una decisión.
Cada
pedazo de esta tierra es
sagrado para mi pueblo.
Cada rama brillante de un
pino, cada puñado
de arena de las playas,
la penumbra de la densa
selva, cada rayo de luz
y el zumbar de los insectos
son sagrados en la memoria
y vida de mi pueblo. La
savia que recorre el cuerpo
de los árboles lleva
consigo la historia del
piel roja.
Los
muertos del hombre blanco
olvidan su tierra de origen
cuando van a caminar entre
las estrellas. Nuestros
muertos jamás se
alejan de esta bella tierra,
pues ella es la madre del
hombre piel roja. Somos
parte de la tierra y ella
es parte de nosotros. Las
flores perfumadas son nuestras
hermanas; el ciervo, el
caballo, el gran águila,
nuestros hermanos. Los picos
rocosos, los surcos húmedos
de las campiñas,
el cuerpo sudoroso del potro
y el hombre, todos pertenecemos
a la misma familia.
Por
esto, cuando el Gran Jefe
Blanco en Washington manda
decir que desea comprar
nuestra tierra, pide mucho
de nosotros. El Gran Jefe
Blanco dice que nos reservará
un lugar donde podamos vivir
satisfechos. Él será
nuestro padre y nosotros
seremos sus hijos.
Él
ha enviado máquinas
para ayudar al hombre blanco
en su trabajo, y con ellas
se construyen grandes poblados.
Él hace que vuestra
gente sea, día a
día, más numerosa.
Pronto invadiréis
la tierra, como ríos
que se desbordan desde las
gargantas montañosas,
como una inesperada lluvia.
Mi pueblo, sin embargo,
es como una corriente desbordada,
pero sin retorno. No, nosotros
somos razas diferentes.
Nuestros hijos y los vuestros
no juegan juntos, y vuestros
ancianos y los nuestros
no cuentan las mismas historias.
Dios os es favorable, y
nosotros nos sentimos huérfanos.
Aun
así, meditaremos
sobre vuestra oferta de
comprarnos la tierra. No
será fácil,
porque esta tierra es sagrada
para nosotros. Esta agua
brillante que se escurre
por los riachuelos y corre
por los ríos no es
apenas agua, sino la sangre
de nuestros antepasados.
Si les vendemos la tierra,
ustedes deberán recordar
que ella es sagrada, y deberán
enseñar a sus niños
que ella es sagrada y que
cada reflejo sobre las aguas
limpias de los lagos hablan
de acontecimientos y recuerdos
de la vida de mi pueblo.
El murmullo de los ríos
es la voz del padre de mi
padre.
Los
ríos son nuestros
hermanos, sacian nuestra
sed. Los ríos cargan
nuestras canoas y alimentan
a nuestros niños.
Si les vendemos nuestras
tierras, ustedes deben recordar
y enseñar a sus hijos
que los ríos son
nuestros hermanos, y los
suyos también. Por
lo tanto, ustedes deberán
dar a los ríos la
bondad que le dedicarían
a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco
no comprende nuestras costumbres.
Para él una porción
de tierra tiene el mismo
significado que cualquier
otra, pues es un forastero
que llega en la noche y
extrae de la tierra aquello
que necesita. La tierra
no es su hermana sino su
enemiga, y cuando ya la
conquistó, prosigue
su camino.
La
sepultura de su padre y
los derechos de sus hijos
son olvidados. Trata a su
madre, a la tierra, y al
cielo como cosas que puedan
ser compradas, saqueadas,
vendidas como carneros o
adornos coloridos. Su apetito
devorará la tierra,
dejando atrás solamente
un desierto.
Mi
gente siempre se ha apartado
del ambicioso hombre blanco,
igual que la niebla matinal
en los montes cede ante
el sol naciente. Las cenizas
de nuestros antepasados,
sus tumbas, son tierra santa,
y por eso estas colinas,
estos árboles, esta
parte del mundo, nos es
sagrado. Nuestras costumbres
son diferentes. Tal vez
sea porque soy un salvaje
que no comprendo.
No
hay un lugar quieto en las
ciudades del hombre blanco.
Ningún lugar donde
se pueda oír el florecer
de las hojas en la primavera
o el batir de las alas de
un insecto. Tal vez sea
porque soy un hombre salvaje
y no comprendo.
El
ruido de vuestras ciudades
es un insulto para el oído
de mi gente y me pregunto,
¿qué clase
de vida tiene el hombre
que no es capaz de escuchar
el grito solitario de la
garza o el diálogo
nocturno de las ranas en
un estanque?
Mi
pueblo prefiere el suave
murmullo del viento encrespando
la superficie del lago,
y el propio viento, limpio
por una lluvia diurna o
perfumado por los pinos.
El
aire es de gran valor para
nosotros, pues todas las
cosas participan del mismo
aliento: el animal, el árbol,
el hombre, todos. El hombre
blanco parece no dar importancia
al aire que respira, a semejanza
de un hombre muerto desde
hace varios días,
que es insensible a su propio
hedor. Pero, si os vendemos
nuestra tierra, no olvidéis
que tenemos al aire en gran
estima, que el aire comparte
su espíritu con la
vida entera. El viento dio
a nuestros padres el primer
aliento, y recibirá
el último. Y el viento
también insuflará
la vida a nuestros hijos.
Y si os vendiéramos
nuestra tierra, tendríais
que cuidar del aire como
un tesoro y cuidar la tierra
como un lugar donde también
el hombre blanco sepa que
el viento sopla suavemente
sobre la hierba en la pradera.
Por lo tanto, vamos a meditar
sobre la oferta de comprar
nuestra tierra. Si decidimos
aceptar, impondré
otra condición: el
hombre blanco debe tratar
a los animales de esta tierra
como a sus hermanos.
Soy
un hombre salvaje y no comprendo
ninguna otra forma de actuar.
Vi un millar de búfalos
pudriéndose en la
planicie, abandonados por
el hombre blanco que los
abatió desde un tren
al pasar. Soy un hombre
salvaje y no comprendo cómo
es que el caballo humeante
de hierro puede ser más
importante que el búfalo,
que nosotros apenas sacrificamos
para protegernos y alimentarnos.
¿Qué
es el hombre sin los animales?
Si todos los animales se
fuesen, el hombre moriría
de una gran soledad de espíritu,
pues lo que ocurra con los
animales en breve ocurrirá
a los hombres. Hay una unión
en todo.
Ustedes
deben enseñar a sus
niños que el suelo
bajo sus pies es la ceniza
de nuestros abuelos. Para
que respeten la tierra,
digan a sus hijos que ella
fue enriquecida con las
vidas de nuestro pueblo.
Enseñen a sus niños
lo que enseñamos
a los nuestros, que la tierra
es nuestra madre. Nuestros
muertos siguen viviendo
entre las dulces aguas de
los ríos, y regresan
con cada suave paso de la
Primavera, y sus almas van
con el viento que sopla,
rizando la superficie del
lago. Todo lo que le ocurra
a la tierra, le ocurrirá
a los hijos de la tierra.
Si los hombres escupen en
el suelo, están escupiendo
en sí mismos.
Esto
es lo que sabemos: la tierra
no pertenece al hombre;
es el hombre el que pertenece
a la tierra. Todas la cosas
están relacionadas
como la sangre que une una
familia.
Lo
que ocurra con la tierra
recaerá sobre los
hijos de la tierra. El hombre
no tejió el tejido
de la vida; él es
simplemente uno de sus hilos.
Todo lo que hiciere al tejido,
lo hará a sí
mismo.
Incluso
el hombre blanco, cuyo Dios
camina y habla como él,
de amigo a amigo, no puede
estar exento del destino
común. Es posible
que seamos hermanos, a pesar
de todo.
Podéis pensar que
ahora Dios os pertenece,
de igual manera que hoy
deséais que nuestras
tierras sean vuestras. Pero
Él es el Dios de
todos los hombres y su amparo
alcanza a mi gente y a la
vuestra.
La
tierra es preciosa, y despreciarla
es despreciar a su creador.
Los blancos también
pasarán; tal vez
más rápido
que las otras tribus. Contaminen
sus camas y una noche serán
sofocados por sus propios
desechos.
Cuando
nos despojen de nuestro
terruño, ustedes
brillarán intensamente
iluminados por la fuerza
del Dios que los trajo a
estas tierras y por alguna
razón especial les
dio el dominio sobre ellas
y sobre el hombre piel roja.
Este
destino es un misterio para
nosotros, pues no comprendemos
que los búfalos sean
exterminados, los caballos
bravíos sean todos
domados, los rincones secretos
del bosque denso sean impregnados
del olor de muchos hombres
y la visión de las
montañas obstruida
por hilos de hablar [telégrafos].
¿Qué
ha sucedido con el bosque
espeso? Desapareció.
¿Qué
ha sucedido con el águila?
Desapareció.
La
vida ha terminado. Ahora
empieza la supervivencia.
Ted Perry
Revista
El Abasto, n° 80,
septiembre 2006.
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