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Entrevistamos a Carlos Vallejo que con su cuento Pereza ganó el primer premio del II Concurso Literario de la revista El Abasto, Pecados Capitales (luego nos mandó otro que publicamos en el Pasquín de Verano, titulado, Soberbia).

“Soy vago para leer”

¿Cómo y cuándo comenzaste a escribir?
“En 1981 me anoté en el ISER (Instituto Superior de Enseñanza de Radiodifusión) en un curso de dos años que fueron bastante intensos y me recibí con un diploma de libretista para Radio y Televisión lo que no agrega mucho pero debo reconocer que me sirvió. De especial los talleres de escritura. De este instituto egresan muchísimos locutores. Para entrar no es fácil, porque hay examen de ingreso. El año que yo fui habían como 900 inscriptos y entraban cuarenta. Además estaba el curso de técnico en radio y televisión. Yo cursé, como te decía, la orientación de guionista. En el examen había que escribir algo en prosa y luego un diálogo.
“En el ISER el profesor Martín Duh me enseñó mucho en escritura. Y el profesor Cernada La Madrid me sirvió mucho para escribir teatro.”

¿Cuántos cuentos tendrás escritos?
“No sé. Pocos. Una vez gané otro concurso, sobre cuentos policiales. Que organizaba la revista Juegos.”

¿Te presentás seguido a concursos?
“No. El de Pecados Capitales me lo trajo mi suegra. Yo andaba con problemas de salud y me vino bien engancharme con eso.”
“¿Y otros concursos? ¿Te presentaste sólo a dos concursos y ganaste las dos veces?”
“No. Bueno, en realidad me presenté a otros también, pero de teatros. Alguna vez también me presenté en Argentores pero no dio resultado.
“Ahora hacía tiempo que no me presentaba a nada. Y a decir verdad me gustó más el cuento “Soberbia” (que nos llegó después del concurso; véase Pasquín de Verano, febrero 2006) que “Pereza”.”

Debo reconocer que el concurso fue un éxito si bien nos faltaron cuentos en Envidia. Hubo alguno que podría haber entrado pero que no consideramos digno de ganar porque bajaba el nivel del concurso. Preferimos dejar el puesto vacante. Hubo pecados con muchos cuentos como Lujuria y Pereza. Cuando se propuso tu cuento como ganador general, más allá de que haya ganado en el pecado de la Pereza, no lo discutimos. Hubo otro propuesto ("Uno más", en Avaricia, de Ariel Díaz), pero no se discutió, se decidió por unanimidad que tu "Pereza" merecía el primer premio. Ese cuento tiene mucho dinamismo y humor, de hecho lo leí muchas veces y siempre me saca al menos una sonrisa. Es muy ingenioso y no pierde el ritmo. Es un cuento muy logrado.

“Son estilos. Yo sin duda escribo como escribo porque soy vago para leer. Si la descripción es muy larga dejo la lectura. Soy de la idea que hay que enganchar al lector.”

¿De qué trabajás?
“Soy viajante de comercio. Vendo mantelería y blancos por el Valle de Neuquén. Era una empresa familiar y había que salir a vender y yo tomé esa zona. Antes tenía más actividad.”

¿Cuándo estudiaste pensabas vivir de eso?
“Y sí. Pero no es fácil entrar a un canal de televisión. Hay gente de seguridad en la puerta. No es que entrás y decís "hola, ¿qué tal?" Tenés que tener mucha vocación y tiempo. Yo siempre busqué escribir humor. Pero hay humor y humor. Yo, por ejemplo, el humor de Casero no lo entiendo.”

A mí Casero me cautivó en una rueda de prensa cuando lanzó su último disco: Me divertí muchísimo. Tengo el reportaje que le hice en El Abasto n°67.
“Bueno, como actor es buenísimo. Yo me refiero a él como humorista. Hay estilos. Olmedo tenía su estilo, se reía de sí mismo. Después Pinti que habla y a mí me causa mucha gracia.”

Y sí. Pinti es genial. Tampoco podemos dejar de nombrar a Les Luthiers...
“Bueno, el tema es que cuando los ves dos veces es como que ya sabés lo que va a pasar.”

Bueno, no sé. Yo he escuchado discos de Les Luthiers muchísimas veces y me siguen dando gracia.
“Y sí, son buenos. Pinti también. A mí me gusta escribir situaciones que tengan humor. Tal vez desde una situación tonta, pero que se desarrolle bien. En el ISER recuerdo que partimos de una situación donde están un matrimonio en su casa y los vecinos de arriba están con una fiesta a todo lo que da y la esposa le dice al marido "andá a decirles que se callen". Y el marido le argumenta: "pero se están divirtiendo". Ante lo que la mujer replica: "Bueno, si no vas vos voy yo". Entonces el tipo tiene que ir, sube, toca el timbre y le dice al vecino "¿no podría bajar un poco la música que a mi esposa le duele la cabeza?". Y el dueño de casa le dice: "pero como no, aunque no le duela la cabeza. Venga acá que bajamos la música". Y el tipo pasa y se engancha en la fiesta. Y queda la mujer abajo. Me gusta crear situaciones así. Absurdas, cómicas, cotidianas.”

¿Te imaginás editar un libro con tus cuentos?
“Bueno, tantos no tengo escritos. Tendría que buscar el material y hay que ver cuántos junto. Tal vez acompañando una antología, pero solo lo veo difícil. Además a mí me gusta escribir teatro.”

¿Tenés alguna anécdota del Abasto?
“Y una importante: nací acá. La partera tenía su casa en Sánchez de Bustamante al 1000. Pero vivo en Congreso. Me crié ahí y aunque no siga en la misma casa sigo por ese barrio. Recuerdo el bombardeo del ´55. Vivíamos en Avenida de Mayo y San José. Aún tengo una imagen del ruido de las bombas, tendría unos cuatro años. En algún momento viví en Boedo, pero volví a Congreso.”

¿Te vino bien la máquina de escribir?
“Sí. Aunque reconozco que necesito acostumbrarme. Yo tengo una Olivetti vieja y sé hasta dónde apoyar los dedos, en ésa escribo rápido. En la eléctrica si no levanto el dedo enseguida la letra sale dos veces. Aunque tiene todos los chiches, podés borrar, es muy completa. Hay que buscarle la vuela.”

¿Algo que te gustaría comentar a los lectores de la revista?
“Estoy cerca del Gaumont Que es un cine barato y últimamente si hay una buena película voy. Pero estoy notando eso, que faltan buenos guiones. Tipos que escriban buenas historias.”
¿Cómo ves la crítica? ¿No debería cuestionar?
“Y es difícil. Es como cuando un amigo que te invita a ver una obra suya y vos te ponés a pensar en el pobre infeliz que se sentó a escribir y le costó, y te cuesta ser muy duro.”

Recuerdo una vez la reacción ante un comentario teatral, que por lo general son bastante benévolos. Marcelo había encontrado pocas cosas buenas en una obra, porque en general todo, parece, era un desastre. Insostenible. Y el fue punteando y explicando su impresión. Y así cayó a la redacción una de las actrices a felicitarnos porque era el único, salvo ella misma, que planteaba que las cosas no estaban bien. Parece que todos los amigos los felicitaban y seguían con su papelón. Así dejaron la obra. Ahí que la honestidad estuvo bien...

“Lo que pasa es que los amigos se pelean si dicen realmente lo que piensan en una situación así.”

Creo que la amistad debería tolerar críticas.
“A mí me tocó ir a ver una obra pésima. No terminé de verla. Me fui. No me daba la cara para decirle lo que pensaba. Y siempre deseé que no se enterara que fui a verla.
“Cuando hicimos El Piano, en La Nación salió una crítica de que decía "Casi siempre los autores noveles" -yo era joven- "tienen una inclinación por la novedad". Pero tampoco nos dio con todo. Aguantamos como tres o cuatro meses y eso que la comenzamos en verano. De febrero a mayo. Y que nos agarró la Semana Santa donde la gente suele esfumarse.
“Otra fue El macho que faltaba. Eran unas viejas solteronas que llamaban a un stripper que aún no eran tan comunes, y la llevamos a muchos centros de jubilados. Ellas solían ver televisión y esa noche una de las dos dice "¿qué película vamos a ver hoy?" y la otra le dice: "ninguna, hoy vamos a vivirla". Y aparece el macho tocando el timbre. Pero de macho no tenía nada. Era un tipo algo musculoso que se saca la camiseta y da pena.”
“El piano de juguete la dirigió Néstor Alvertario que además hacía un rol. Y el "Macho" la dirigió Alfonso Lovato que también había actuado en El Piano. El otro día pasé por un teatro y estaba actuando. Después escribí otra La verdulería que nunca se concretó. Y ésta es nueva [me la deja para leer]. El tema se desarrolla en un pueblo del interior. Cierra la fábrica y el problema radica en que van a volver a abrir la fábrica y él no quiere laburar más. Vive de la esposa y de lo que le fían en el pueblo. En medio de la confusión el tipo anda envalentonado porque le gana a un jugador campeón juvenil de ajedrez del pueblo y sueña con empatarle a Karpov. Para colmo gana plata en las carreras quiere irse a jugar con Karpov. El tipo está desocupado, estuvo ocupado en su momento pero se siente fuera del sistema.
“En realidad tengo más obras teatrales que cuentos.
“Yo no sé nada de construcciones gramaticales. Teníamos un profesor que se preocupaba en ortografía. Pero en un análisis de una oración yo llego hasta el sujeto y el predicado.”
R.S.

Revista El Abasto, n° 75, abril 2006.

 

 

 



 

 

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