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Pese a tecnologías que supuestamente nos ahorran tiempo el resultado pareciera el contrario:
¿será que el tiempo cada vez se va más rápido?


¿Qué hacemos con el tiempo,
el del reloj, no el del pronóstico?

Confieso que tuve que pensar si las líneas que borroneo a continuación son para una columna de ecología. Y llegué a la conclusión que lo son y en grado sumo.
     El tiempo como dimensión existencial cada vez más escasa. O si se quiere, hablando con lenguaje de economistas mal llamados neoliberales, el tiempo como materia prima cada vez más dificil de encontrar.
      Se trata de una paradoja que permea toda la modernidad. En los tiempos antiguos el tiempo se regía por anocheceres, auroras, y a lo sumo por la posición del sol durante el día, muy grosso modo. La invención de los relojes mecánicos data del 900, del siglo X, y sucesivas mejoras técnicas permitirán primero la marcación de los cuartos de horas hasta que hacia el 1600 se empiezan a registrar los minutos.
      En el tiempo actual, y todo el siglo XX por lo menos, es época de segundos y décimas en la vida cotidiana y deportiva, y en la investigación física andamos en intervalos inconcebibles para nuestros cuerpos, como milésimas y diezmilésimas de segundos.
Tenemos así, por un lado un afinamiento constante de los intervalos temporales.
     Por el otro, paralelamente, tenemos la invención, también constante, de máquinas y máquinas-herramientas dedicadas a ahorrar tiempo, tiempo físico. ¿Qué es una palanca, un torno, que nos permite hacer en segundos y con mayor precisión objetos que a mano desnuda serían inalcanzables o demoraríamos un tiempo muchísimo mayor en conseguir?
     ¿Qué es un teléfono que nos permite ahorrar la presencia física para una comunicación, un auto, una bicicleta que nos permiten alcanzar una distancia que sin herramientas tardaríamos mucho más en cubrir?
     Y bien, con estos dos elementos, ¿cuál sería la conclusión lógica, que alguien que no conozca nuestras vidas cotidianas desprendería, un forastero total, un marciano? Pues que los seres humanos de la modernidad gozan de una cantidad de tiempo libre formidable, que jamás alcanzaron nuestros antepasados, medievales o antiguos.
     Y sin embargo, es precisamente al revés.
Los campesinos medievales tenían una enorme cantidad de festividades para alternar con sus, es cierto, largas jornadas en el surco, de sol a sol, pero sólo en tiempos muy precisos, de siembra o de cosecha y cuando el buen tiempo lo permitía. En conjunto, muchos historiadores sostienen que trabajaban muchas menos horas-año que nosotros.
      ¿Pero qué somos, los hijos de la pavota? Tenemos formidables máquinas ahorra-tiempo y no damos día a día abasto con nuestros huesos; que la entrada a horario al taller o la oficina, que el contacto con la pediatra porque el nene no sanó, que llevar el auto otra vez al mecánico, porque no termina de sonar como debe, que anotarse en el curso de perfeccionamiento, que pagar una cuenta en pago difícil y otra en aquella oficina infecta, comer un almuerzo casi de parado, que conseguir el turno del dentista para la más chica, que organizar la visita a los abuelos por lo menos este domingo, que reparar el lavarropa, llegar agotado al enflaquecido hogar tras cien minutos de bus y tren y aceptarse a sí mismo sólo encender la tele y encargar un delivery para salvar la cena... quedarse, claro hasta bien pasada la medianoche, haciendo zapping a ver si uno pesca una buena peli en alguno de los setenta y cien canales...
El tiempo se nos hace escaso, cada vez más.
     E inventos que procuran solucionar este emplasto, no hacen sino empeorarlo. No tengo estadísticas pero me juego a doble contra sencillo que quienes andan todo el santo día tecleando sus celulares, con mensajes o sin ellos, con charlas o sin ellas, tienen menos tiempo que antes de tener celulares para leer hasta el diario.
     Lo mismo podríamos decir de la computadora y su hija dilecta la internet. Jamás ha habido tanta información al alcance de cada individuo, al menos alcance potencial, porque también es cierto que la computadora y la Internet están al alcance de una minoría (algo que no pasa con los celulares, que en Argentina están casi a razón de uno por cabeza), pero se trata de una "inmensa minoría" y se trata de gente que ahora, Internet y compu mediante, tienen mucho menos tiempo que antes, para poder leer y sobre todo procesar la información que esas herramientas ahora han puesto a "su alcance".
     Y se trata de una carrera loca, perversa o endiablada. Porque en cada paso, en cada adelanto técnico, hemos reafirmado la paradoja: cada vez que accedemos a un instrumento ahorra-tiempo, nos encontramos casi inmediatamente después, más asfixiados por la falta, precisamente de tiempo.
     ¿Cómo se soluciona, o por lo menos como podemos romper un ciclo tan atroz? Menuda pregunta, que obviamente dejo sin respuesta.
     Me conformo con las consideraciones de Jean-Paul Sartre: "Lo primordial para resolver un problema es planteárselo.”

Luis E. Sabini Fernández

[email protected]

Revista El Abasto, n° 75, abril 2006.

 

 

 



 

 

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