Una
breve reflexión del
año con respecto a
las obras teatrales...
Un
2006: a todo teatro
Hacer
una suerte de resumen de todo
lo visto este año en
materia teatral en no tantas
líneas no es tarea
sencilla. Afortunadamente,
gran parte de todo lo que
ha salido publicado en este
espacio durante este 2006
estuvo cubierto por espectáculos
de una enorme calidad, excepto
algunos que, como decía
Luca, mejor no hablar de ciertas
cosas.
El primer
semestre tuve la suerte de
cubrir los siguientes espectáculos:
Nunca
estuviste tan adorable,
de Javier Daulte;
La omisión
de la familia Coleman,
de Claudio Tolcachir;
Sanos y salvos,
de Gerardo Hochmann;
El
aliento,
de Bernardo Cappa; Hablemos
de Funes,
de Guillermo Ghío.
Todas estas obras, francamente,
cada cual desde su particularidad
enaltecieron la actividad
teatral. Otros de los espectáculos
que se sucedieron en esta
primera parte del año
fueron: Volvió
una noche (de
Eduardo Rovner), dirigida
por Alejandro Samek;
El evangelio según
Darío Fo de
Claudio Nadie;
Pradera
en flor
(de Bernardo Cappa),
con dirección de Alejandro
Ernesto Rodríguez;
Rizoma
Atrapado,
de Alejo Béccar. Y,
por supuesto,
Hamlet...(acorralado),
este increíble drama
del amigo Shakespeare que
me tuvo por protagonista y
donde, además, realicé
la adaptación, bajo
la dirección de Leandro
Bersusky. De este último,
a mí no me corresponde
hablar.
En cuanto
al segundo semestre la calidad
de las obras que se publicaron
no varió en absoluto.
Las que más puedo destacar,
haciendo memoria, son:
Piel
de chancho, fuego entre mujeres,
de José María
Muscari; Llanto
de perro,
de Andrés Binetti y
Paula Andrea López;
Espía
a una mujer que se mata,
de Daniel Veronese;
Los
hijos de los hijos,
de Inés Saavedra y
Damián Dreizik;
A
puro talento,
de Rubén Celiberti;
El
Martín Fierro
(de José Hernández),
con dirección de Julián
Howard y
No
me dejes así,
de Enrique Federman. Todos
ellos espectáculos
de primera calidad. Tampoco
debo olvidarme de:
Rosencrantz
y Guildenstern han muerto,
(de Tom Stoppard) con dirección
de Carla Gambarotta;
Paria
(de Strindberg), con dirección
Francisco Civit;
La
felicidad es una emoción
insoportable,
dirigida por Paulo San Martín
y
Ni
la más puta,
de Fernando Peña. Estos
últimos, algunos con
más aciertos que otros,
afrontaron el enorme desafío
de animarse a montar un espectáculo,
en un país donde todo
pareciera querer empujar hacia
la decisión de no querer
montar nada. A todos ellos
por el intento, por el aguante,
por la pasión, mi aplauso
desde acá, otra vez.
Y ojalá que el año
que viene podamos seguir acompañándonos,
todos: realizadores, prensa
y público. Que se dé.
Marcelo
Saltal
[email protected]
Revista El Abasto,
n° 83, diciembre 2006.
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